El viento soplaba con la furia de un dios
enojado, empujando la tormenta contra
paredes de la vieja casa, haciendo
crujir la madera y aullar las vigas. EI
mar, en su ira, golpeaba la costa con
olas gigantescas, levantando espuma y
arrojando agua salada hacia las
ventanas, que temblaban bajo la
presión. Estaba allí, desnudo salvo por
un bóxer rojizo, lo unico que me cubria del frío calándome hasta
los huesos, pero no podía apartar la
vista del ser que yacía ante mí.Era joven, de mi edad, o quizás un poco
mayor, pero su rostro, pálido y con
rasgos afilados, parecía casi etéreo bajo
la tenue luz que se colaba por las
grietas de la casa. Su cabello llegaba unos centimetros bajo sus hombros, era tan negro como la noche sin luna, y sus
labios, carnosos y firmes, contrastaban
con la palidez de su piel. Las orejas del sireno eran una maravilla de la naturaleza, completamente diferentes a las de un humano. Se extendían hacia afuera con una forma aguda y alargada, recordando a las aletas de un pez, pero más gruesas y duras. La piel que las cubría estaba adornada con escamas diminutas, de un color plateado y azulado que reflejaba la luz en destellos sutiles, como si estuvieran hechas de un material más cercano al metal que a la carne.En los bordes, donde las orejas se afinaban, surgían pequeños picos, como espinas naturales que le daban una apariencia feroz y exótica. Las escamas que cubrían sus orejas parecían moverse ligeramente con cada uno de sus movimientos, dándole un aire vivo y dinámico, como si su cuerpo entero estuviera en sintonía con el mar del que provenía. Al bajar la
mirada, vi que en su cuello, branquias se agitaban suavemente, como si tomara aire de un océano invisible. Su cuerpo, aunque marcado por la tormenta y la batalla, era perfecto, esculpido como si los dioses lo huvieran moldeado con sus propias manos.Mis ojos siguieron la línea de su pecho
hacia su abdomen, donde una V
marcada se adentraba hacia su pelvis,
cubierta en parte por escamas que
brillaban como la hojalata bajo la luz.
Allí, donde deberían estar sus piernas,
comenzaba una cola de pez, larga y
plateada, tan hermosa como mortal. Las
heridas en su piel, los cortes y
moretones, y las escamas faltantes en
su cola me indicaban que había sufrido,
quizás tanto como yo en ese momento.No sabía qué hacer. Mis pensamientos eran un torbellino de miedo y fascinación. Corrí al baño, sin querer perderlo de vista por mucho tiempo, y volví con una toalla. Lo primero que pensé fue en su frío, en cómo su cuerpo debía estar sufriendo por la exposición a la tormenta. Me acerqué con cautela, temblando no solo por el frío, sino por la emoción de estar tan cerca de una criatura que solo debería existir en las historias. Pasé la toalla sobre su cabello, sintiendo la suavidad de sus hebras negras. Luego, Bajé por su pecho y brazos, sintiendo la tensión en sus músculos, cada fibra firme bajo mis dedos. Su piel era diferente a todo lo que había tocado antes: suave, pero no como la de un humano. Tenía un brillo perlado, como si cada centímetro de su cuerpo estuviera cubierto por una fina capa de nácar, reflejando la luz con un resplandor etéreo que lo hacía parecer irreal, una criatura sacada de las profundidades más misteriosas del océano.
Mientras mis manos descendían por sus brazos, noté que, aunque la mayor parte de su piel era lisa, algunos rastros de escamas permanecían, intercalados entre la superficie. Estas escamas eran pequeñas y delicadas, pero afiladas, casi como si fueran las huellas de su origen marino, negándose a desaparecer por completo. Eran más densas alrededor de sus antebrazos, donde su cuerpo se transformaba nuevamente, recordando a la criatura que era antes de llegar a tierra firme.
En esos mismos antebrazos, sobresalían unas aletas, similares a las que adornaban sus orejas. Eran membranas finas y translúcidas, con un color que variaba entre el azul y el verde, dependiendo de cómo les diera la luz. Los bordes de estas aletas estaban cubiertos de picos y espinas, tan afilados como las escamas, añadiendo un toque de peligro a su belleza. Cuales espinas en bellas rozas. Cada movimiento que hacía, por pequeño que fuera, hacía que esas aletas se desplegaran ligeramente, como si estuvieran listas para cortar el aire o el agua en cualquier momento.
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MI MAR INTERNO
Random*sin terminar* Evan encuentra su vida alterada cuando, en medio de una tormenta, descubre una criatura marina herida en la playa. Decidiendo llevarla a su hogar para cuidarla, se encuentra envuelto en una experiencia surrealista que desafía sus emoc...