Monstruo

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Aquella casa era una pequeña mansión con un inmenso jardín, dos autos último modelo, criados y mayordomo incluidos. La casa de los Shimura lo tenía todo, absolutamente todo lo que el dinero podía comprar. Los niños Shimura asistían a un prestigioso colegio privado, siendo los mejores alumnos.

El más pequeño, Tenkyo, había empezado el jardín de infantes. Tenkyo era un niño tímido, sin deseos de socializar con los demás, su personalidad no lo ayudaba mucho que digamos.

Durante el transcurso de las clases, Tenkyo observaba a otros niños que reían cada vez que jugaban a ser héroes, sintiéndose muy felices. Él nunca había hecho tal cosa, pues en su casa, las reglas impuestas por su padre prohibían tanto a él como a sus hermanos mencionar la palabra "héroe", y mucho menos jugar a ser uno.

Sus hermanos acataban aquello sin protestar, pero él veía en la televisión y en los diversos medios sociales, que solo hablaban de ellos, elogiándolos a más no poder. Esto llevaba a su padre a golpearlo incontables veces. Al empezar a ir a la escuela, esta prohibición se hizo aún más dolorosa, ya que sus compañeros solían jugar a ser héroes, teniendo incluso a sus favoritos. Tenkyo se sentía excluido de todo y de todos.

Con el correr de los meses, fue aprendiendo más sobre los héroes, conociéndolos y despertando en él una profunda admiración por All Might, el héroe número uno del mundo. Poco a poco, empezó a socializarse con sus compañeros, y esto le despertaba alegría y felicidad. Sin embargo, su padre no veía con buenos ojos esta evolución, y cada vez que lo sorprendía jugando a ser un héroe, la ferocidad de sus castigos aumentaba.

Un día, su padre llegó temprano a casa. Nadie le había avisado. Tenkyo, sintiéndose feliz, jugaba a ser All Might en el jardín. El rostro de su padre se desfiguró por la intensa furia que lo invadió. Aquella era su casa y sus reglas debían cumplirse.

El señor Shimura, exitoso hombre de negocios, había experimentado en carne propia el lado oscuro de los héroes y, desde entonces, sentía un profundo resentimiento hacia ellos. Al ver a su hijo menor jugando a ser un héroe, la ira lo dominó por completo.

-¡Tenkyo! -gritó su padre, con una voz que retumbó como un trueno en la tranquila tarde - ¿Qué crees que estás haciendo?

El niño, asustado, dejó caer la capa improvisada que llevaba puesta y trató de explicar, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.

-Yo... solo estaba...

-¡Te he dicho mil veces que en esta casa no se habla de héroes! -bramó el señor Shimura, acercándose con pasos firmes, como un león a punto de atacar.

Antes de que Tenkyo pudiera reaccionar, su padre lo abofeteó con fuerza, arrojándolo al suelo. Luego, tomó una fusta y comenzó a golpearlo sin piedad. Las lágrimas de dolor y terror del niño no ablandaron a su resentido padre; más bien, parecieron alimentar su furia.

-¡Dije que en esta casa no se debe mencionar a los héroes! ¡Pareciera que no lo entiendes, maldita sea, Tenkyo! ¡Haré que lo entiendas a golpes entonces!

Su madre, sus abuelos y sus hermanos observaban la escena con dolor, pero no intervinieron. Se limitaron a alejarse, buscando refugio en otra parte de la casa para no ser testigos de la brutalidad.

-¡Mamá, por favor! -gritaba Tenkyo entre sollozos-. ¡Papá, duele! ¡Por favor, para!

Pero su madre solo apartó la mirada, incapaz de enfrentarse a su esposo. Los abuelos y los hermanos se desvanecieron en la distancia, ignorando deliberadamente los gritos y sollozos del niño.

Cuando el señor Shimura se cansó de golpearlo, lo sujetó del brazo derecho y lo arrastró por la casa, llevándolo al patio donde la lluvia caía a cántaros.

-En esta casa hay reglas que deben cumplirse estrictamente y sin chistar -rugió, su voz resonando como un eco en la tormenta-. Y tú, Tenkyo, acabas de romperlas. No se habla de héroes, no se aspira a ser uno y solo se obedece.

Abrió la puerta del patio y lo arrojó fuera como si se tratara de un perro, con desprecio y sin piedad. Luego, cerró la puerta con llave, sin importarle que afuera llovía y hacía frío. El niño se acurrucó bajo el techo, temblando y llorando a más no poder.

Las horas pasaron y la noche llegó junto con la hora de la cena. La señora Shimura quiso llamar a Tenkyo a cenar, pero su marido se lo impidió.

-Es pequeño, debe estar helado y con hambre -decía ella, con voz temblorosa.

-Reglas son reglas y él debió pensarlo mejor antes de elegir romperlas -respondió el señor Shimura, implacable-. No se habla más, no cenará con nosotros. No se lo merece.

Así, Tenkyo fue a dormir sin cenar y al día siguiente estuvo callado y sin ánimos de jugar con sus compañeros durante todo el día. No hizo las tareas escolares y cuando la maestra se lo hizo saber a su madre, esta no dijo nada. Una vez en casa, intentó hablar con el pequeño, pero él no dijo una palabra, quedándose solo y triste en su habitación.

Sin embargo, un peculiar sentimiento comenzó a nacer en su interior. Un sentimiento que Tenkyo no lograba descifrar ni comprender, pero que se hacía presente cada vez que veía a su padre, provocándole deseos de salir corriendo. Cuando sus abuelos le hablaban con ternura, él ya no les prestaba atención, creyéndolos hipócritas como el resto de la familia.

"Cuando estoy en problemas y en verdad necesito su ayuda, nunca están, nunca hacen nada ni intervienen a favor mío. ¿Por qué ahora debería sentirme feliz con ustedes?"

Aquellos pensamientos invadían su mente cuando ellos le hablaban y le sonreían. Cuando su madre se le acercó con dulzura, él la miró con dureza, pues la consideraba otra gran traidora que no aparecía para ayudarlo cuando su padre lo golpeaba.

El padre de Tenkyo aprovechaba cualquier cosa para gritarle y golpearlo, como si el niño fuera su igual. Al escucharle mencionar la palabra "héroe", lo volvía a golpear con gran violencia, asustando a sus otros hijos, quienes se escondían en sus habitaciones. Tenkyo solo podía llorar, lamentándose por vivir así, con miedo intenso cada vez que oía la voz de su padre.

Permanecía en su habitación, sentado sobre la cama, mirando la nada, acurrucado en sí mismo, pensando en los héroes y suplicándoles en silencio que acudieran en su ayuda. Sin embargo, nadie venía en su búsqueda, nadie lo ayudaba. Eso solo aumentaba su desesperante tristeza y miedo intenso.

Con tantos golpes y penitencias, el niño empezó a hablar poco, a no mirar a los ojos a los demás, a casi no jugar. Su hermano nada decía ni hacía, limitándose a vivir su vida. Su hermana se le acercaba e intentaba interactuar, pero el pequeño muy pocas veces le respondía. El miedo había echado raíces en su persona junto a una ira intensa que, por el momento, ocultaba en lo más profundo de su ser.

Una noche, mientras las sombras de la habitación danzaban al compás de la tormenta exterior, Tenkyo susurró al vacío:

-All Might, ¿por qué no vienes a salvarme? -Las palabras se perdieron en la oscuridad, un eco silenciado por el estruendo de la lluvia-. ¿Por qué nadie me escucha?

Su corazón, roto en mil pedazos, latía débilmente, cada vez más resignado a la cruel realidad de su existencia. Pero en algún rincón de su alma, una chispa de esperanza aún ardía, esperando el día en que un verdadero héroe viniera a rescatarlo de las garras del monstruo que llamaba padre.

 Pero en algún rincón de su alma, una chispa de esperanza aún ardía, esperando el día en que un verdadero héroe viniera a rescatarlo de las garras del monstruo que llamaba padre

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Más Allá De La Locura  (TomuBaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora