¡Hua Cheng desapareció!

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El día de hoy, El Príncipe Heredero que Complació a los Dioses despertó de golpe, como si un rayo le hubiese caído. Los rayos del sol matutino, que atravesaban las cortinas de seda del ventanal al lado de lecho matrimonial, rozaban su esbelta figura. Se retiró su cabello color canela que le cubría parcialmente su rostro níveo y perfecto. Su traje blanco desordenado y su piel aterciopelada con dulces botones rosa por doquier daban indicios de una noche desenfrenada. De pronto, sintió una inesperada angustia. Viró su cuerpo ligeramente hacia donde yacía su amado esposo.

—¿San Lang? ... ¿San Lang?

No estaba. Volteó su cabeza frenéticamente a todos lados. Volvió a mirar el lado de la cama, donde Hua Cheng reposaba cada noche y observó que en las sábanas interiores aún se podía ver marcada la figura del supremo de rojo. Su aroma y su presencia se percibían tan recientes, lo que provocó que el oficial brincara apresuradamente y comenzara a buscar por toda la alcoba, en cada esquina y en otros espacios colindantes. Se vistió y salió de la recámara, y miró por los alrededores de la sala de adoración. Espacio vacío y silencioso.

Un tipo de nerviosismo inquietante comenzó a apoderarse del corazón de Xie Lian, quien no entendía por qué su San Lang no lo recibió con un "buenos días", una sonrisa deslumbrante y sus ojos mirándolo amorosamente, como cada mañana al despertar.

"Revisaré por los jardines exteriores" —comentó para sí.

Al salir del Templo Qiandeng, por un momento perdió la noción del tiempo al ver el esplendor de los árboles de arce cuyas hojas de color carmesí caían al son del viento. Xie Lian tomó una en el aire con sus dulces manos y la llevó cerca de sus ojos para contemplarla, pero, inmediatamente, recordó la imagen de un joven adolescente carismático y seductor que se presentaba ante él como el tercer hijo de su familia, con quienes había tenido un altercado previamente. Al mismo tiempo, se percató de que alguien había recogido las hojas de arce y las había colocado en pequeños cerritos al lado de un par de árboles a unos metros del templo, tal como lo hacía San Lang los días en que se quedaba en el Templo Puqi.

"Debes haberlo hecho tú, San Lang. Te gusta realizar esta relajante actividad en las mañanas".

Recorrió una parte de un pequeño bosque rojizo que se ubicaba muy cerca de uno de los laterales del templo. No era muy denso y podía ser atravesado con facilidad. Miró hacia arriba y vio cómo los rayos del sol jugueteaban con las ramas y las hojas de los árboles que se entrelazaban entre sí, formando un pasadizo bellísimo, un túnel del color rojo tenue y espléndido para la vista. Xie Lian suspiró ante tal fantástica belleza natural que, a pesar de recorrerla diariamente con el Rey Fantasma todas las mañanas, se maravillaba de su fresco encanto.

"Si San Lang estuviese aquí, estaríamos caminando de la mano por este bello sendero... ¿Dónde estás?" —suspiró entrecortadamente.

No había rastros del supremo, dueño de Ciudad Fantasma, por ningún lado. Una lágrima surcó por su mejilla que se tiñó de un rosa carmín y su mano derecha arrugaba la vestimenta a la altura del corazón. Apretó los dientes y comenzó ligeramente a temblar. Pasó su mano para secar las lágrimas que ya no cesaban de caer, respiró profundo, sacudió la cabeza y decidió ir en la búsqueda de su esposo desaparecido.

"Fue un año sin ti, mi querido San Lang, y no quiero por nada del mundo padecer el mismo dolor que sentí durante tu ausencia".

Dio la vuelta y regresó por el mismo camino por donde sus pasos lo llevaron. Mientras volvía, llevó su mano hacia su mentón y comenzó a recordar las actividades domésticas que la pareja hacía todos los días después de despertar.

Un Cumpleaños diferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora