| Capítulo IV |

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—¿Dónde... estoy?

Se levantó con las piernas temblando. Los hombros le dolían como si tuviera las garras de un demonio y le subcionara la vida con una facilidad inquietante.
Avanzó con pequeños, pero vacilantes pasos. No obstante, una pared de cristal le impidió avanzar; la helada temperatura rodeaba la yema de sus dedos hasta cubrir por completo sus gruesas y ásperas manos.
Revisó a su alrededor para caer en el horror de estar atrapado por una especie de envase redondo; el morado de aquella botella lo envolvía en una pequeña locura. Podía sentir una camisa de fuerza cortar sus respiración y jalarlo a una condena larga, de esas en que caes en una irremediable locura.

—Mientras tu talento sea lo bastante grande para un concierto de dos horas—dijo—, no importa en dónde estés.

Esa voz le levantó los vellos de la piel.
<<¿Mi talento?¿A qué se refieren?>> pensó mientras respiraba con dificultad. Sentía unas terribles ganas de vomitar y, con cada bocanada de aire, su garganta se encerraba.
Los recuerdos llegaban a la velocidad de las hojas con la llegada del invierno, pero una reciente cita, una imposible de olvidar, hizo que todos sus sentidos volvieran a su persona.

—¡Poppy!—gritó—¡Déjenme salir de aquí!—comenzó a golpear su prisión.

—Ahg—respondió el otro sujeto en la sala—, odio cuando se ponen dramáticos.

Otro recuerdo llegó con la delicadeza de un cisne, pero preocupante como la perdida de una enorme cosecha.

—¡Los chicos!—golpeó con más fuerza—¿Dónde están?¿Qué les hicieron?

—Relájate, payaso—respondió—. Gracias a ti no tenemos el suficiente talento para todas nuestras presentaciones.

Tomó la botella con brusquedad; esto hizo que cayera de espaldas y se golpeara más de una vez. Miró con horror esas dos ventas del alma, mismas que reflejaban deseos de ambición.

—Más te vale tener un enorme talento si no quieres morir antes del anochecer.

Un sonido levantó sus orejas. Provenía de arriba, pero era de una frecuencia débil.
De repente, un torbellino lo rodeó con fuerza; su cuerpo comenzaba a envolver en una sábana helada, pero sentía como varios cuchillos le cortaban la piel. Demasiado rápido para detenerlos, demasiado fuertes para esconderse.
Succionaba su fuerza, su energía, sus memorias con una fuerza impresionante, como si una mano atravesara su cuerpo hasta llegar al alma y, con una burlona carcajada, tomaba su escecia.
No podía mover los labios, aunque por dentro se hundiera en gritos de dolor.
No podía correr por mucho que deseaba salir de ahí. <<Basta, por favor.>>—pensó—<<Deténganse>>. Unas pequeñas lágrimas amenazaron sus ojos mientras apretaba sus puños hasta lastimar sus palmas.

El tornado desapareció después de unos segundos. Su cuerpo cayó de golpe.

—Listo—añadió la voz masculina—. Vámonos o llegaremos tarde, querida.

—Me fastidia la sección de fotos—agregó la mujer, dejando la botella en una mesa de mármol blanco—. La última vez alguien quiso darme un abrazo—dijo con un tono de asco.

Ambas voces se alejaron en una conversación vaga y superficial hasta que el silencio apaciguo el lugar.

No podía moverse, mucho menos gritar.
Todo su cuerpo suspendía un dolor desgarrador, como si estuviera en un lago de ácido. Sus párpados pesaban como bloques de hielo; las imágenes se volvían borrosas.

—Poppy—susurró ese nombre con la fuerza de una ventisca apagada—. Lo siento...

Cerró los ojos.
Todo se sumergió en profundas tinieblas.







En medio de un sendero descuidado; cerca de los flora y fauna del sur avanzaba un orobus de tono lila a un ritmo estable. Frente al volante estaba una troll de cabello rosado con las manos nerviosas y, aunque tenía la vista en el camino, no podía dejar de pensar en el bienestar de su novio y en la reciente noticia de tener un cuñado secreto.
El simple hecho de recordar aquel momento le daba unas terribles ganas de vomitar y respirar se volvía un acto complicado.

Escuchó un ruido que provenía de la parte trasera del transporte. Era algo curioso, ya que revisó todo su equipaje antes de partir. Colocó el vehículo en piloto automático, dejó el asiento con los nervios de punta y avanzó con pasos largos. Inspeccionó sus cosas con un humor delicado; eran demasiadas emociones para ser un sólo día.
Revisó su mochila que, al abrirla, un pequeño bulto se movía debajo de sus cobijas. Inclinó la espalda hasta tener cerca su fruncido rostro.

—¡Es hora de la aventura!—gritó un pequeño troll de piel brillante y lentes amarillos.

La reina soltó un tremendo grito. Retrocedió en dos pasos y cayó de golpe.

—Ups—dijo con los hombros encogidos—. Lo siento, tía Poppy.

La reina suspiró con fuerza, como si hubiera trabajado dos días seguidos y no llevaba la mitad del trabajo.
Se levantó mientras sacudía el polvo de su vestido azul y miraba al pequeño troll con un aura de advertencia. Era como un padre delante de su travieso hijo.

—Tito—se acercó—, ¿qué haces aquí? Diamantino va a estar muy preocupado.

—Estará bien—dijo—, le dejé una nota antes de partir—Mostró una sonrisa de satisfacción.

—No creo que sea lo correcto.

—Tampoco que busques a tu prometido sola después de lo qué pasó—saltó de un sillón a otro—. Así que ambos estamos atrapados.

La expresión de la reina se oscurecía.

—No estoy jugando.

—Tampoco yo.

Aquella troll de piel rosado lanzó un bufido de frustración. Caminó con desdén hasta quedar en uno de los asientos naranjas del cetro. Tenía un disfraz de cansancio, aunque trataba de no mostrarlo.
Los hombros de Tito cayeron con tristeza. De todos los castigos que podían existir, no soportaba ver a su muy alegre y positiva reina en un estado de profunda tristeza.

-¿Por qué Ramón no me dijo nada?-recargó los brazos en sus muslos-. Creí que nos contábamos todo.

Tito camino en dirección a ella. Saltó al sillón más cercano y se acercó hasta tocar la mano de la reina con un tacto de compresión.

-Poppy, él tuvo sus motivos para no decirte ese detalle hasta el día de hoy, pero ese no es el mayor problema ahora.

La reina lo miró con tristeza, pero, a la vez, asombrada por la sabiduría que tenía en su corto tiempo en la tierra.

-Lo vamos a recuperar-agregó una postura de seguridad-. Te lo prometo.

El orobus rugió con fuerza, llamando la atención de ambos.
La reina se acercó con paso lento mientras la imagen de los arboles se volvía más densa.
Tomó la postal que descansó en el tablero de manejo. Lo levantó hasta que cubrió una pequeña parte del parabrisas.
Eran iguales, no había duda.
Las puertas del reino Beauty Bud se hallaba frente a ellos.

No estas solo [Trolls 3: se armó la banda]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora