XI. ¿Sueño o realidad?

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Dato importante.
Los días pasaron de prisa aquí en el Este. Ya habían pasado dos meses desde que se nos complicó todo para mamá, para mí y miles de personas más.
Dos meses muy complicados, pero mucho más para mamá. Ella estaba teniendo problemas de salud desde antes de la división pero durante esos meses todo se había complicando. Ahora se le veía sonreír menos. La tía y yo hicimos   todo lo posible para ayudarla a sentirse mejor, pero se le ha notado muy mal.

Se suponía que ese día la tía Suzanne iba a ir a un médico recomendado por Ulrich para que revisaran a mamá, pero se presentaron varios problemas, entonces no fue posible la revisión.
Por lo tanto ese día no salí de casa y me quedé acompañando a mamá. No había cosa mejor que sentirse acompañado por alguien.

Me dolía verla apagada, ella siempre fue una mujer que detonaba felicidad a la gente con sus sonrisas y su optimismo, el cual no se le veía en ese momento, lo que era muy entendible ya que una persona enferma lo que buscaba era descansar. Para mí, verla así era desgarrador.
John sabía todo lo que estaba ocurriendo, lo mantuve informado día tras día, y él quería poder estar con nosotras y alentar a mamá, pero por obvias no fue posible.

Mamá estaba sentaba en una silla. A mil kilómetros de distancia se podía notar su gravedad, ella y yo ya casi ni hablábamos, nos estábamos convirtiendo en dos extrañas. Así parecía pero en el fondo sabía que en ella todavía permanecía esa chispa, y por más que me dolía verla así, traté de sacarle una sonrisa en el rostro, la cual la logré. Al verla, todos mis sentidos se dispararon y rápidamente le di un abrazo.

—Eloise, ¿me puedes ayudar a ir a la cama? —su voz estaba más rota de lo normal.

—Claro, mamá —contesté con el corazón arrugado al escuchar su voz así.

La ayudé a pararse de la silla, la encaminé hasta la habitación y la ayudé a recostar su cuerpo en la cama. Pensé que necesitaba descansar, así que me di la vuelta para desalojar la habitación pero sentí una mano que haló de la mía, me volteé. Al parecer mamá tenía algo que decirme.

—¿Si, mamá? —pregunté mirándola fijamente.

—Eloise…

—¿Si?

—Eloise…, ¿te he dicho lo mucho que te quiero?

—Claro. Me lo has dicho millones de veces con palabras y sin palabras —le dije con una pequeña sonrisa en el rostro—, y no hubiera importado si no me lo hubieras dicho, porque sé que me quieres y siempre lo harás así como yo lo hago, mamá.

Amaba pronunciar la palabra «mamá», porque no había nada mejor en esta vida que tener una madre con la que me podía apoyar en cualquier momento, con esa que podía jugar varios papeles importantes como: madre, hermana y amiga. Con la que me escuchaba sin juzgarme y siempre estaba ahí para mí.

—Eloise…

—Sí, mamá, soy Eloise.

—Siempre has sido tan valiente, tan generosa, tan amable.

—Lo aprendí de ti mamá.

—Eres el mejor regalo que me ha dado la vida.

—¿Por qué dices esas palabras en este momento? —le pregunté ya que se me hacía sospechoso.

—No hay un momento indicado para expresar estas palabras. —puso su mano que se estaba tornando fría en mi mejilla.

—Lo sé, mamá. Pero… ¿por qué siento que esto es una despedida?

—¿Una despedida de qué? Esto es un hasta pronto.

—No entiendo… —de mi ojo derecho brotaba una lágrima.

—Te amo mi chica valiente. —sus ojos se cerraron luego de decir esas últimas palabras.

De repente me espanté y abrí los ojos en medio de la noche opaca y silenciosa.

Este sueño que más que un sueño era una pesadilla, me atormentaba constantemente por las noches, haciéndome recordar aquel 20 de noviembre en que yo también dejé de vivir en mi propia vida, aquel día en que experimenté la muerte, no me refiero a que dejé de existir, sino, a que ese día mi espíritu también murió.





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