7. ❝Odio el sentimentalismo❞

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Han pasado tres días desde que le confesé a la mora mis sentimientos, desde ese entonces ella y yo no hemos vuelto a intercambiar palabras. Odio el juego absurdo en el que me encuentro cada vez que alguna de las dos conseguimos abrirnos frente a la otra. La historia es siempre la misma, yo le confieso y nos ignoramos por un par de días, ella me confiesa y nos volvemos a ignorar por unos cuantos días más. Estoy harta, voy a plantarle cara a esta situación. Si ella me quiere o no, me lo va a aclarar porque yo ya sé cuáles son mis intenciones con Zulema.

Salgo de la caravana y nada más poner un pie en el ardiente suelo, noto la brisa de aire caliente chocándome de pleno. Hace un calor horroroso, bochornoso e incluso asfixiante. En pleno desierto y a mediados de julio es más que normal estas temperaturas que a mí en lo personal, no me gustan nada. Prefiero mil veces el invierno.

Dejando de lado mis preferencias por el clima, fijo mi atención en Zulema que está junto a Goya y por la postura que ambas tienen, no se están deseando los buenos días. La pelinegra sujeta a la contraria del cuello con una mano y con la otra le apunta con una navaja de bolsillo.

—¿Qué hacemos? ¿Eh? —Escupe Goya casi de manera inteligible con un caramelo en la boca.

La mujer de ojos verdes e inquietantes, se queda en silencio por unos minutos y cuando contesta es en un susurro que si no fuese porque mis pasos se están acercando cada vez más a ellas, no hubiese conseguido escuchar. Ninguna de las dos me ponen atención cuando quedo a pocos centímetros.

—Coged las bicicletas.

No sé de qué bicicletas están hablando, pero a la más robusta no le parece una buena idea.

—No puedo llevar a mi novia en bicicleta. Tenemos que volver al hotel, es nuestro seguro de vida.

—Muy bien... ¿Tú sabes cuál es la esperanza de vida de un mosquito?

Genial, ya empezamos con las metáforas retorcidas y macabras de Zulema Zahir. Como siempre con un trasfondo de lo nada agradable.

La mora retuerce la navaja por el cuello de la que ahora mismo es su víctima.

—Una semana. —Le responde ella misma al no recibir la respuesta que esperaba.

Para su sorpresa Goya sí habla, pero no para complacerla.

—Has perdido toda tu autoridad, Zulema. —Le aparta la mano de su cuello y con ella la navaja. —¿Por qué no nos repartimos los diamantes y salimos de aquí? ¿Eh?

—Porque me los he tragado.

Mi cara y la de Goya al oírla es un auténtico poema. Esta mujer está totalmente demente. Ida de sus caudales. Cero razonamiento queda en la mente de la egipcia. No puedo contenerme y le pregunto.

—¿Estás de coña?

Zulema por primera vez en todo el rato que llevo aquí, aparta la mirada de su ex compañera de celda y la dirige a mi.

—Me los he tragado, morena.

—Me los he tragado, morena

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"Sé que estás aquí... sé que estás aquí. ¡Sé que estás aquí, joder!" "Vas a estar detrás de mí cuando desayune, cuando coma, cuando meriende, cuando cene, cuando duerma." "Eso será si yo quiero. ¡Si yo quiero!"

Gritos se escuchan dentro de la caravana y sé perfectamente de quién proviene esa voz. Toda la puta tarde buscando a Zulema y cuando doy un paso para dentro, la veo sentada en el borde de la cama con los codos apoyados en las rodillas y las manos sujetando su cabeza.

—¿Zulema? ¿Dónde has estado? —Pregunto.

Ella levanta la mirada hacia mí y en sus ojos se puede notar que está perdida, ida. No está en si misma. Antes de poder decir más, aparecen Goya, Triana y Mónica. Las tres llevan pequeñas armas para defenderse, desde navajas hasta cuchillos afilados de cocina.

—Zulema. —Murmura el nombre de la mora, la misma que está en posición de defensa.

—Mónica. —La pelinegra se bufa de ella utilizando el mismo tono de voz mientras que se va poniendo de pie quedando frente a las demás. Me lanza una mirada rápida y sé lo que quiere decir, lo que me parece innecesario porque pensaba hacerlo igualmente. Ambas reímos y agarra a la más joven de la camiseta para acercarla a ella.

—A ver ese ímpetu de la juventud... —Aparta el pelo con un movimiento sutil de cabeza y alza el mentón hasta rozar con la navaja de Triana. —En la yugular. Clava.

Un suave "venga" se escucha en la habitación, pero no logro ponerle cara a quien lo dice. Todas esperamos un movimiento de valentía por parte de la novia de Goya, hasta ella misma, pero no lo logramos ver porque un grito llama la atención de las presente.

—¡Eh!

Macarena ha vuelto.

—Fuera. —Ordena y tira de Triana hacia la puerta. —¡Fuera!

Salen de una en una hasta dejarnos a las tres solas. La rubia cierra y se gira cruzando los brazos esperando algún tipo de reacción por parte de la que en algún momento fue su peor pesadilla.

—Estoy embarazada. Por eso necesito cambiar de vida y... te vendí a la policía. Pero el plan ha salido como el culo. Te toca.

—¿Me toca? —Es lo único que Zulema dice después de escuchar lo mismo que a mí me ha dejado de piedra por fuera, pero ardiendo de rabia por dentro. —Me la suda. —Se encoge de hombros y hace una mueca desinterés con los labios.

—¿Te la suda? ¿No tienes nada que contarme?

El silencio es notorio hasta que Macarena asiente levemente con la cabeza y se va hasta la mesita de noche para sacar del primer cajón un bote de pastillas.

—¿Qué coño haces? A ver, imbecil. Mi enfermedad y mi muerte me pertenecen.

La mora la agarra del cuello y en un forcejeo mutuo acaban apuntándose, solo que en este caso, la de la pistola es la española, la pelinegra solo lleva la intensidad de sus ojos que perforan igual o peor que una bala.

—Yo también tengo un cáncer, eres tú y mientras estés viva, yo no puedo seguir con mi vida.

—Pues dispara. Dispara, coño. ¡Dispara!

No puedo más, siento una presión en el pecho incontrolable y salgo por como si de un chasquido de dedos se tratase, del estado de shock en donde estaba metida. Me acerco a Zulema y la empujo del torso hacia atrás.

—¿Qué mierda pasa contigo, Zulema? ¿Enfermedad, cáncer, muerte? ¿Qué está pasando contigo? ¡Contéstame, joder!

Alzo la voz y dos lágrimas que parecen quemarme la carne se deslizan hasta la comisura de mis labios.

—¡Zulema! Respóndeme, te lo exijo.

Ella no lo hace. Ella no me responde. Su mirada se clava en mí como agujas y mi corazón se oprime como si estuviesen amarrándolo con cuerdas. Por segundos parece que dejo de sentir porque mi cuerpo no sabe gestionar tantos sentimientos, tantas emociones. Nunca antes había sentido tanto como en estos momentos. Mis lágrimas arden, mi respiración se entrecorta. Ella me va a dejar, ella se va a ir.

Odio sentirme así.

NO SIN TI ⎯ Zulema ZahirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora