Después de un largo camino, que valió la pena, por fin Balduino y tú, habían llegado a su destino, las puertas del reino de Jerusalén estaban abiertas para dar paso a su rey, notabas cómo los súbditos reverenciaban a Balduino, en cuánto ingresaba, mostrando gran respeto hacía él.
¡SU MAJESTAD, EL REY Y SEÑOR DE JERUSALÉN, BALDUINO IV!
Escuchabas a uno de los guardias presentarlo, no podías contener la emoción, esto era verdaderamente magnífico, admirabas todo lo que veías a tu alrededor.
Luego de unos minutos al llegar a un punto exacto del reino, varios guardias ayudaban a Balduino para desmontar a su caballo, de igual manera tú lo hacías, te quedabas aún mirando los alrededores, hasta que la voz de Balduino te sacó de tus pensamientos.
—Sigueme, soldado.—
No dudaste en hacerle caso a sus palabras, lo seguiste mientras él te guiaba, no lo perdías de vista ni un segundo, aunque notabas cómo cojeaba un poco, parecía débilitado después de tanta acción en el caluroso desierto.
Balduino y tú, habían llegado ahora a su estudio, parecía un lugar bastante tranquilo y fresco a comparación que estar fuera de él, te estiraste un poco para sentirte cómoda, él se dirigió a su silla sentándose en la misma, relajando su cuerpo agotado y cansado.
—Toma asiento, soldado.—te ordenó.
Tú lo miraste, no pensabas quitarte el casco en ningún momento, por lo cuál asentiste y te acercaste a otra silla, sentándote en ella de manera "educada".
—Gracias mi señor... ah... ¿Se encuentra bien?, parece bastante agitado...—
Aunque no lo pareciera, te preocupabas por su salud, querías cuidarlo mientras pudieras estar en esa época.
—Si... si... estoy bien.—respondió de manera seria, aunque trataba de recuperar algo de aliento.
Él se quitaba su casco y cota de malla, dejando a la vista un hermoso cabello rubio, junto a esos bellisimos ojos azules que tenía, los cuáles te dejaron sin respiración por un segundo.
—Hace mucho calor, ¿no crees?.—dirigía su mirada hacía ti, su expresión era estoica.
—Ah... eh... si... y mucha.—tu voz salió de tus labios de una manera un tanto boba.
—Soldado, ¿por qué no te quitas el casco y la armadura? ya estamos lejos del peligro... lejos de las espadas, lanzas y garañones.—Balduino no apartaba la vista de ti, nuevamente.
—Es que... así estoy bien mi rey, no hay necesidad de quitarme el casco ahora, tal vez lo haga más tarde.—te incorporaste mejor en tú silla.
—Mm... ¿Y qué dirías si es una orden de tú rey?.—Balduino se notaba más serio de lo normal, a él le gustaba la obediencia, no la negación.
—Me lo quitaré cuándo use ropa más cómoda, lo prometo.—decías mientras desviabas la mirada.
—De acuerdo, en ese caso, ve a cambiarte, los sirvientes ya deben de tener preparada tu ropa en tu habitación.—
Al decir esto, dos sirvientas entraron al estudio de Balduino, para guiarte a tu habitación.
Llegaste a esta misma unos minutos después, y las sirvientas te indicaron dónde estaba tu ropa, la misma, se encontraba encima de la cama bien ordenada, las sirvientas salieron para darte tu espacio y pudieses cambiarte.
Cuándo te aseguraste de que estabas completamente sola, te quitaste la armadura, de tú casco salió arena desértica, y también de tú ropa, por lo cuál la sacudiste mientras te quitabas prenda por prenda.
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La cruz de la pasión [Baldwin IV y Tú]
Historical FictionTe convertiste en la esposa del rey Balduino IV, pero... ¿cómo fue que terminaste con él? ¿de dónde saliste?