El regreso a la ciudad trajo consigo la rutina habitual de entrenamientos y partidos. La relación entre Julián y Enzo se había fortalecido durante su escapada al campo, pero la presión de la temporada no tardó en reanudarse. El próximo partido era crucial para su equipo, y todos estaban al máximo de su rendimiento para asegurar una victoria.
El día del partido llegó, y el estadio estaba lleno de fanáticos ansiosos por ver a su equipo ganar. Julián y Enzo estaban más concentrados que nunca, sabiendo lo que estaba en juego. Sin embargo, a medida que avanzaba el partido, la tensión se hacía palpable. Los equipos estaban igualados, y cada movimiento era crucial.
Faltando pocos minutos para el final, el marcador seguía empatado. El entrenador hizo una señal a Enzo para que avanzara y tomara una posición ofensiva, esperando que pudiera crear una oportunidad de gol. Julián vio a Enzo moverse hacia adelante, listo para apoyar en cualquier momento.
Pero entonces sucedió. Enzo recibió el balón en una posición prometedora, pero al intentar hacer un pase decisivo, su pie resbaló ligeramente y el balón fue interceptado por un jugador del equipo contrario. En un contragolpe rápido, el equipo rival aprovechó la oportunidad y anotó el gol que decidió el partido.
El estadio quedó en silencio durante unos segundos, seguido por un rugido de decepción. Julián sintió una mezcla de incredulidad y frustración mientras veía a Enzo arrodillarse en el campo, claramente devastado por su error.
Cuando el pitido final sonó, Julián y sus compañeros de equipo se dirigieron al vestuario, sus caras reflejando la amargura de la derrota. Enzo entró unos minutos después, con la cabeza baja y sin decir una palabra. Julián, aún lleno de adrenalina y frustración, se acercó a él.
—¿Qué demonios pasó, Enzo? ¡Era una jugada fácil! —exclamó Julián, sin poder contener su enojo.
Enzo levantó la mirada, su expresión mostrando una mezcla de culpa y dolor.
—Lo siento, Julián. Resbalé. No fue intencional.
—¡Eso no cambia el hecho de que perdimos por tu culpa! —replicó Julián, su voz subiendo de tono.
El resto del equipo se quedó en silencio, observando la tensión creciente entre los dos. Enzo apretó los puños, tratando de mantener la calma.
—No necesito que me lo recuerdes, Julián. Ya sé que arruiné el partido —dijo Enzo, su voz temblando de emoción contenida.
—Pues parece que sí, porque no te das cuenta de lo que nos jugábamos. Todo el esfuerzo que hemos puesto, todo tirado por la borda por un error tonto —continuó Julián, su enojo aumentando.
—¡Ya basta! —gritó Enzo, perdiendo la paciencia—. ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no me duele? Pero seguir echándomelo en cara no ayuda en nada.
Julián se acercó aún más, su rostro a pocos centímetros del de Enzo.
—Lo que no ayuda es que sigas cometiendo errores. Si no puedes manejar la presión, tal vez no deberías estar aquí.
Enzo lo miró con incredulidad y rabia.
—¿Eso crees? ¿Que no merezco estar aquí? —dijo Enzo, su voz llena de amargura—. ¿Y tú? ¿Nunca has cometido un error? Esto no es solo mi culpa, somos un equipo.
—Un equipo que no puede permitirse fallos así —respondió Julián, sin ceder.
Enzo negó con la cabeza, su rostro tenso y lleno de dolor.
—No puedo creer que pienses así. Tal vez eres tú el que no entiende lo que significa ser un equipo.
Sin más palabras, Enzo se dio la vuelta y salió del vestuario, dejando a Julián y al resto del equipo en silencio. La atmósfera era densa, y todos sabían que algo profundo se había roto entre los dos.
Esa noche, Enzo no regresó al apartamento. Julián se quedó solo, su mente repitiendo la discusión una y otra vez. Sentía una mezcla de arrepentimiento y terquedad, sin querer admitir que tal vez había sido demasiado duro.
Pasaron los días, y la tensión entre Julián y Enzo no mejoró. Enzo se había mudado temporalmente a la casa de un amigo, y aunque seguían viéndose en los entrenamientos y partidos, la comunicación entre ellos era mínima y fría.
El equipo notó el cambio, y aunque intentaron seguir adelante, la falta de armonía entre sus dos jugadores clave afectó el rendimiento colectivo. Los entrenamientos se volvieron más difíciles, y el ambiente en el vestuario era tenso y pesado.
Un día, después de un entrenamiento particularmente agotador, Julián se quedó en el campo, practicando tiros a puerta en un intento de despejar su mente. Estaba tan absorto en su frustración que no notó la llegada del entrenador hasta que éste habló.
—Julián, necesito hablar contigo —dijo el entrenador, su voz firme pero comprensiva.
—¿Sobre qué, entrenador? —preguntó Julián, sin dejar de mirar el balón.
—Sobre ti y Enzo. Esta situación está afectando al equipo, y necesitamos que lo resuelvan —respondió el entrenador, colocando una mano en el hombro de Julián.
Julián suspiró, finalmente enfrentando la realidad.
—Lo sé, entrenador. Pero no sé cómo arreglarlo. Dije cosas que no debí decir, y ahora no sé cómo volver atrás.
—Empieza por hablar con él, con honestidad y humildad. Ambos cometieron errores, y ambos necesitan asumir su parte de responsabilidad —dijo el entrenador, mirándolo a los ojos—. El equipo los necesita, pero más que nada, ustedes necesitan resolver esto por su propio bienestar.
Esa noche, Julián se dirigió a la casa donde Enzo se estaba quedando. Estaba nervioso, pero sabía que debía intentarlo. Golpeó la puerta y esperó, su corazón latiendo con fuerza.
Enzo abrió la puerta, su expresión mostrando sorpresa al ver a Julián allí.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Enzo, sin invitarlo a pasar.
—Necesitamos hablar, Enzo. No podemos seguir así —dijo Julián, intentando mantener la calma.
Enzo suspiró y salió, cerrando la puerta detrás de él. Se quedaron en el porche, el aire nocturno fresco a su alrededor.
—Habla entonces —dijo Enzo, cruzando los brazos.
—Lo siento, Enzo. Fui demasiado duro contigo. Estaba frustrado y dije cosas que no debí decir. Pero esto está afectando a todo el equipo, y no podemos seguir así —dijo Julián, sus palabras sinceras.
Enzo lo miró, su expresión suavizándose ligeramente.
—También lo siento, Julián. Sé que cometí un error, pero no esperaba que me culparas de esa manera. Me dolió mucho —respondió Enzo.
—Lo sé. No quería herirte, pero dejé que la frustración me controlara. ¿Podemos intentar superar esto juntos? —preguntó Julián, extendiendo una mano.
Enzo miró la mano extendida de Julián y, después de un momento de duda, la tomó.
—Sí, Julián. Podemos intentar. Pero necesitamos ser más honestos y apoyarnos mutuamente, sin importar los errores —dijo Enzo.
Se abrazaron, sintiendo que, aunque la herida aún estaba presente, había una esperanza de curación. Sabían que tomará tiempo, pero estaban dispuestos a trabajar en ello, por su relación y por el equipo.
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sueños entre goles y amor( julienzo)
Fiksi PenggemarEn _Sueños entre Goles y Amor_, el lector es sumergido en una apasionante historia que entrelaza el mundo del fútbol con una historia de amor conmovedora entre dos jóvenes promesas del deporte: Julián Álvarez y Enzo Fernández. Ambientada en el vibra...