Capítulo XIII - Del Preámbulo de la Travesía: la Espesura Boscosa

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Dos lunas después de la reunión del Rey y sus dos altos dignatarios en la Sala de Audiencias, ya todo estaba listo para partir hacia al sur del continente. Durante ese lapso de tiempo, Dúblarin se sumió en un cúmulo de frenéticas actividades.

El Consejero del Rey se dedicó en cuestiones de logística para llevar a cabo la recolección de provisiones esenciales: alimentos no perecederos como panes duros, quesos curados y embutidos ahumados, empaquetados en bolsas de cuero para atar a las monturas de los caballos. Para el agua, consideró que trasladarla en pequeños recipientes metálicos sería la manera más eficiente de conservarla. Y en cuanto a los suministros médicos, Aris consiguió ungüentos, vendajes y hierbas curativas para transportar en frascos de cerámica y cajitas de madera.

El General en Jefe estuvo atareado de igual manera al tener que convocar a los paladines del reino para asignarles la misión que deberían desempeñar, y también para forjar una especie de unidad psicológica entre ellos. Les detalló la estrategia y el objetivo, asegurándose de que cada paladín comprendiera su papel en la campaña que se avecinaba.

Y por el lado de los herreros reales, también trabajaron hasta el cansancio: puliendo una cantidad incontable de armaduras y forjando espadas nuevas y filosas, pero su labor no se detuvo en los paladines: también se dedicaron a equipar a los caballos con espuelas relucientes y protecciones en crines y patas, considerando todos los detalles para la movilidad y seguridad de los valiosos corceles.

Así, a inicios del año 938, un día lumis muy radiante por la mañana con el cielo despejado y una brisa apacible, el joven soberano y su ejército estaban preparados para aventurarse hacia los reinos de Sanapedrid y Cíparfa, las tierras más australes del continente.

La mayor parte de los paladines se había desplazado más temprano desde el Bastión Paladínico hacia el sur del Castillo Real, estableciéndose en el límite entre Dúblarin y la Espesura Boscosa para aguardar allí la llegada de Su Majestad, el General en Jefe y del distintivo grupo de paladines de alto rango del Claustro Marcial del castillo.

Mientras tanto, un reducido contingente de paladines, aquellos de menor rango, permanecieron en el bastión con la tarea de mantener una guardia mínima y de preservar el orden interno del reino.

En el Claustro Marcial, el Rey, a lomos de un corcel blanco, que se presentaba con el nombre de «Raudo», estaba vistiendo una regia camisa de seda holgada de tonos violáceos y rojizos, pantalones finos y anchos, además de una majestuosa capa ondulante, y su austera corona descansando en su cabeza. A su lado, y sobre su corcel de manto negro, se situaba Lord Marcius Lotiel, junto con su selecto grupo de paladines montados en sus equinos de pelaje pardo o grisáceo; estaban listos para salir por la pequeña y delgada salida de emergencia de la parte trasera del Castillo Real.

Lord Aris Crateso, quien también estaba presente en el claustro para despedirse con solemnidad de Su Majestad y desearle a él y a los demás una exitosa travesía, se quedaría en el castillo asumiendo la representación del Rey durante su ausencia, acompañado y asistido por la Guardia Real y los escribas reales.

—Aris, dejo el gobierno del reino temporalmente en tus manos —le encargó el Rey desde su caballo, con una ligera sonrisa en su semblante—. Estoy seguro de que alguien tan serio y audaz como tú no tendrá ningún problema.

—Sus palabras me honran, Majestad —contestó Aris en tono cordial al tiempo que hacía una leve reverencia—. Responderé a su voto de confianza con lealtad y diligencia.

—Además, Aris, antes de partir quiero recordarte sobre el inicio de la gestión del Palacio de Justicia que discutimos. Será crucial para aliviar la carga de los problemas del gentío de nuestro reino.

El Poder de OikesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora