V

373 34 2
                                    

Finalmente llegaste a la habitación de Balduino, los sirvientes te ayudaron a recostarlo encima de su cama ya preparada y arreglada, estabas preocupada, lo veías bastante mal en esos momentos.

—Agua, necesito que traigan agua rápido.—decías con preocupación y tu mano recorría delicadamente la frente de Balduino.—Que sea fría, por favor.—

Los sirvientes se vieron entre si.

—Mi señor, pero siempre le colocamos frazadas de agua caliente.—

Dirigiste tus ojos hacia ellos.

—Esta vez que sea fría, tiene mucha temperatura, debemos bajar el calor de su cuerpo, o podría empeorar.—

Ellos asintieron y salieron de la habitación por el agua, mientras tanto, los ojos de Balduino parecían idos.

—Tranquilo, estará bien mi señor, tiene fiebre alta, de verdad necesita reposar.—decías con preocupación.

Él te miraba fijamente, una pequeña sonrisa se formaba débilmente en sus labios.

—No sabes... cuánto te lo agradezco soldado... pero necesito a mis médicos... necesito saber... cuánto más está empeorando todo esto...—

La voz del joven rey era débil, e incluso se había puesto algo ronca, su respiración era acelerada.

—No se preocupe mi señor, le traeremos a sus médicos tan pronto cómo podamos, de verdad temo que le pase algo malo.—

Los sirvientes llegaron con un poco de agua y una frazada, pusieron lo que habías pedido sobre un mueble que estaba al lado de la cama, hicieron una reverencia para luego retirarse, no sin antes mencionarles que llamaran a los médicos de Balduino, a lo cuál asintieron e hicieron caso.

Te quedaste cuidándolo, mojando la frazada en el agua y colocándosela por minutos y luego repitiendo el mismo proceso sobre su frente para bajar el dolor.

Por otro lado, Sibylla se había enterado de las molestias físicas en su hermano menor.

—¿Y cómo está?.—preguntaba Sibylla por compromiso.

Una de las sirvientas más apegadas a ella respondía.

—Está mal, mi señora, o eso es lo que acaban de ver los sirvientes que entraron a la habitación de su hermano y me comentaron tal hecho, debería ir a verlo, ¿no le parece?.—

Sibylla soltó un suspiro molesto y miró a la sirvienta.

—Los doctores de mi hermano se encargarán de eso, a parte no es la primera vez que se pone enfermo y tiene fiebres.—contestó de mala gana.—Si es que él muere, sería una gran pena, después de todo sería algo de esperarse, ¿para qué ir a verlo?, no es cómo si pudiese hacer milagros y curarlo yo misma, ¿o si?.—

La sirvienta la recorrió con la mirada.

—No sea tan cruel mi señora, debería ser más precavida con la salud del rey, y claro, obviamente usted no puede hacer milagros y levantarlo de esa cama, pero al menos podría darle palabras de aliento.—

La princesa de Jerusalén carraspeó y  bebio un poco de agua, luego le dio la espalda a la chica.

—No insistas, si tu quieres, puedes ir a darle tus palabras de aliento, a ver si es que eso lo calla, no iré, esa es mi última palabra.—Sibylla volvió a mirarla.—No soporto oírlo quejarse, me hace doler la cabeza.—

Una expresión baja por parte de la sirvienta y una mirada de desprecio en los ojos de Sibylla, era lo más llamativo en esa habitación.

—Si hay más noticias, puedes decírmelo, pero yo no me moveré de aquí para ir a verlo.—

La cruz de la pasión [Baldwin IV y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora