I.

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El silencio que nos rodeaba era de confusiones y de curiosidad

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El silencio que nos rodeaba era de confusiones y de curiosidad. Sin embargo, ¿no son ambas hermanas de iguales madres?. Cualquier terror en tu aura se diluía como los pozos entre las grietas de la calle, las visiones de tus ojos primerizos lo suficiente brillantes para distraerte de tu nueva situación. La oscuridad tenía estrellas en tus pupilas.

Suspiré, una ligera sonrisa escapando mis intentos de seriedad al notar las ligeras arrugas alrededor de tus labios. Era normal, suponía, perderse en la belleza de un paisaje desconocido. Igual resultado tendría una comida deliciosa o las sábanas de una cama recién colocada, los sentidos menos importantes se adormecían y los demás bebían sin parar de los detalles de la experiencia. Te detuviste unos pasos frente a mí, la mano que buscaba mi guía ahora en cinturón. Respirabas y tu aliento era una nube atrapada a tu alrededor tan blanca como los cabellos en tu coronilla, lejos de tu herida.

Los colores de las luces halógenas eran carnaval de celebraciones, los miembros de ese Otro Lado ajenos o acostumbrados a la belleza de su nuevo hogar. La mayoría ignoraba la estupefacción del nuevo habitante, lanzaba alguna mirada curiosa a la figura todavía viva o se detenía un momento para contrastar los colores de ese día. Sin embargo, la novedad duraba un chasquido de dedos y las compañías se marchaban tan silenciosas como llegaron.

—Es tan... Bonito. —Lograste articular, las palabras atascadas en su garganta. Con dificultad, lograste controlar el inicio de un sollozo. Apretaste los labios, tu aura blanca y pálida, ausente de toda memoria que te hacía tú. Ladeaste el rostro lo suficiente para ocultarme tu sufrimiento—. ¿Puedo quedarme aquí el tiempo que desee?

Posé una mano en uno de sus hombros, la carne cálida era la mera ilusión de compartir el mismo frío. Mi corazón se encogió de nuevo, la juventud de esa alma suicida la mayor tragedia de toda la situación. Quería contarte, acercarme a tu confianza suficiente para hacerte comprender que la edad curaba las heridas de la adolescencia. La terapia, las actividades al aire libre, la alegría en los pequeños detalles. Sin embargo, ¿cómo hacerlo ahora, cuando no existía vuelta atrás? Estaba muy fresca la decisión para verla en perspectiva. Señalar los errores y causar sufrimiento en vida era enseñanza. En la muerte, era innecesario, incluso cruel.

En cambio, apreté la tela suficiente para llamar tu atención. La turbulencia de tus emociones era tan clara como el tono de tu piel, las venas azules visibles a simple vista. Reprimí las ganas de abrazarte, de acariciar tus cabellos hasta que pasara.

—Puedes, Werther, pero yo no. La vida sigue su curso, estemos listos para enfrentarla o no. —Usé el tono que recordaba salía de los labios de mis tíos al darme consejos. Firme en el tono, dulce en las oraciones—. Y para los vivos, como yo, corre en un parpadeo. Si te quedas, te quedas solo.

Rumores de niebla comenzaban a alcanzarnos, la poca vida restante del cadáver ajeno escapaba a cada segundo. Mantuve mi postura, el tiempo era una ilusión en ese plano. Mi cuerpo seguía moviéndose en el plano físico, la misión de volver a casa implantada en sus acciones y límite de lo que podía hacer sin mi presencia allí.

Vicisitudes de un adulto suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora