39. La invitación.

5 1 2
                                    

—También le he enviado una invitación a Peter. ¿Ya no están juntos, no? No recuerdo, pero igual quería invitarlo.

Mi mamá se iba a casar. Por segunda vez.

Me había pedido que cuidara a Riley porque cancelaron sus clases y no tenía con quién más dejarla de emergencia. Eran los únicos momentos donde mamá y yo nos veíamos, cuando me pedía cuidar de Riley. No me molestaba. Me gustaba pasar tiempo con mi hermana. Pero era agridulce. Entonces, cuando llegó a buscarla, me entregó la invitación.

Miré hacia el sillón donde la pequeña de seis años estaba viendo televisión, solo para asegurarme de que no se había movido de lugar, y miré de nuevo a mi mamá.

—No creo que deberías invitar a Peter —fue lo que dije, a pesar de que era lo menos importante en la lista de cosas que quería decir. La palabra «papá» resplandecía en mi mente y me preguntaba cómo se sentiría cuando se enterara.

Por otra parte, no estaba segura si Peter quería asistir a la boda de mi mamá después de que lo engañé. Quiero decir, sí, me perdonó. Pero esos días eran extraños. El peor lugar en el que Peter y yo podríamos encontrarnos juntos era en una boda. Especialmente en la boda de mi mamá.

—Ya lo invité —Se encogió de hombros y tomó de su copa de vino. Todavía era la única persona que me regalaba botellas de vino sabiendo que estaba dejando todo eso. Solo porque «no es para mí, es para cuando ella me visite». Lo que se traduce a nunca a menos que no consiga una niñera para Riley.

—No creo que venga de todos modos.

—Es que se acostumbró a la ciudad, ¿verdad? Yo te dije que nunca debiste dejar que se fuera, es el único hombre con el que creo que pudiste haber tenido un futuro —dijo en tono de regaño. Luego sonrió como con burla—. Es gracioso porque pensé que tú te casarías con él antes de que yo siquiera rehiciera mi vida.

—No es que me hayas dejado mucho tiempo de ventaja —repliqué amargamente.

Mis palabras no borraron su sonrisa. Seguro mi comentario no le había dolido ni una cuarta parte de lo que a mí me dolió el suyo. Pero no es como si no estuviera acostumbrada a esas cosas. Mi mamá creía que la vida era una carrera y que yo era su oponente. Había aprendido a no dejar que sus palabras me perforaran el cerebro, pero de vez en cuando todavía lo hacían. Cuando era adolescente era más fácil de cierta forma, porque pensaba que al crecer podría hacerla tragarse sus palabras. Pero no fue así.

Riley llegó hasta donde estábamos, en la isla de la cocina, y me hizo señas para que la ayudara a subirse al taburete. La senté. Ella era un pensamiento peligroso dentro de mi cabeza. A pesar de que mi mamá era muy diferente con ella a como era conmigo, me daba demasiado miedo que creciera para ser igual que yo. Y no sabía cómo hacer que fuera diferente.

—Estoy abudida —Se quejó, inclinándose sobre el mesón y la detuve de inclinarse más adelante con mi brazo.

—Ya nos vamos —la tranquilizó mamá, pero ella negó con la cabeza.

—La casa es más abudida.

A Riley todo le aburría después de un rato. Las cosas eran nuevas para ella solo durante media hora, luego eran abudidas. Aun no comprendo cómo mi mamá era tan paciente con ella. Y no es porque Riley no mereciera que fuera paciente, es decir, era una niña. Pero mi mamá no era especialmente paciente.

Yo era paciente con ella porque era mi hermana, pero constantemente me preguntaba si podría ser igual de paciente si se tratase de una hija mía.

De vuelta a ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora