Capítulo 5

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A ver, hasta hace unos meses yo no tenía trabajo, pero también mi vida era más sencilla. No corría de un lado a otro por el café de una persona, ni tenía que escribir tan rápido hasta que me dolieran los dedos, ni cargar una grabadora, ni tenía que memorizarme cada cosa que una persona me dijera, porque si no estaba despedida.

Y ahora no solo tengo que preocuparme por todo eso, sino porque un casi desconocido al que vi vomitar me está pidiendo ser su esposa.

Esto es una broma, debe ser una broma, claro que sí.

Mejor vayamos por partes.

—A ver, ¿Se refiere a cómo sería cómo esposo?

Tengo muchas cosas qué decir, la primera es que es muy demandante y a ninguna mujer le gustaría soportarlo, pero no le puedo decir eso, porque me despediría.

A ver, ¿Acaso está practicando para pedírselo a alguien?

Pero ¿a quién? ¿Quién aceptaría casarse con Hitler?

—No, quiero que te cases conmigo.

A ver ¿qué?

Él apoya sus codos sobre el enorme escritorio de vidrio mientras entrelaza sus suaves y delicados dedos. Ahora me está viendo fijamente. Los ojos de Oliver son tan... no sé ¿potentes? que esa mirada en mí me da escalofríos.

—¿Qué diablos? —Yo suelto una carcajada, esto debe ser alguna broma. ¿Yo casarme con Oliver Anderson? ¡Claro! Y de paso tengamos 10 hijos y cuando muramos que nos entierren juntos y que nuestra lápida diga «Aquí yace una feliz pareja» en dorado, por favor. —Y así nada más... ¿Sin un café? ¿Sin una cena romántica? ¿Sin la música del Titanic de fondo, al menos? Buena broma, señor Anderson.

—No es broma —habla luego de unos segundos y su voz es suave, sospechoso. Levanto la mirada y su rostro está serio, todavía más sospechoso. —Escucha, le dije a mi padre que me había casado ¿Y por qué la canción del Titanic? Esa película termina bastante mal, eso ni siquiera debería considerarse romántico.

—Dejemos a un lado lo de la canción del Titanic ¿Le dijiste a tu padre que te casaste? —El dice que sí. —¿Y no es cierto?

—¡Por supuesto que no! —Se ríe—. Yo, ¿casado?

—¿Y me lo estás pidiendo a mí?

—Nada de tutearnos.

—Es joda ¿verdad?

—Necesito una esposa, Carlin. No se me ocurrió nada mejor que decirle a mi padre, porque todo el tiempo está hablando de mi hermano y que contrajo matrimonio el año pasado y bla, bla, bla. Mañana estarán él, mi madre y Henry en la ciudad y, bueno, quieren conocer a mi esposa que todavía no existe, pero podrías ser tú.

¿Sabe qué, señor Anderson? Mejor mándeme a vender drogas.

—¿Y por qué yo?

—Porque creo que tú serías la esposa perfecta.

Por Dios ¿Yo? ¿La esposa perfecta yo? ¡Ja! Claro.

—A ver, quiero aclarar esto de una vez por todas ¿Me estás... «está» pidiendo fingir ser su esposa para una cena con su familia?

—No exactamente. —Se levanta de su lugar y comienza a caminar con lentitud rodeando el escritorio. —Te estoy pidiendo que te cases conmigo, ya que mi padre no lo creyó mucho y quiere ver el acta matrimonial.

—Nada de tutearnos acordamos.

Esta es la primera vez desde que lo conozco que Oliver Anderson esboza una media sonrisa, pero casi de inmediato vuelve al porte de superioridad. Se para enfrente de mí con su porte erguido y varonil, se acerca a mi rostro mientras se recarga con sus manos en ambos lados del sillón en el que estoy y dice:

Esposa de mi jefe © (Nueva Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora