Los juicios contra el señor Tian, Vivianne y los custodios se celebraban por separado. YunKai recibió la autorización de su psiquiatra para declarar, pero por medio de una grabación que iba a hacerse dentro de la clínica. Era lo mejor: aún no estaba preparado para estar frente a su padre.
Jiang y Angeline se abrazaron, consternados, cuando escucharon por primera vez su descarnado relato. A veces tranquilo, y otras luchando por no derrumbarse, YunKai respondió las preguntas del abogado. Desde el banquillo de los acusados, su padre gritó:
—¡Eso no es verdad! ¡Maldito mentiroso!
Angeline estaba furiosa, y Jiang trató de contenerla para que no empezara a gritarle insultos a su ex marido. Él también quería caerle a golpes, pero no valía la pena. Atravesando la sala, el señor Tian alcanzó a verlos. Les lanzó una mirada en la que se mezclaban la ironía y el desprecio, y luego se desentendió de ellos.
El juicio fue rápido porque las pruebas del secuestro eran abrumadoras, pero los abogados del señor Tian intentaron probar que Yunkai había cometido una estafa al quedarse a cargo de la empresa de su padre y dejarla en la ruina. Pero no pudieron probar nada: Yunkai había hecho las cosas demasiado bien, y se fijó hasta en el último detalle: parecía que se había manejado con torpeza por su falta de experiencia. Al final, cuando el juez dio su veredicto, la cara del señor Tian se transformó, y Angeline gritó de alegría: con los años que le dieron de prisión y la edad que tenía, su ex marido nunca iba a salir vivo de la cárcel. Ya no podría hacerle más daño a su hijo.
***
—Kai, ¿por qué no me dijiste la verdad? Todas las cosas que te hicieron…
—No quiero hablar de eso. —YunKai había vuelto a meter las manos en el agua de la fuente, y las sacudía con furia, empapando las plantas acuáticas—. Todavía no.
—Está bien, hijo.
—No te enojes conmigo, mamá.
—¡Niño tonto! —Angeline pasó los dedos por las mejillas de su hijo, para limpiarle las gotas de agua que lo habían salpicado—. ¿Quién puede enojarse contigo?
YunKai se sentía agradecido a pesar de que su familia se había roto: la verdad había salido a la luz, y su único arrepentimiento era no haberse atrevido a hablar antes, y que su madre viviera tantos años engañada. Pero ella parecía estar mejor. Tenía una motivación: su nueva vida al frente del hotel.
—¿Viste a Jiang?
La pregunta lo distrajo de sus pensamientos tristes, pero no le devolvió la alegría. Jiang había aparecido cerca del mediodía, llevando con él una gran bolsa que tenía una de sus especialidades culinarias: una sopa de cordero, su platillo preferido. Sin un lugar donde armar una mesa, usaron la silla del dormitorio para poner la comida, y mientras YunKai probaba con gusto aquella exquisitez, Jiang le explicó que había tomado prestada la cocina de Michel y Alain para hacerla, aunque había tenido que cocinar también para ellos.
YunKai se rió con la boca llena: Alain no era tan fanático de la comida china, pero le encantaba el cordero:
—Es que cocinas delicioso. En serio.
—Come más… —Jiang estaba raro: maniobraba una cuchara con la que ponía cada vez más sopa en su cuenco, y trataba de no mirarlo. Estaba tan nervioso, que llenó el cuenco hasta el borde. El líquido amenazó con volcarse por los costados.
—Detente. —Yunkai sujetó su mano, y a Jiang se le cayó lo que tenía en la cuchara. Armó un reguero sobre la silla. Protestando, intentó levantarse para ir a buscar con qué limpiar, pero YunKai se lo impidió:
—Primero dime qué te pasa. Nunca me habías traído nada, y ahora ésto…
Jiang no sabía cómo empezar. Había meditado en la decisión de quedarse un tiempo más con él, o seguir adelante con su vida. Luego del juicio, YunKai parecía haber mejorado, así que no tenía sentido que él siguiera apoyándolo:
—En poco tiempo podrás salir de aquí. Vas a volver a Calais con tu madre, y yo tendré que irme. Todavía me queda liquidar algunos asuntos y sacar mis cosas del apartamento...
Yunkai comprendió que esa era la despedida. Puso los palillos sobre el cuenco, porque se le había ido el apetito. Se arrimó a la ventana y se sujetó de los barrotes para mirar la copa del árbol del patio de lajas grises, y trató de recordar la sensación del agua fría de la fuente del otro patio. El pasado, como una película de amores malditos, desfiló ante sus ojos:
«¡Qué hombre tan interesante…!». Había pasado tanto tiempo desde aquella época en la que conoció a Jiang. Ya no podía pensar como aquel chico que vivía la vida con el desenfreno de la juventud, y a quien no le importaba el futuro. El amor había cambiado su mundo, y el miedo lo había vuelto vulnerable. Esa había sido su suerte, y también su maldición:
—Te agradezco que te quedaras para ayudarme —susurró—. Te deseo toda la suerte del mundo. En verdad la mereces.
Nunca iba a enamorarse de nuevo. No podía permitírselo.
***
Jiang volvió a Calais y se despidió de su vida. Observando uno a uno los rincones de su casa, en los que había vivido su amor y su tragedia, pudo encontrar algunos recuerdos de su ex pareja que se habían negado a abandonar los rincones. El balcón con vista al mar, que YunKai había elegido para él, le devolvió la imagen, como si fuera una pintura, de un cielo azul y diáfano, y un mar calmo por el que pasaban los barcos hacia el puerto. Años antes había vivido lo mismo cuando se despidió de su balcón en París, del antiguo camino de piedra con las casas adornadas de balcones floridos, y de una vida tranquila, para seguirlo. Ahora le tocaba continuar solo, y olvidar, si podía.
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Los enemigos (Finalista Wattys 2024)
RomanceUn francés pansexual y de espíritu libre, capaz de hacer cualquier cosa cuando quiere conquistar a alguien, se encuentra con un chino rígido, con novia y apegado a las reglas. Entre ellos va a nacer una historia de amor imposible, por un secreto que...