Qué pasó cuando decidimos cómo salir de la isla

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Mar e Inés compartían turno de guardia en un mirador en lo alto de la cueva.

—Mar, quiero pedirte disculpas. Cuando oí lo que le decías a tu abuelo, comprendí lo equivocada que estaba contigo. Lamento haberte comparado con el Buitre. Pensé que eras un pirata, un, un...

—¿Un demonio de mar?

—Sí... ¡No! Bueno, no sé... Creí que el oro me pertenecía, pero ahora ya no sé si pertenece a la corona española, a tu abuelo o a ti.

—No te inquietes, si lo encontramos y el Buitre no se lo queda, te daré una décima parte: tal como acordé con tu padre; aunque antes, debemos hablar con mi abuelo.

—Pero, aparte del oro, lo que te quería decir es que... tenías razón al no quererme traer. ¡Te apresaron por mi culpa! Si no fuese por mí, no estarías atrapado en esta isla con los hombres del Buitre pisándote los talones. Lo lamento.

Inés no pudo contener las lágrimas, y Mar le pasó el brazo sobre el hombro intentando tranquilizarla:

—Está bien. No pasa nada.

—Mar, ¿qué vas a hacer si salimos con bien de la isla?

—Dependerá del dinero que gane —respondió sonriente.

—Quiero decir: ¿Te apetecería quedarte en Isla Jardín?

—Depende de cómo me lo pidas —susurró aproximando su cabeza aún más a Inés, que le correspondió con un suave besó en los labios—. Creo que Isla Jardín sería un buen sitio para afincarme.

Sonrieron.

Una detonación lejana llamó su atención.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó ella cambiando el gesto.

—Probablemente han volado el pesquero, y quieren que lo sepamos. El Buitre pretende convencernos para que nos entreguemos, pero si lo hacemos, nos matará.

—Y ahora, ¿cómo saldremos de la isla?

—Sólo se me ocurre una manera: hacernos con el barco.

—Estás loco, no podremos ni acercarnos sin que nos vean.

—Si nos quedamos escondidos en las cuevas y no nos ven, se irán, dejándonos atrapados en esta isla, y aunque la compañía es muy grata —añadió guiñando un ojo—, dudo que pasar toda la vida aquí, sea lo que deseamos.

Mar besó de nuevo a Inés, descendieron hasta nosotros, que aún no dormíamos, y expusieron sus ideas.

—¡Es muy arriesgado! —advirtió el viejo—, pero si aspiramos a salir de aquí, dudo que haya otra forma. Esta isla parece lejos de cualquier región conocida, y las tormentas hacen imposible navegar con un bote de fabricación propia.

—Quizás les podamos coger por sorpresa, mientras buscan el oro. Abuelo, Joaquín me dijo que dejaron gran parte aquí, y si nadie ha salido desde entonces de la isla... debe de estar aún.

—¡Ah! Sí que lo está. Lo he escondido en las grietas de la cueva. ¿Queréis echarle un ojo?

A todos se nos alegró la cara.

—¡Un momento! —objetó Mar— Oídme, no nos dejemos cegar por el oro, lo importante es que los hombres del Buitre no den con nosotros. El oro no nos sacará de aquí; pero si conseguimos el mando del barco, negociaremos con ellos para que algunos hombres nos acerquen el oro, a cambio de provisiones.

EL CAPITÁN MAR Y EL SECRETO DE LOS TRES RETRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora