VII.

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La guardería era un edificio gris, de ventanas cuadradas con  parterres de diferentes flores

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La guardería era un edificio gris, de ventanas cuadradas con parterres de diferentes flores. Algunas tenían rosas en enredaderas, otras jazmines de botones cerrados hasta la nueva estación. Sin embargo, ninguno de los dibujos llenos de colores de los ventanales o los monigotes de los niños en las paredes, podían levantar el sabor de amargura de mis labios. El lugar era una memoria de mis hijos y, a su vez, la pérdida de muchos padres. Te lancé una mirada de reojo.

¿Cómo me sentiría yo en caso de perder a Carlo? ¿A Lucrecia? La sensación de deja vú ronroneó en mi estómago. ¿Por estos sentimientos, esa persona realizó ese ritual en mi vida pasada? Entre más los veía florecer en sus seres individuales, más comprendía situaciones de mi infancia. Y, por supuesto, los dos lados de tu suicidio. Acaricié el aire donde se encontraba tu mano. En respuesta, hiciste bailar los bordes de mi chaqueta con un poco más fuerza de lo que la suave brisa permitiría.

—¿Por qué le interesó nuestra institución? —Empezó a hablar el hombre de serio rostro. Su paso era lento, una de sus piernas sin completar el movimiento de péndulo—. Soy John Fullarton. Soy el nuevo director.

Metí los manos en los bolsillos de mi chaqueta. La temperatura alrededor de esa construcción no hacía más que bajar a medida que subíamos por las escaleras y entrábamos al vestíbulo. Igual que afuera, los colores brillantes de las paredes se ocultaban tras un filtro gris lo suficiente intenso para que ni una sola pizca de alegría lograra alcanzarnos. La risa de los niños, audible a esas horas, se encontraban tan ausentes como la luz en las noches de otoño.

—Fausto Mazzini. Ya conoce mi trabajo, pero para responder, solo me llamó la atención la fachada. Es la primera vez que veo un sitio tan alegre para los niños. —Las mentiras se volvían más sencillas a medida que crecía. Me crucé de brazos, el fantasma de una sonrisa presionando en mis mejillas.

Risas al fin se escuchaban de una habitación siguiente, de niños o de adultos no sabía decir, pero lo suficiente alto para inyectar algo de vida a las habitaciones. De vez en cuando pasaba un grupo de estudiantes mayores a los baños o algún profesor en pro de algún producto. Sin embargo, el director no me invitó a ninguna parte. Sus palabras se inclinaron a hablar de los múltiples cuadros de los directores y de alumnos destacados.

—Fausto. —Tu voz me distrajo de las siguientes palabras del director. Giré la cabeza sin despejar la mirada del rostro ajeno hasta que te moviste y bloqueaste mi mirada.

La expresión en tu cara quitó cualquier resquicio de alegría que tenía dentro de mí. Temblé. En el sitio de tus ojos existía un par de cuevas cavernosas igual al de las calaveras, pero la piel alrededor seguía tirante. Tus labios eran un par de líneas sangrantes, los dedos empezaban ya a romperse por el paso de la putrefacción. Zonas aquí y allá revelaban los músculos llenos de insectos por nacer. Llorabas sangre combinada con pus, el aire de tu visión siguiendo la línea de uno de los rellanos.

Vicisitudes de un adulto suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora