Galopando por desfiladeros

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Pasaban los días, y la tripulación seguía sin saber el rumbo que llevábamos. Antonio, maniatado en mitad del barco, había entablado de nuevo amistad con algunos hombres. A la semana, el capitán indicó la necesidad de repostar en Isla Coral.

El Amanecer atracó en el puerto de un bullicioso poblado. Mar desató a Antonio, que se perdió enojado tierra adentro. Dedicamos el resto del día a reunir provisiones y distraernos por las cantinas y locales cercanos. Al anochecer, los hombres cantaban y bebían. El capitán se puso en el centro de cubierta, junto a Inés y a mí, y comenzó un brindis:

—¡Compañeros! Hemos alcanzado Isla Coral, que como sabéis es una tierra de prósperos negocios. La mayoría de nosotros ya hemos congregado el importe acordado, y creo que es momento de plantearse el...

Súbitamente, Marqués pasó corriendo entre nosotros y se precipitó al agua; al instante, tres ratas le siguieron. Intercambiamos una mirada fugaz y Mar gritó:

—¡Al agua!

Cubrió con sus brazos nuestras cabezas y nos lanzó al muelle. Mientras saltaba, vi de reojo una enorme bola de metal que arrasaba mástiles, barriles y hombres, impactando estruendosamente en cubierta.

Cuando asomé la cabeza del agua, distinguí el mugriento galeote del Buitre, que se había acercado entre las naves del muelle aprovechando la oscuridad.

Otro cañonazo dio de lleno en el mástil mayor, que arrastró lo que quedaba de la arboladura, cayendo sobre la cubierta en una lluvia de fuego.

Mientras, el Buitre dirigía todas las acciones desde su barco gritando a través de un cono de metal al que llamábamos trompeta.

—Buscad el retrato, a Juan y al Demonio de Mar, y recordad: ¡los quiero vivos!

Mar subió al muelle, me ayudó a hacerlo a mí, y entre los dos, ayudamos a Inés. Otro cañonazo impactó en uno de los laterales del Amanecer, y los tres caímos al suelo removidos por el estruendo. Cuando nos levantamos, ensordecidos y aturdidos, salimos corriendo.

El Buitre miró por su catalejo.

—¡Llevan una chica! Cogedla también, nos será de utilidad a la hora de hacerles hablar. ¡Disparad con cuidado, malditos! Si hundís el barco, os sumergiré al fondo del muelle con él.

El galeón del Buitre llegó a lo que quedaba del Amanecer y el contramaestre gritó abordaje bajo sus gruesos bigotes. Sus desarrapados se hicieron rápidamente con el barco y los piratas malheridos que allí quedaban. Los marinos de nuestra tripulación que estaban en el agua huyeron tierra a dentro.

—Vosotros, apagad el fuego y coged todos los retratos que encontréis. El resto buscad al Demonio de Mar, a Juan y a la chica —Tras un silencio, se oyó su voz en la noche—: ¡Atención, marinos del Amanecer! El que me traiga a vuestro capitán, a Juan o a la muchacha con vida, tendrá una recompensa de veinte monedas de plata.

Jack, con las manos en la cabeza, se lamentaba desde la orilla.

—Nuestro dinero, ¡se han hecho con nuestro botín!

Entretanto, nosotros habíamos emprendido la huida hacia las afueras del pueblo, seguidos por Marqués. Allí encontramos a un hombre con un tosco carro de paja tirado por dos caballos.

—Buen hombre, os compro el carro —propuso Mar.

—No puedo vender el carro, estos caballos son como mis propios hijos.

—Os daré un doblón —ofreció Mar, mostrando la moneda de oro en sus manos.

El granjero abrió unos ojos como platos, sabía que era un precio desmesurado el del apurado extranjero, así que, bajó del carro con la mano extendida hacia la moneda.

—Me parece un precio justo.

—Es mucho más que un precio justo —intervino Inés.

—Pues... ¡quedaos la moneda viejo avaro! —exclamó Mar, lanzándola a unos metros del camino.

El granjero corrió tras la moneda mientras nos montábamos en el carro y salíamos aprisa. El perro se instaló en la parte de atrás.

Mar esbozó una sonrisa.

—¿De qué te ríes? —le pregunté.

—De la cara que habrá puesto ese tacaño cuando descubra que lo que he arrojado es un botón oxidado. La moneda la conservé en la otra mano.

Mar y yo nos reímos, a Inés no le hizo ninguna gracia. Marqués comenzó a ladrar, y de repente, Antonio saltó desde una roca a la paja del carro. Mar, alertado por los ladridos, reaccionó rápidamente: me dio las riendas, desenvainó su espada y apuntó con él al traidor, justo a tiempo para que no sacase su pistola.

—Antonio —exclamó Mar con el arma en la mano.

—Buenas noches, capitán —respondió, mucho más respetuoso que de costumbre.

—Bájate del carro —ordenó.

—Nunca fuiste un buen capitán. ¿Qué me vas a hacer? Te conozco, no tienes agallas para matarme.

Mar le pinchó en el estómago haciéndole retroceder hasta el borde del carro.

—Tienes razón —aseguró Mar—, no quiero matarte, no soy un asesino —Y terminando la frase, le clavó la espada en el pie.

Cuando el pirata agachó las manos hacia la herida, Mar le asestó un fuerte puñetazo en la mandíbula que le tiró del carro.

Tomó de nuevo las riendas.

—¿Adónde nos dirigimos? —pregunté.

—Debemos de salir de la isla. Hay un embarcadero en un poblado cercano —contestó mientras azuzaba al carro, que marchaba cada vez más rápido.

—Sí, pero... a ese embarcadero se va por el sendero que has dejado a la derecha —le corregí.

—Estoy seguro que era por aquí —insistió Mar.

—Yo apostaría que no —añadí mientras indicaba con la mano—. ¿Por qué no me haces caso?

—¿Por qué soy el capitán? —preguntó irónicamente.

En mitad de nuestro galopar, el camino torció de forma abrupta, apareciendo un acantilado. Gritamos de pavor mientras dábamos un brusco giro, que nos impulsó a una desigual bajada en la que los caballos apenas se mantenían en pie. Mar intentaba controlar a los corceles que no podían frenar por la marcada pendiente. Las rocas golpeaban el carro en nuestra desenfrenada marcha: sorteamos árboles y precipicios. Finalmente, tras unos momentos eternos, llegamos a una playa donde el carro encalló sus ruedas y volcó, quedando reducido a un puñado de astillas. Los caballos huyeron al verse libres, y nosotros quedamos esparcidos sobre la arena tras alguna que otra voltereta.

Marqués ladró a Mar con tono de reproche.

—¿Os encontráis bien? —preguntó.

Asentimos.

—Que seas capitán no te hace tener mejor orientación que yo —le increpé.

Seguimosa pie hasta un puerto cercano.

EL CAPITÁN MAR Y EL SECRETO DE LOS TRES RETRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora