Capítulo XXIV - De la Cumbre de Líderes

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En la cálida y radiante mañana siguiente, los dublarinenses fueron conducidos hasta la cima de la montaña donde se situaba la azotea del castillo, lugar en que se llevaría a cabo la reunión entre monarcas: al aire libre y sobre una larga mesa de cuarzo que estaba decorada con tazas y jarras de té de manzanilla, alimentos para el desayuno y jarrones de vidrio con flores amarillas de tallo alto, cuyos pétalos brillantes irradiaban un suave resplandor dorado. El suave murmullo del agua cayendo por dos pequeñas cascadas entre las montañas llenaba el aire, añadiendo una pisca de serenidad al entorno.

Los últimos en llegar fueron los Helithrindor: el príncipe Galodoen, la princesa Arfuxia y el hijo de ambos, el duque Nífgolin. Los monarcas del Principado se situaron en la cabecera de la mesa, con el Duque a la izquierda de su padre. Al lado de Nífgolin, se acomodaron otros seis elfos que también participarían en la reunión. En el lado opuesto de la mesa, se ubicaron los dublarinenses, con Azra frente al Duque y el resto de sus hombres alineados frente a los demás elfos.

Kalemera, Azra Mirodi —dijo el Príncipe cuando por fin todos se sentaron. Luego, se volvió a los humanos—. Kalemera, mis señores. —Se volvió hacia los elfos—. Y kalemera a los elthoi aquí presentes.

—¿Kalomera? —pronunció erróneamente Azra, con sus cejas arqueadas en un gesto de confusión—. He escuchado esa palabra hace poco.

Kalemera —pronunció con lentitud la Princesa, corrigiéndolo—. Podría traducirse como «buen día» en la Lengua de Comúnhabla, aunque su significado excede del simple saludo matutino, puesto que implica el deseo de una jornada exitosa y próspera —le explicó de manera afable y con una sonrisa.

Luego de reírse, el Príncipe, al ver que todos los platos, cuencos y jarras estaban llenas, animó a los presentes a que se sirvan lo que deseen: pastelillos de manzana, uvas frescas, bayas jugosas e higos secos servían de desayuno.

Sobre el borde de un cuenco, Azra notó una sustancia espesa y cremosa de tonalidad marrón claro, y le llamó la atención. La probó con una cuchara y se empalagó, haciendo una mueca por lo excesivamente dulce que le resultó.

—Eso que probó es pasta lactosa, Azra Mirodi, un dulce que inventaron los hadas —le explicaba Galodoen—; nosotros tampoco sabíamos de su existencia hasta que los seres alados llegaron aquí. Sabe más delicioso si lo unta sobre pan.

—Conque pasta lactosa... —dijo Azra, mientras lo untaba sobre el pan. Al ingerirlo, quedó maravillado con su sabor—. ¡Riquísimo! Ya sé que va a ser lo primero que importe de estas tierras cuando nos aliemos. —Volteó a su derecha para mirar a Aris quien mostraba un semblante apático, representándose que su consejero lo reprendería por aquel comentario tan a la ligera; luego, carraspeó—. Digo, si es que concretamos la alianza.

—Bueno..., hablando sobre eso —agregó Galodoen en tono jovial—, podemos iniciar formalmente nuestra cumbre.

El primer punto a tratar en la cumbre, fue la posibilidad de intercambio de recursos, una cuestión que aburría un poco a Azra y que se encargaron de desarrollar y plantear principalmente sus escribas. Mientras Azra escuchaba, notaba la manera en que el Duque lo observaba con su profunda mirada verde. «Este tipo tiene un qí que se destaca incluso entre el resto de los elfos y el propio Príncipe», pensaba abstraído.

El segundo punto fue la posibilidad de intercambios culturales, como la participación en festivales y el fomento del turismo en cada tierra, algo que emocionó a Azra.

El tercer punto, que también interesó a Azra, fue la comercialización, incluyendo la importación y exportación de bienes. Aquí, quien tomó la iniciativa entre los dublarinenses fue el Consejero, dado que Aris solía cargar con responsabilidades de tesorería y finanzas.

El Poder de OikesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora