La lucha entre el bien y el mal se intensifica en un mundo donde los límites entre héroes y villanos se desdibujan. Tomura Shigaraki, líder de la Liga de Villanos, se enfrenta a un conflicto interno tan devastador como la guerra externa. Marcado por...
En el refugio sombrío, donde las luces parpadeantes apenas combatían la oscuridad, Tomura Shigaraki se encontraba con sus seguidores y aliados, Dabi y Toga. Sus cuerpos magullados eran testigos de la feroz batalla que había sacudido la ciudad, una danza macabra de poder y destrucción.
Cada movimiento dolía como un eco lejano de los golpes recibidos, y el aire estaba cargado con el olor metálico de la sangre y la desesperanza.
Tomura se sentó en un rincón oscuro, sus pensamientos un torbellino de confusión y deseo. Bakugo, con su determinación y valentía, había dejado una marca indeleble en su alma oscurecida. Como una mariposa atrapada en una tormenta, sus sentimientos hacia Bakugo eran a la vez hermosos y destructivos.
-¿Por qué no puedo dejar de pensar en él? -murmuró Tomura, sus palabras perdiéndose en la penumbra.
El amor que sentía era como un veneno dulce, corroyendo su voluntad y su razón. Cada recuerdo de Bakugo era una espina que se clavaba más y más profundo en su corazón. A pesar de su odio y resentimiento, no podía negar el magnetismo que lo atraía hacia el joven héroe.
Dabi y Toga, heridos y agotados, trataban de curar sus heridas. Dabi, con su piel quemada y su mirada incendiada, parecía un fénix que renacía de sus propias cenizas. Toga, con sus ojos brillantes y su risa inquietante, se asemejaba a una muñeca rota, reparándose a sí misma con fragmentos de locura y amor.
-Estamos vivos, pero apenas -dijo Dabi, su voz un gruñido apagado.
-Sí, pero no por mucho tiempo si seguimos así -respondió Toga, mientras vendaba una herida en su brazo.
Tomura, observándolos, sentía una mezcla de admiración y frustración. Sus aliados eran leales, pero su propia mente era un campo de batalla donde el amor y el odio libraban una guerra sin tregua.
La ciudad, otrora un bastión de esperanza y prosperidad, ahora yacía en ruinas. Los edificios, antaño orgullosos y altivos, eran esqueletos de concreto y acero, quebrados y desmoronados como sueños rotos. Las calles, desiertas y silenciosas, se asemejaban a ríos secos, donde solo el eco de los pasos resonaba en la inmensidad.
La confianza en los héroes había caído como un castillo de naipes, derrumbándose bajo el peso de la desesperanza. Los ciudadanos, antaño llenos de admiración y fe, ahora miraban con recelo y temor a aquellos que una vez veneraron.
En medio de esta desolación, los villanos liberados por el maestro de Tomura, el Señor Shigaraki, se desparramaban por la ciudad como una plaga, destruyendo lo poco que quedaba en pie. Sus risas malévolas y sus actos de crueldad eran como una tormenta de oscuridad, engullendo todo a su paso.
Sin embargo, en el horizonte, una nueva fuerza se acercaba. Shaoran Shimura, hermano mayor de Tenkyo Shimura, avanzaba con pasos decididos y ojos llenos de una furia contenida. A sus diecinueve años, Shaoran era cuatro años mayor que su hermano, y su determinación era tan firme como el acero.
Al llegar al escondite del Señor Shigaraki, el aire se llenó de tensión. Los ojos de Shaoran eran como dagas, perforando la oscuridad con su brillo implacable. Con un movimiento de su mano, desató su don de telequinesis, levantando escombros y lanzándolos como proyectiles mortales.
-Es tu culpa que mi hermano sea quien es ahora. Tu maldita influencia lo destruyó -rugió Shaoran, su voz resonando como un trueno.
El Señor Shigaraki, atrapado por la furia de Shaoran, intentó defenderse, pero la fuerza del joven era abrumadora. Con cada movimiento, Shaoran desataba una tormenta de poder, derribando todo a su paso.
En el clímax del enfrentamiento, Shaoran levantó al Señor Shigaraki en el aire, sosteniéndolo con su poder telequinético. La mirada del villano era una mezcla de sorpresa y terror, un reflejo de su inminente derrota.
-Es tu culpa -repitió Shaoran, sus ojos llenos de lágrimas contenidas- ¡Tu maldita influencia lo destruyó!
Con un último movimiento, Shaoran lanzó al Señor Shigaraki contra una pared, destruyéndolo públicamente. El cuerpo del villano cayó al suelo, sin vida, mientras el eco de las palabras de Shaoran resonaba en el aire.
El refugio quedó en silencio, la sombra de la muerte y la destrucción pendiendo en el aire como un velo. Tomura, observando la escena, sintió una mezcla de alivio y desesperación. Su maestro, el hombre que lo había moldeado, yacía muerto a sus pies.
Shaoran, con su cuerpo tenso y su mirada fija, se volvió hacia Tomura. La batalla no había terminado, y la guerra por el alma de su hermano continuaría. En ese momento, el destino de los héroes y los villanos se entrelazaba una vez más, en una danza eterna de luz y oscuridad.
Mientras el amanecer comenzaba a iluminar el horizonte, los héroes y los villanos se preparaban para enfrentar un nuevo día. La esperanza y la desesperación seguirían librando su batalla, pero en ese momento, la luz aún brillaba, un faro en la tormenta que prometía un nuevo comienzo.
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