| Capítulo VIII |

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La tierra se sacudió como si la entrada al inframundo se abriera lentamente. Las hojas de las copas de los árboles cayeron con la constancia de unas infantes lágrimas y, a pesar de que el trío de exploradores seguía colgado en el aire como pescados en un anzuelo, no evitaron experimentar un escalofrío que incubó desde la altura de su pecho hasta bajar por sus densos hombros. Era como si un amargo y denso mar obsidiano los ahogara con cada inhalación.
Todo las miradas se enfocaron por encima del troll de corte militar, pues una sombría figura crecía como el terror en su interior; sus ojos comenzaron a abrirse y las uñas se encajaron en las palmas de la manos mientras los latidos del corazón eran más rápido y a la vez ensordecedores. El sudor bañaba la frente hasta darle un brillo de perla.
Las cuencas doradas crecían conforme se acercaba y la tierra bailó al ritmo de la furia celestial. En toda su vida, jamás sintieron tan cerca de la muerte como aquel acercamiento. La hierba alta se inclinó con la brutalidad de sus patas, despertando el aroma a tierra mojada, pero ni eso relajó los músculos de aquellos inocentes bocadillos. Salió del sendero de un brinco. Todos se ahogaron en un grito profundo y claro.

La reina levantó los hombros y, con los puños a la altura de su corazón, rezó para que el cielo le concediera ver de nuevo a su amado. Pasó un segundo, dos, tres, cuatro, hasta cinco, y la reina del pop no sintió filosas garras atravesar su cráneo.
Abrió un ojo con lentitud y luego el otro, su mente daba vueltas mientras veía a la criatura debajo de ellos. Movía la cola con alegría y, ese brillo amenazante, fue remplazado por uno juguetón, como si no pudiera esperar más divertirse. Respiraba con agitado y con la lengua afuera.
Rugió con la fuerza de un trueno, levantando las patas delanteras para alcanzar a sus coloridas presas.

-Tranquila, Rhonda-se acercó con pasos tranquilos mientras sostenía una lanza delgada y algo vieja en su mano. A juzgar por el estado de su rama, ellos no eran los primeros en caer en sus trampas-. No son tu comida.

La criatura arqueo la espalda y bajó su cola mientras veía con ojos decaídos el rostro de su amo.

-¡Exacto!-agregó Tito con una sonrisa nerviosa-. Aún hay cosas que quiero haces. No llevo ni dos meses en este mundo.

La reina se movía de un lado a otro para zafarse de las cuerdas que presionaban sus tobillos, pero parecía más un pez que sale de agua a una inteligente estrategia para escapar de ahí.

-¡Oye!-sacudió los brazos-No sé quién te crees qué eres, pero exijo que nos bajes ¡Ahora!

Una carcajada salió de sus labios como si de un buen chiste se tratara.

-Wow, eres una mujer ruda, ¿eh?- Cruzó los brazo y levantó una ceja. Un exceso de confianza rodeaba su ser-. Me gusta eso.

La reina dibujo una mueca de desagrado. Sus hombros se tensaron y bajó las cejas hasta demostrar una expresión nada alegre para ser un troll del pop.

-Escúchame, no tenemos tiempo para

-¿John Dory?- entrecerró los ojos para saber si no se trataba de algo real o un efecto secundarios de demasiada sangre a la cabeza.

La reina abrió los ojos de golpes. <<¿Lo conoce?¿Acaso es uno de los hermanos de Ramón?>> preguntas del mismo tono rondaron por su mente y su mirada brincaba del troll mayor a Floyd como si no pudiera comprender el chiste de la obra.

El troll de chaleco café se sobresaltó por esa pregunta. Era como si no hubiera escuchado su propio nombre salir de otros labios por tanto tiempo. Se levantó los lentes con lentitud, dejando ver una confundida mirada celeste.
Los estudió de pies a cabeza al mismo tiempo que caminaba alrededor de sus sombras en el suelo. Arrugó la nariz y un ceño fruncido se dibujó en su matiz, como si estuviera frente a un problema de matemáticas imposible de resolver. Se detuvo frente a la sombra del troll de piel celeste; sus ojos se abrieron de par en par. Sus dedos titubear hasta que lanza cayó.
de un golpe abrió los ojos como plato.

No estas solo [Trolls 3: se armó la banda]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora