Epílogo

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El campus de la Universidad de Kentucky cobra vida cuando me despierto

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El campus de la Universidad de Kentucky cobra vida cuando me despierto. El sol matutino inunda la habitación con una luz cálida y dorada que se cuela por las ventanas. Me estiro perezosamente, sintiendo el peso de la rutina que me espera, aunque algo en mí siempre busca evitar esa monotonía.

La cafetería del campus está llena de estudiantes ocupados, hablando, riendo, preparándose para el día. Me esfuerzo por ser parte de ese bullicio, pero una parte de mí siempre se siente desconectada, como si lo observara todo a través de un vidrio, sin poder atravesarlo del todo.

Las clases son una mezcla de interés y distracción. Las materias van desde anatomía y fisiología hasta nutrición y psicología del deporte. Al final, decidí estudiar Ciencias de la Salud, eso para seguir vinculado al básquet. Es lo que me mantiene enfocado.

No diré que soy el mejor en el equipo, porque no lo soy, pero poco a poco he ganado mi lugar, voy subiendo escalones. Me toman en cuenta, y eso es lo que importa. Nunca estoy en la banca, y no tengo intención de estarlo.

Mis fines de semana son bastante entretenidos, sobre todo gracias a Ben, mi compañero de cuarto. Él se ha convertido en alguien en quien puedo confiar, siempre dispuesto a animarme. Salimos con frecuencia: a correr, a comer algo por la ciudad, o a pasar una noche tranquila de películas... eso cuando su novia no está con él, porque cuando lo está, parece que no hay espacio ni para respirar.

Kentucky tiene su encanto particular, con paisajes verdes y cielos amplios. A veces me gusta caminar y sacar fotos de los atardeceres. Son cosas... simples, pero disfruto de ellas. Disfruto de las cosas de las que muchos parecen no darse cuenta, pero para mí tienen su propio valor.

La biblioteca se ha convertido en mi refugio. Ahí es donde me gusta desaparecer cuando necesito estar solo. Me siento entre los libros, perdiéndome entre las páginas mientras los demás estudiantes se concentran en sus estudios. Nadie repara en mí, y eso me da una extraña paz, como si por un rato el ruido y la presión de todo lo demás desaparecieran.

—¡Hola tú! ¿Todo bien? —sonrío ligero al oír aquella voz, su voz, esa hermosa melodía que consiente o inconscientemente me hace sonreír—

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—¡Hola tú! ¿Todo bien? —sonrío ligero al oír aquella voz, su voz, esa hermosa melodía que consiente o inconscientemente me hace sonreír—. Es chiste, esto solo es una grabación. Pero puedes dejar un mensaje después del tono. ¡Bye!

El pitido suena, y aunque ya me he acostumbrado, sigo deseando no escucharlo, esperando algún día oír su voz en vivo al marcar su número.

Me aclaro ligeramente la garganta.

—Hey, linda. ¿Cómo vas? Yo... bien —relamo mis labios y me deslizo por la pared, cayendo sentado al suelo—. Bueno, ¿por dónde empiezo...? ¿Recuerdas el examen del que te hablé la otra vez? Fue un desastre, la profesora no paraba de mirarme como si fuera a copiar o algo parecido, pero obviamente no lo hice, y aprobé con una A+. Le cerré la boca, ¿eh?

Frunzo los labios, pensativo.

—Ah... Otra cosa, ¿te acuerdas de Ben? El que te dije que entró a Kentucky conmigo; bueno, ahora es mi compañero en la residencia. De hecho, vamos a salir un rato con algunos amigos a jugar básquet, seguro comeremos algo y tomaremos cerveza... ¿Sabías que ahora bebo? No mucho, pero ya no me emborracho con un solo vasito.

Recuesto la cabeza contra la pared, observando a los estudiantes en el campus.

—Ah, y tu mamá siempre se acuerda de mí. Me escribe, a veces me manda audios. Es divertida. Y me llevo un poco mejor con Matt. Sí, increíble, ¿verdad?

Me tomo un momento. El sol dorado ilumina el césped verde y los caminos pavimentados. Grupos de estudiantes conversan animadamente, algunos se relajan en bancos, mientras otros disfrutan de la cafetería al aire libre.

—Nathan vendrá con Alex el fin de semana, dicen que Boston es lindo; quizás salgamos a comer y... tal vez la semana que viene vaya a dejarte flores. El celeste es tu favorito, ¿verdad? —suelto un suspiro y me quedo callado, porque otra vez mis ojos empiezan a aguarse mientras desligo el celular de mi oído y lo observo con mirada perdida—. ¿Es mucho pedirte que vuelvas solo cinco minutos?

Fingir que no duele, duele el doble.

Y es que, en serio, no tienes idea de lo mucho que extraño tus abrazos, escucharte llamarme imbécil cada que te molesto, o que me hables de los libros que te gustan. Extraño el brillo de tus lindos ojos verdes, tus caricias en mi cabello, tus labios... y ese sabor a cereza que tanto me gusta sentir cada vez que te beso.

Dentro de un mes será un año desde que te fuiste. Y no tienes idea de cuánto quema. Me siento patético porque todos me dicen que debería dejarte ir, que debes descansar. Que siga adelante. Ya sabes... dejarte ser en paz.

La psicóloga me ha dicho que es normal, que llorar está bien, que el extrañarte está bien, pero que no debo dejar que eso me carcoma. Y me molesta mucho, ¿sabes? En serio, me molesta saber que un día te soltaré, que un día olvidaré tu voz. Me molesta saber que tengo que seguir mi vida, y me siento un maldito enfermo, un puto egoísta porque te extraño. Por Dios, Emmy, yo... yo en serio te extraño mucho.

Pero, ¿sabes qué otra cosa sé? Sé que el amor que compartimos fue real. Y aunque el final no fue el que había soñado, me dejaste algo eterno, una marca indeleble. Aprendí que el amor verdadero no siempre tiene un final feliz, pero eso no lo hace menos valioso. Porque el dolor... no borra lo que fuimos, lo que somos. Él no puede borrar nada de eso, porque estar contigo fue parte de lo que soy ahora. Y a pesar de todo, no me arrepiento de nada.

Pero en fin, supongo que no soy el más indicado para hablar de estos temas. Porque aparte de lo bonito, hay días que me despierto con los cables cruzados, y veo el sol brillante, a la gente alegre con sus parejas, y recuerdo que la única maldita cosa que quería que fuera real se me resbaló de las manos, entonces digo: qué asco el amor.

Envío el mensaje, y entonces las voz de Ben me saca de mis pensamientos.

—Te estamos esperando. ¿Qué hacías?

Me seco las lágrimas con el dorso de la mano. Guardo mi celular en el bolsillo de mi pantalón y sonrío ligeramente de labios sellados.

—Nada, ¿vamos?

El rubio asiente. Me pasa la mano, y con su ayuda me pongo de pie. Juntos caminamos hacia el grupo que ríe a carcajadas, pero mi corazón sigue atrapado en esos cinco minutos que nunca volverán.

Fin.

Qué Asco El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora