43. La niña más amargada.

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—No me parece justo que tú estés creciendo y yo no. ¡Hace un mes éramos del mismo tamaño!

Nadie me advirtió que un día mi mejor amigo iba a cumplir trece años y entonces de la noche a la mañana iba a convertirse en un gigante. Es ridículo porque ni siquiera noté el cambio paulatino, un día simplemente mi cabeza estaba a la altura de su hombro.

—Es que todavía tienes doce. Tienes mucho tiempo para crecer —Peter se encogió de hombros.

Otra cosa que había cambiado era su voz. Era muy... cómica. Pero creo que sería así por un tiempo hasta convertirse en la voz que tendría por siempre. Me causaba mucha curiosidad. Aunque tenía que contenerme para no hacer comentarios al respecto, porque no quería hacerlo sentir mal.

Yo, por otro lado, aún no me había desarrollado. Pero me parecía de lo más genial porque sabía cuánto sufría mi mamá cada vez que su periodo llegaba y yo no quería eso, no sabía siquiera como iba a sobrevivir cuando sucediera. Tampoco quería volverme más alta. Me daba miedo un día mirar al espejo y ver a una adulta, o simplemente a alguien diferente. ¿Cómo podía controlar todo lo que me iba a pasar y detenerlo? ¿Cómo podría hacer de mis doce años algo eterno? Me parecía una buena edad. Aunque todo se estaba volviendo muy raro, aun no era completamente raro. Desearía haber podido pausar mi vida en ese momento y dejarla suspendida hasta el fin de los tiempos.

—Pero es muy raro. Ahora es más obvio que eres mayor que yo —Me quejé.

— ¿Y cuándo no lo ha sido?

—Todo el tiempo porque eres un tonto.

Frunció el ceño, y antes de que me pudiera dar cuenta, tenía helado en mi nariz y él una sonrisa en el rostro. Arrugué la nariz y lo miré mal.

— ¿Ves lo que te digo? Tienes cinco años, Peter —rezongué mientras me limpiaba con una servilleta.

— ¡Y tú tienes cien, Rebeka! En serio, relájate. Eres la niña más amargada que conozco.

—Soy la única niña con la que hablas, Peter. ¿Cuál otra te va a tener paciencia? —Rodé los ojos y él entrecerró los suyos en mi dirección. Se inclinó sobre la mesa y me sonrió como si le hubiera hecho un cumplido en lugar de una ofensa. Si la mesa no hubiera estado de por medio, habría considerado que estábamos exageradamente cerca. Pero estábamos a una distancia aceptable.

— ¿Por qué me tienes paciencia, Rebeka? —preguntó alzando las cejas y yo lo miré con confusión. Iba a explicarle las obvias razones cuando dijo otra cosa—: ¿Acaso te gusto?

Mi expresión fue de horror, y la suya de inmensa diversión.

— ¡¿Qué dices?! —chillé, y esta vez fue mi turno de restregarle algo de mi helado en la cara, aunque eso no le molestó mucho, solo lo hizo reír.

Lo había dicho como una broma, pero estaba muy mal de la cabeza si creía que podía gustarme. Por Dios, era... Peter. Mi único amigo.



n/a: queda otro capítulo y el final que ya están escritos pero sabrá Dios cuando los publicaré 

De vuelta a ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora