El Pastel de Cumpleaños

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La noche había caído sobre la casa como una manta de sombras, y el ambiente estaba cargado de una inquietud que parecía salir de las mismas entrañas de la tormenta pasada. El sireno, extraño en du entorno, debilitado, desidratado, con el brillo de su piel disminuido, había sido llevado al baño, donde Noah y Evan lo habían colocado cuidadosamente en la bañera llena de agua. El baño se había convertido en un improvisado refugio para la criatura. Las escamas del sireno se desprendían con cada movimiento, cayendo en el agua con un sonido sordo y resonante, y trozos de piel se sumergían en el líquido, creando un inquietante tapiz de fragmentos brillantes mientras la criatura se quejaba de dolor.

Evan, observando la escena, sintió un nudo en el estómago. La visión del sireno, su piel salpicada de escamas y restos de piel, se volvía cada vez más perturbadora. El brillo iridiscente de las escamas caídas en el agua y la fragilidad de la criatura provocaban una sensación de inquietud que no podía ignorar. En un rincón del baño, la bañera se había convertido en un espectáculo de vulnerabilidad, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida, tanto para el sireno como para los propios hermanos.

Era de noche, y mientras el baño se sumía en la penumbra, los ronquidos de Noah resonaban desde la habitación de al lado. El sonido era un canto monótono y profundo, un contraste desconcertante con el silencio del resto de la casa. Evan, incapaz de encontrar descanso, se levantó de su cama, el estómago rugiendo con hambre y ansiedad. Su mente estaba sumida en una maraña de pensamientos y recuerdos, que se entrelazaban con su hambre creciente.

Se dirigió a la cocina con pasos cautelosos, abriendo la heladera en busca de algo que pudiera calmar su inquietud. Allí, en la parte trasera, encontró un pastel que había quedado de su cumpleaños, una semana atrás. El pastel, adornado con merengue y decoraciones de colores vivos, parecía una reliquia de tiempos mejores. Evan lo miró con una mezcla de desconfianza y deseo. Nunca había probado el pastel, ni siquiera en el día de su cumpleaños, cuando la celebración fue interrumpida por la llegada inesperada de Javier, un viejo amigo.

Javier había sido una presencia significativa en la vida de Evan, y aquella noche, mientras estaban a solas y algo borrachos, se habían acercado más de lo que habían planeado. Javier había llegado a conocer a la madre de Noah y Evan, una mujer que había dejado este mundo trágicamente años atrás, al suicidarse en el puerto. Los recuerdos de su madre, y la forma en que Javier había compartido esos momentos con él, invadían su mente mientras observaba el pastel.

El pastel parecía un ancla en medio de su tormenta interna, y, en un impulso frenético, Evan se sirvió una rebanada. El primer bocado fue un estallido de sabor que contrastaba con la fría desolación de la cocina. Mientras comía, el silencio de la madrugada se hacía presente, acompañando el acto de indulgencia con un eco de melancolía. La primera rebanada fue seguida por otra, y otra más, hasta que el pastel desapareció con una rapidez sorprendente. La voracidad con la que devoró el pastel era un reflejo de su lucha interna, una forma de llenar el vacío con algo tangible.

Con el estómago colmado y el corazón pesado, Evan sintió una oleada de malestar. Corrió hacia el baño, sintiendo el peso del pastel en su estómago como una carga inaguantable. Se inclinó sobre el inodoro y vomitó el pastel en una marea de merengue y restos de pastel. El sonido del vómito en el inodoro era un eco de su angustia interna, una manifestación tangible de su lucha con la comida y sus propios demonios personales.

Mientras Evan se arrodillaba al lado del inodoro, el sireno en la bañera despertó, moviéndose lentamente en el agua. Los ojos del sireno se posaron sobre Evan con una mirada inquisitiva, como si percibiera la intensidad de su tormenta interna. La criatura, en su propia forma de vulnerabilidad, observaba con una mezcla de curiosidad y comprensión.

Evan, agotado y humillado, miró al sireno, sintiendo que la criatura estaba, en cierto modo, reflejando su propia desesperación. La conexión entre ellos, aunque no verbalizada, era palpable. Ambos estaban atrapados en sus propias batallas, buscando alguna forma de consuelo en un mundo que parecía inquebrantable. La noche continuaba con su pesado silencio, y el baño, con su bañera llena de agua y escamas, se convertía en un escenario de introspección dolorosa para ambos.

Evan, exhausto y abatido, se incorporó lentamente y se acercó a la bañera. Miró al sireno con una mezcla de dolor y desesperanza. La visión de la cola del sireno en el agua le dejó sin aliento; el agua estaba teñida de un color rojizo por la sangre que se derramaba de las heridas abiertas y los trozos de piel que se desprendían. Cada movimiento del sireno hacía que las escamas y la piel rota se desprendieran, pintando el agua de un rojo inquietante.

La imagen de la cola sangrante del sireno y el agua ensangrentada provocaron una oleada de lágrimas en los ojos de Evan. Su corazón se rompió al ver la fragilidad de la criatura en su dolor. No pudo evitar llorar, su llanto mezclándose con el silencio de la madrugada. Se arrodilló al borde de la bañera, sumido en su tristeza, mientras pasaba una mano temblorosa por el agua teñida de rojo. La conexión entre él y el sireno parecía intensificarse en ese momento de dolor compartido.

Evan permaneció al lado del sireno hasta que el agotamiento lo venció. La noche continuaba con su frío silencio, y el baño se convirtió en un santuario de reflexión dolorosa y resignación. Finalmente, el cansancio lo atrapó, y se quedó dormido junto a la bañera, su cuerpo apoyado contra el frío piso del baño, con las lágrimas aún en sus mejillas. El sireno, a pesar de su dolor, parecía encontrar algo de consuelo en la presencia de Evan, y el cuarto continuó sumido en la calma de la noche, mientras ambos buscaban algo de paz en medio de su mar interno.

MI MAR INTERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora