28: Decisiones que tomar.

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Brasil, julio.

Marcelo no mentía cuando nos dijo que había una nueva rutina de físico esperándonos. Apenas llevábamos unos días de haber regresado, habíamos descansado dos días para acomodarnos al horario y organizarnos para la universidad, y Oliveira no dudo en mandarnos la rutina de cada uno de nosotros.

Mi rutina estaba más enfocada en fortalecer mis piernas y fuerza en brazos, pero había algo que todos teníamos en común: cardio. Debíamos hacer más cardio para aumentar el rendimiento en la cancha.

Y como nos habían cambiado de gimnasio, este era también abierto al público y había clases grupales, nos metimos al salón de baile a hacerles compañía a las señoras. Era la segunda vez que lo hacíamos y al parecer, a las señoras les gustaba que nosotros estuviéramos ahí.

Éramos alrededor de quince jóvenes atletas de entre diecinueve y veintidós años metidos en la clase de baile con señoras de cuarenta a cincuenta años, y para ser sincera, ellas tenían mayor resistencia que nosotros.

–¿De donde... sacan... tanta energía? –inquirió Colin con la respiración acelerada mientras estaba en posición de descanso con sus manos apoyadas en sus muslos.

La zamba era una de los bailes que nunca faltaban y era más cansado de lo que se veía.

–Agarre aire –se quejó Isabella, deteniéndose.

Rick también se detuvo junto a Sebastián para regular sus respiraciones. Las demás seguimos moviéndonos, imitando los pasos que el maestro hacía con todo el entusiasmo del mundo, incluso creo que le divertía ver como nos cansábamos antes que sus alumnas mayores.

–¡Última canción! –anunció y "Eres mía" de Romeo Santos empezó a sonar–. Prepárense en busca de pareja –agregó y empezó a hacer los pasos para que le siguiéramos.

La bachata me gustaba, era uno de los bailes que más coordinación y ritmo requería. Seguí los pasos del profesor, yendo de lado a lado y a veces un par de vueltas incluidas. Dio un sonoro aplauso y avisó que nos juntáramos en parejas.

Una señora me agarró de la cintura y empezó a moverse, marcando el ritmo, traté de seguirle entre risas y también me fijé que las demás señoras aprovecharon a agarrar a los chicos. Las entendía, ¿quién no quiere bailar con esos chicos altos y de buen cuerpo?

—Vamos, niña, síguele —me habló la señora, mirando nuestros pies y reanudé mis pasos para coordinarme con ella.

Me tuve que agachar un poco para que ella pudiera darme la vuelta y luego yo alce mi mano junto a la suya para que ella girara.

La canción estaba llegando a su fin y el último paso fue con una vuelta que le di a la señora. Aplaudimos por la clase y le dimos las gracias al maestro. Las señoras estaban sonrientes y no se veían tan agotadas como nosotros.

—Debí bailar más cuando estaba en Colombia —se quejó Julio mientras se limpiaba el sudor de la cara y cuello.

Le di un sorbo a mi botella de agua y salí del salón, las demás estaban sentadas en una grada que improvisaba asientos de espera, pero para nosotras era un área de recuperación de aliento.

Mi corazón latía con rapidez y estaba sudando. Fue mala idea ponerme una camisa manga larga porque empecé a sentirme un poco pegajosa por el sudor.

—¿Dónde están los chicos? —inquirí al no verlos sentados.

Cassandra y Karina señalaron detrás suyo. Sebastián, Colin, Rick y Brandon estaban tendidos boca arriba en las colchonetas del suelo. Se notaba como sus pechos subían y bajaban con rapidez.

Casualidad por roboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora