Cómo ponen precio a nuestras cabezas

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Ese mismo día, el jefe de guardia mandó llamar a Robert Zan, más conocido como el Buitre.

Llegó al anochecer: delgado pero enérgico; ojos lucidos y crueles; fino bigote, pelo oscuro y largo, tez soleada y duras facciones. Con vestido y sombrero negro y pañoleta roja como cinto, portaba pistola, espada y puñal. De su única oreja, colgaba un pendiente de oro en forma de lágrima. Su sola presencia despertaba inquietud entre los guardias. Su contramaestre, un tipo fuerte de grandes bigotes, horrenda dentadura y dos pistolas en el refajo, le acompañaba.

Subieron las escaleras hasta las estancias del gobernador, que se encontraba devorando un enorme pavo.

—Señor, ha venido el capitán Robert Zan —anunció el jefe de guardia.

—Pasad —exclamó el gobernador volviéndose hacia el Buitre—, ¿os apetece cenar conmigo?

—Me temo que mis modales no estén acordes con vuestra mesa.

—Bien, ¿cómo va nuestro trato?

—¡Viento en popa, señor! Sabeis que soy un hombre de palabra, ¿verdad contramaestre?

El bigotudo asintió con la cabeza y una sonrisa estúpida.

—¡Eso está muy bien! Si seguís así, dentro de poco tendré una isla más. ¿Os ha explicado mi jefe de guardia lo de ese mocoso?

—Ha dicho que me pagará treinta monedas de plata por la cabeza de un tal Juan de Vega.

—Sí, es un simple niñato, pero quiero su cabeza. ¡De mí no se burla nadie! ¿Puede hacerlo?

—Por supuesto, gobernador. ¿Acaso alguna vez he fracasado en vuestros encargos?

—No, y por tu bien no lo hagas. Aparte, os ofrezco cien monedas por capturar vivo al Demonio de Mar. ¿Sabéis de quien os hablo?

—El tipo que capitanea el Amanecer, ¿verdad? Eso os costará trescientas monedas de plata, dicen que es un pájaro duro de pelar.

—¡Esta bien, serán trescientas! Pero deberéis recobrar intacto el retrato de mi madre que me robaron esos dos piojosos.

—¿Un retrato? ¿Cómo sabéis que aún lo conservan?

—Lo sé, ellos conocen el aprecio que le tengo. Y de nuestros negocios...

—Podéis estar tranquilo, como os he dicho soy un hombre de palabra: destruí las naves acordadas.

—Bien, estoy impaciente por que todo esto termine. Espero que no me decepciones. Recuerda que si no llega a ser por mí, aún estarías pudriéndote en mis minas. Puedes retirarte.

Pero el Buitre no se movió una brizna.

—¿Y bien? —inquirió el gobernador.

—Al Demonio de Mar será fácil reconocerlo, pero me sería muy útil alguien que haya visto a ese tal Juan y al retrato de su madre. Yo no sabría distinguirlo. Además, me gustaría que ese individuo tenga la potestad de liquidarme el dinero cuanto concluya mi parte del trato.

—¡Uhmm..., tienes razón! Sólo hay un soldado capacitado para reconocer al reo y al cuadro: mi jefe de guardia, que vaya con vos. Él os podrá pagar en cuanto concluyáis vuestro trabajo.

El jefe de guardia balbuceó:

—¿Ir con Robert? Lo tendría que deliberar con mi mujer.

El gobernador Cariván se incorporó.

—¿Quieres seguir poseyendo hogar y salario para tu señora? — amenazó con voz contundente e irónica—. Pues no rechistes.

El jefe de guardia asintió mirando al suelo. El Buitre, tras una reverencia, abandonó la mansión mascullando:

—¡Maldito gordinflón de los demonios! Algún día, te enseñaré lo que es bueno.

Elcontramaestre sonrió asintiendo.

EL CAPITÁN MAR Y EL SECRETO DE LOS TRES RETRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora