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Denegar (v.):
Rechazar la objeción de un abogado a una pregunta de un testigo de admisión de pruebas

Lali

La ciudad de Nueva York era un universo completamente diferente. No era nada como lo esperaba, y a la vez todo lo que quería.
Las aceras se hallaban persistentemente abarrotadas de gente que iba apresurada a algún lado, las calles eran océanos de taxis, y la cacofonía de sonidos: los gritos de los vendedores de la calle, el retumbar del metro por debajo, las interminables conversaciones entre los ejecutivos, ocasionalmente se mezclaba en una melodía casi placentera.

De todas formas, no era como si tuviera demasiado tiempo para escucharlo.

Al segundo en que llegué a Nueva York la semana pasada, me registré en un hotel barato y me apresuré a registrarme en las audiciones del NYBC.
Cada día de la última semana, salía de la cama a las cuatro de la mañana y me dirigía al Lincoln Center para aprender la pieza de la audición requerida, la coreografía más difícil que había afrontado en mi vida.

Era más rápida, más variable, y los instructores se rehusaban a mostrarla más de dos veces al día. No había conversación más allá de los conteos del tiempo, tampoco se permitían preguntas. Encima de todo, el pianista de la compañía solo elegía tocar la música de acompañamiento en velocidad acelerada, nunca ralentizando para hacer el proceso de aprender más sencillo.

Había cientos de chicas rivalizando por un lugar en la compañía, y de lo que reuní de conversaciones aquí y allá,  la mayoría ya eran profesionales.
Pero no dejé que eso me disuadiera.

Cuando las agotadoras prácticas terminaban, tomaba la oportunidad de encontrar un nuevo lugar en la ciudad para bailar sola: Una terraza con vistas al Times Square, una tienda histórica abandonada en la parte más alta del lado este, o frente a la ventana de la librería en West End.

A pesar de mi inmediato amor por esta ciudad, no era suficiente para distraerme de mi corazón roto. No era suficiente para distraerme del hecho de que hoy, el día de la audición oficial, iba tarde.
Sudando, salí del metro y corrí por la calle sesenta y seis —no prestando atención a mis pulmones ardientes.

Sigue adelante... Sigue adelante...
Un hombre a mi izquierda salió de un taxi e inmediatamente entré.

—¡A Lincoln Center, por favor! —grité.

—Está justo al final de la calle. —El conductor me miró por el retrovisor, confundido.

—¿Por favor? Ya voy tarde.

Se encogió de hombros y se alejó mientras intentaba establecer mi respiración.

Sin querer desperdiciar el tiempo, saqué mi tutú negro de mi bolsa y me lo puse sobre los muslos. Saqué mi maquillaje y lo apliqué lo mejor que pude, mientras nos acercábamos al bordillo, lancé un billete de diez dólares al conductor y salí del auto.
Apresurándome dentro del edificio, me dirigí directamente al teatro, aliviada al ver que uno de los directores seguía afuera.

—¿Sí? —Me miró de arriba abajo mientras me acercaba—. ¿Puedo ayudarla con algo?
—Estoy aquí para las audiciones.

—¿Para las audiciones de las nueve en punto? —Miró su reloj—. Son las nueve y cuarto.
—Lo siento llamé hace una hora y dije

—¿Su primer taxi se descompuso? ¿Era usted?
Asentí.

Me estudió otros segundos, frunciendo los labios. Luego abrió la puerta.

—Puede cambiarse a sus blancos en los vestidores. Apresúrese.

La puerta se cerró detrás de mí antes de que pudiera preguntar a qué se refería con"(mis) blancos," pero mientras mis ojos estudiaban el escenario, me di cuenta de que cada bailarina se encontraba vestida con leotardos blancos y tutú a juego.

Duda razonable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora