3. Una estrella

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Estar borracha a las dos de la mañana justo acabando de cumplir la mayoría de edad, es una sensación que no voy a olvidar. Sentir mi cabeza dando vueltas por primera vez, junto a la única persona a quien le confiaría esta versión de mí, es algo que a veces extraño. Desearía que hubiera una palabra para describir eso: extrañar algo que hiciste por primera vez, y que no haya manera de que volver a hacerlo se vuelva a sentir así.

Peter reía, yo me reía y las calles aburridas que había recorrido toda mi vida de repente parecían muy divertidas. Nuestras manos nunca parecieron encajar tan bien como en ese momento en el que no pensaba en nada más que en lo que estaba pasando. Y es curioso, porque nunca podía desacelerar mi mente y frenarla para pensar en lo que estaba viviendo, excepto cuando estaba intoxicada con alcohol.

— ¿Qué es la primera cosa que quieres hacer con dieciocho años? —Preguntó, mirándome a través de unos ojos marrones cristalizados por las risas—. Aparte de emborracharte.

Me reí. Descubrí que encantaba reírme por todo bajo los efectos del alcohol.

— ¿Qué hiciste tú cuando cumpliste dieciocho?

—Tú estabas ahí, tú sabes.

Busqué en mi memoria el 04 de abril del año anterior, y solo me encontré a un Peter un año menor intentando aprender a tocar el piano en una noche. También estaba borracho, como ahora. Y nuestros amigos también lo estaban. Yo estaba sobria.

—Pues ese plan no me parece muy divertido, mucho menos considerando que un año después aún no has aprendido a tocar piano.

—Solo fue un deseo momentáneo. Quizá aprenda cuando tenga... veintiocho años. ¿Crees que es buena edad para saber tocar el piano? —Me preguntó con una mueca graciosa. Yo solo asentí energéticamente, aun con la sonrisa tatuada en los labios. Sacudió la cabeza quitándole importancia—. Entonces ¿qué quieres hacer?

Dije la cosa más absurda del mundo porque no estaba pensando. No realmente.

—Me quiero hacer un tatuaje.

Peter soltó un bufido que intentó ser una risa pero no llegó a serlo al darse cuenta de que hablaba en serio.

Y quizá si hubiera sido cualquier otra persona, no me habría dejado hacerlo. Pero era él. Y lo que hizo fue encontrar un local de tatuajes abierto a las dos de la mañana para cumplir mi deseo.

Fue un regalo del cielo que el único lugar en ese pequeño pueblo estuviera abierto a esas horas, o pensé que había sido un regalo del cielo hasta que al día siguiente descubrí que abren las 24 horas. Todo parecía estar a mí favor excepto por una cosa: no sabía que quería dejar marcado en mi piel por siempre.

—No sé qué hacerme —expresé en voz alta—. Es que no me quiero hacer cualquier cosa.

—No puedes tatuarte algo poético estando borracha a las dos de la mañana, Rebeka.

La chica detrás del mostrador no nos prestaba mucha atención, estaba más entretenida viendo vídeos a todo volumen en su teléfono. Lloriqueé.

—Tú dime. Lo que me digas, me lo hago.

— ¿Me vas a dejar esa decisión a mí? Podría decirte cualquier vulgaridad en otro idioma.

—Y yo me la tatúo, te lo juro.

Y era verdad. No se trataba de mi indecisión, mucho menos del alcohol. Cualquier cosa que Peter dijera, yo iba a hacerla.

Él suspiró, algo frustrado, y ni siquiera pensó antes de pedirle a la chica una hoja y un lápiz, lo cual, lo admito, me preocupó. Él nunca pensaba, pero lo que pusiera ahí me iba a quedar en la piel por siempre, así que hubiera apreciado más consideración.

Me acerqué a ver qué hacía y claramente no esperaba algo muy profesional, pero tampoco una estrella. De esas que haces sin separar el lápiz de la hoja uniendo puntos.

— ¿Qué tal? —Me la mostró, orgulloso.

—Si yo me tatúo eso, también te tengo que dibujar una.

Se encogió de hombros y me tendió la hoja. Para ser su primer tatuaje pensé que lo pensaría más, pero no sería él de haberlo hecho. La mía era diferente a la suya. Nada más que un punto en el medio con cuatro rayitas saliendo de él.

— ¿Puedes escribir un poema sobre esto? Sería brutal —me dijo mientras le tatuaban la muñeca, en el mismo lugar que ahora yo tenía una estrella.

—No voy a escribir un poema sobre esta estupidez —Me reí, viendo como parecía no dolerle y yo tuve que aguantarme las ganas de lloriquear mientras me lo hacían a mí.

Pero sí lo escribí.

De vuelta a ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora