Capítulo VI - De la Aspiración a Paladín

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Con el paso de los ciclos lunares, el tiempo siguió su inexorable curso: un año y dos lunas transcurrieron desde que Azra ejecutó por primera vez su habilidad de naturaleza fuego, a la que él decidió bautizar con el nombre de «Ígneablam». Ahora él, se había convertido en un hombre joven, alcanzando los diecisiete años y la mayoría de edad.

Una mañana temprana, Azra estaba cargado de ansias, pues finalmente había llegado el día de la convocatoria trilunar, y así lograr emprender el camino para convertirse en un paladín. La preparación no había sido sencilla: un par de lunas atrás, Kitsune, en su incesante deseo de apoyar a su nieto, se había embarcado en una tarea importante: mientras Azra se quedó todo un día trabajando en el establo y recolectando frutos en compañía de su leal águila Aurora, el mago acudió a la zona suroeste de Dúblarin, al «Bastión Paladínico», con el afán de inquirir acerca de la fecha de la prueba y los requisitos necesarios para calificar como aspirante a paladín.

En esa mañana en la que el sol recién comenzaba a acariciar el horizonte, y en la que por fin Azra iba a ir a probarse, el esfuerzo y la preparación del joven se veían reflejados en su mirada decidida: aunque por dentro estaba un poco intranquilo, sabía que ese sería un día que marcaría su destino y que lo llevaría un paso más cerca de su sueño de convertirse en un paladín.

—Estoy algo nervioso —confesó Azra, mientras se encontraba en el comedor de su choza, listo para partir, mientras su corazón palpitaba con una velocidad inusual en él por la entremezcla de emoción y ansiedad que sentía.

—No seas tonto —replicó el anciano desde su rústica silla de madera—; solo debes hacer bien el examen teórico y luego pasar al físico. Si haces todo bien, los sensores que te evalúen presumirán que eres mayor de edad y apto para ser un aspirante a paladín. Sencillo, ¿verdad? —Kitsune era un hombre que mantenía una perspectiva serena ante la vida, teniendo la certeza de que cada desafío tenía su propia solución y que eventualmente, con esfuerzo, se triunfaría.

«Es fácil decirlo...», dijo Azra para sus adentros, en tanto exteriorizó un suspiro.

—¿Y qué hago con esto? —Señaló el lado izquierdo de su cara—. ¿Debería tapármelo?

—No, no lo creo. Si advierten que tienes media cara tapada, presumirán que solo verías con un solo ojo y no te aprobarían en el examen físico; tendrás que arriesgarte.

—Entonces, mejor así —dijo Azra con una sonrisa, pues él detestaba tener que taparse el rostro con un fastidioso pedazo de tela—. Espero que la gente de la parte occidental de Dúblarin no sea tan estúpida como la de este lado.

—Recuerdas nuestra conversación sobre cómo desempeñarte en la parte física del examen, ¿no es así? —quiso asegurarse el mago.

—Sí, sí; ya lo sé: no usar demasiado mis habilidades físicas para no destacar tanto —respondió con una expresión de exasperación, rodando los ojos levemente—. Espero que todo salga bien —expresó mediante una sonrisa ansiosa y un sonidito gutural.

—Ve, no querrás llegar tarde. Todo irá bien; ya verás.

—¡Grawk, graaawk! —chilló Aurora, quien estaba sobre la mesa.

—Gracias a ambos, ¡adiós! —Azra cruzó corriendo las cortinas de la choza y finalmente se marchó en dirección a Dúblarin occidental.

—¡Kraaak!

—Sí, Aurora... yo también —contestó el mago con una leve sonrisa.

Así, Azra se dirigió por aire directo hacia el Bastión Paladínico. A sus diecisiete años, su capacidad de vuelo había mejorado notablemente, aunque aún luchaba por mantener una dirección recta y una técnica perfecta.

El Poder de OikesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora