Prólogo

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Su cabello se movía rebeldemente, no dejando acomarlo. El viento de la playa golpeaba su cara mientras caminaba por el cendero, sus pisadas eran cuidadosa para no tropezar. Era un lugar hermoso eso le habían dicho. Ella sabía que la casa de sus padres estaba a unas cien yardas al sur del lugar. No iba a ser difícil regresar. Ya estaba acostumbrada a eso.

Ella no era como todos. Estaba usando un vestido negro y un gorro, que su madre la regañaba al verlo usarlo, pero ella no le importaba era su favorito y poniendo demasiado controladora con ella. Pero al fin y al cabo, era su madre. Ella siempre estaba sola. Era una niña solitaria. Su vara y sus gafas  ahuyentaban a los demás niños.

Ser ciega no era algo emocionante. Para todos era  era algo realmente difícil de tratar, pero ella estaba bien con ello. Su ceguera la apartaba de un mundo oscuro del que ella sabía no había escapatoria. No podía hacer lo que los otros niños hacían. No podían jugar. Su vara era su mejor amiga. Ni siquiera tenía un perro guía porque su madre no aguantaría el fetido olor de las heces de un canino en su casa, pero eso estaba bien. A ella no le importaba, ya que estaba acostumbrada a ese don que Dios le había dado  y no podemos cuestionar sobre ese don y tampoco podemos cuestionar sus mandamientos.

Para ser una niña de doce, ella no hablaba mucho, se sentaba al frente de la clase pero nunca nadie tenía intereses de sus problemas. Sus problemas no eran importantes para nadie.

Así como sus compañeros no le hablaban, ella no le hablaba a sus compañeros.

El olor del mar era como un perfume para ella. Y amaba sentir los árboles y las flores. Una imagen de una gaviota revoloteando sus alas apareció en lo más lejanos alcances de su memoria. Lo cierto era que no extrañaba mucho su vista. Le habían contemplado era ya vagamente recordado.

Al principio fue difícil pero era suficientemente joven como para adaptarse naturalmente a la ceguera. Pero aún así, estaba algo celosa de que todos a si alrededor eran felices viendo televisión y jugando con sus computadoras. Pero no podía hacer nada. Sus padres tenían el suficiente dinero para una operación y su  tiempo de espera ya se estaba agotando tal vez en unos años  ella ya se podía auto indicar ciega para toda su vida. Ya no importaba mucho.

Su vara era casi innecesaria en ese lugar. Ella ya sabía cuando moverse a la izquierda, cuando saltar a la derecha y cuando permanecer en el camino.

Ese día estaba caluroso, en Jackson Ville siempre hacia calor. Ella a veces sonreía. A veces habían motivos para sonreír. Como cuando su madre llegaba a casa y hacia la cena, o cuando su padre salía temprano del trabajo y los tres tenían conversaciones en la sala de su casa. Era hija única. Sus padres decidieron no tener más hijos por la atención que debía tener una  niña ciega en su vida. O tal vez no. Si hubiera tenido hermanos quizás tendría a alguien con quien hablar. Pero no los tenía. Y no le hablaba a nadie.

Los sonidos de risas se  aproximaron a ella. Tomo fuertemente su vara y siguió caminando hacia el sur.

"ignoralos", se dijo, "se irán si los ignoras"

Pero no lo hicieron

Esto pasaba cada día durante el otoño. No entendía que hacían sus compañeros en ese lugar. Se suponía que nadie iba en esa estación del año a ese lugar.

Entonces entendió lo entendió.

Ese era el día en que ellos la seguirían hasta su casa para seguir atormentando la.

Su vara golpeaba levemente la arena. El sonido de una voz la desconcentro.

"¡Cuidado! ¡Hay alguien ahí!"las risas  se dieron.

" ¡caerás en el mar! "

" ¿y si que si se cae? ¡No estaría viendo que le pasa! "

Se detuvo y movió su cara delante de ella. No había nada. Siguió avanzando.

" ¡vas a caer! " La voz de una niña vino desde  atrás.

Pudo contra que eran cuatro. Sabía sus nombres y ellos la conocían. Desde que había llegado a ese lugar, cuando entró en el salón de clases y todos susurraban cosas acerca de la niña nueva, sabía que ese día no iba a ser el mejor. Siempre pasaba en la escuela, a veces en el parque, pero ahora estaban en la  playa, el único lugar en el que ella se sentía en paz. No los odiaba, su padre le había enseñado a no odiar. Pero no entendía cual era su problema. No había hecho ni dicho nada a ellos.

"¡Dejame sola!" Dijo suavemente.
"¿Por favor?"

No se escucho nada más, incluso pensó que sus ataques se habían ido. Sus sentidos habían agudizado y estaba segura de que ellos seguían ahí.

Al escuchar que los pasos se apresuraban hacia ella y las risas es tallando a su alrededor, supo que estaba en problemas.

CRITICAL-adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora