Capítulo XIX - De la Conquista: Acopio de Firmas en el Tratado de Sangre

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Tuvieron que recorrer poco más de tres mil cuatrocientos kilómetros desde Nápolan para regresar por fin, a mediados del décimo ciclo lunar del año 939, al extremo suroeste de Dúblarin, Ramaku, la capital de su reino. En cuanto a los paladines sanapedrinos y ciparfenses, fueron liberados, permitiéndoles retornar a sus respectivas tierras natales.

Una vez llegados al Castillo Real, el Rey y el General en Jefe acordaron que cuatro ciclos lunares sería tiempo suficiente para que los paladines y sus corceles descansaran y se recuperaran antes de emprender la última expedición, la más larga que tendrían hasta el momento.

Durante las tres primeras lunas, Azra logró distenderse, aunque solo físicamente, pues su mente no hacía más que discurrir acerca de su próximo viaje: se preguntaba si los reinos vencidos, Alberlania y Osgánor, en verdad firmarían el Tratado de Sangre, o si por el contrario sería necesario librar un nuevo enfrentamiento, lo cual esperaba poder evitar.

Asimismo, sentía una creciente ansiedad por la próxima invasión que llevaría a cabo contra el último de los reinos de Kilinn Landen, Sajatia: tanto por el frío extremo que tendría que soportar como por las fuerzas desconocidas que él y su ejército podrían enfrentar allí.

Durante uno de esos días, una luna y media antes de partir, en la noche del segundo día del año 940, Lucas, con ayuda de Végrand, terminó por convencer a Azra para que los tres fueran juntos a una taberna a festejar el alumbramiento número veintitrés de Su Majestad (ya que Azra les había comentado que Kitsune lo encontró en el tercer día del año 917 cuando él era un recién nacido y, como no conocía su fecha exacta de nacimiento, su abuelo adoptivo eligió de manera simbólica el día anterior para celebrar su día del alumbramiento).

A Azra siempre le había parecido una estupidez celebrar su nueva edad cada año, especialmente sin conocer su verdadera fecha de nacimiento. Por eso, nunca lo había festejado, pero ese día decidió hacer una excepción para complacer a sus amigos.

Azra, Lucas y Végrand se dirigieron al «Brebaje del Cervecero», una taberna de ambiente rústico en que su dueño, sus trabajadores y clientes, eran todos del pueblo llano. Al ingresar, el bullicio se desvaneció; los plebeyos se fijaron en Su Majestad, asombrados por ver al propio rey de Dúblarin ante ellos, una figura de gran popularidad en todo el continente.

—¡Es nuestro rey! —se admiró uno de los comensales, al tiempo que se puso rápidamente de pie para dedicarle una respetuosa reverencia—. ¡Hoy es un día gozoso!

—¡Por todos los dioses! —exclamó el dueño del lugar, quien hacía de cantinero por detrás de la barra—. ¡Su Majestad ha decidido honrar mi humilde establecimiento con su ilustre presencia! —Se volvió hacia sus trabajadores—. ¡Idiotas! ¡Atiéndanlo de inmediato!

—No... Está bien —dijo Azra, con una mueca de bochorno—, no es necesario tanto alboroto...

—Su Majestad esta noche luce más radiante que el propio sol —acotó una mujer joven con un tono sedoso, encauzando toda su atención hacia el Rey.

—Este va a quitarnos a todas las mujeres —le dijo Lucas a Végrand.

—¿Y qué esperabas? Alguien tan famoso y con tanto poder como él puede más que un mujeriego como tú —bromeó Végrand—. Pero eso a mí me tiene sin cuidado; yo solo vine a comer y a beber mucho. —Se frotó su gran barriga.

—Van a hacer falta muchos platos de comida para llenar esos dos estómagos que tienes —le replicó Lucas con un tono humorístico.

—¡No digas eso, cretino! —respondió Végrand, sin poder evitar que se le escape una risa—. Eso no tiene nada que ver; míralo a Azra: él come el triple que yo y aun así se mantiene delgado.

El Poder de OikesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora