treinta y cinco

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El despertador sonó. A través de la ventana, el exterior se veía parcialmente oscuro. No había amanecido aún, al menos no por completo. Ni siquiera alcanzaban a ser las seis de la mañana, y Cheng odiaba el jodido frío que hacía. Desde que estaba en Alaska le era mucho más complicado abandonar la cama, abandonar el cálido espacio que compartía con su omega, en donde se daban calor mutuamente.

Por lo que, gruñendo bajito, salió de la cama con cuidado y fue directo al baño a ducharse. Si bien la calefacción estaba encendida salió de allí temblando ligeramente, teniendo solo una toalla envuelta en su cintura. Se apresuró a vestirse con otro de sus típicos trajes, y cuando estuvo a punto de terminar de arreglarse un gemido de dolor hizo que todo su sistema se alertara.

Cheng dejó caer la corbata al piso y casi corrió hacia la cama, preocupado, notando que su omega había despertado, llevando en su rostro una muy clara mueca de dolor. En sus labios se instaló un puchero al tiempo en que sus ojos se tornaron llorosos. El alfa tomó asiento en el borde de la cama, muy cerca del moreno, e iba a preguntar que sucedía, pero entonces lo entendió.

Sus ojos adquirieron un brillo sinigual al vislumbrar la preciosa marca en el cuello de Dre. Una sonrisa instantánea asomó en su rostro, mientras se emocionaba terriblemente por aquello. El lazo. Ya estaban unidos por el lazo. De inmediato, ambos comenzaron a experimentar los efectos del mismo, percibiendo los sentimientos del contrario como propios.

Dre sentía con fuerza en su pecho el deseo irrevocable que tenía Cheng de protegerlo. Sentía la feroz posesividad, el inmenso amor y la incomparable felicidad que afloraba del alfa; todo como si se tratasen de sentimientos suyos. Y era asombroso.

—¿Duele mucho? —preguntó Cheng, admirando con sus brillosos ojos negros la mordida que aún se conservaba fresca.
El omega asintió despacio, y Cheng se inclinó para esconder el rostro en su cuello. Comenzó a lamer la herida, produciendo una cálida satisfacción en el menor, quien ladeó su cabeza y cerró sus ojos, respirando hondo, permitiéndose disfrutar del alivio que le daba aquellas suaves lamidas.

—Quédate conmigo, Cheng —musitó, sintiéndose mareado, débil y cansado—, no me dejes solo.

—Tranquilo, la herida tiene que curar —su voz salió en un murmuro—, y estaré contigo mientras eso pase.

Se apartó de su cuello y lo miró, sonriendo. No tardó en buscar sus labios para besarlo con suavidad.

[...]

En China eran cerca de la una y media de la tarde, y el sol ni siquiera había asomado entre las grisáceas nubes que reinaban el cielo de China. Liang estaba de pie en el balcón del apartamento de Meiying, observándolas. Sus codos recargados en la barandilla del mismo y un cigarrillo encendido entre sus dedos. No llevaba camiseta puesta, por lo que la brisa colisionaba directo contra su piel, erizándosela. Pero no le importaba.

Estaba tan nervioso, tan ansioso, que ni siquiera el cigarro parecía ayudarlo. No tenía ni idea de qué mierda había pasado con Dre y aquello era algo que no le dejaba dormir por las noches. No había dejado de sentirse intranquilo desde que recibió la llamada de la madrastra de su amigo. ¿Por qué Dre no se había comunicado con él? ¿Dónde mierda estaría? ¿Por qué se marcharía sin siquiera haber avisado?

Liang lo conocía demasiado bien, y no comprendía qué había ocurrido. Su mejor amigo no era el tipo de personas que dejaría todo para largarse con un alfa, o al menos eso creía él. Y ahora estaba tan frustrado, tan confundido. Necesitaba saber si Dre se encontraba bien, saber dónde diablos estaba. No podía estar tranquilo sabiendo que su mejor amigo se hallaba en poder de un alfa tan peligroso como Lu Wei.

Una mano ajena acarició su espalda con cuidado. Volteó su cabeza y vio a Meiying de pie a su lado. Sus ojos negros reflejando toda aquella preocupación que albergaba su interior.

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