Capítulo 1

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Me despierto y lo primero que veo es el reloj sobre mi mesa de noche. Son las 7 en punto. Ni siquiera sé por qué me levanto tan temprano si ni siquiera tengo un empleo, entonces eso es lo primero que se me viene a la cabeza: «Otro día de búsqueda de empleo».

Creo que mejor me levanto de la cama.

Hace años creía que conseguir trabajo era fácil, entonces la realidad me golpeó en la cara y aquí estoy, con un título universitario, las mejores notas de mi clase y ni una sola propuesta laboral desde que me gradué hace un año.

Es que, a ver, tampoco he tenido la mejor de las suertes.

Bueno ¿Qué puedo contar sobre la relación entre esa acción que te hace ser un subordinado a cambio de dinero y tu vida?

Bien, iniciemos:

Durante la universidad trabajé en un periódico local, al menos eso pagaba mis cuentas de la universidad, pero lo dejé por un empleo «más estable» en una pequeña editorial donde me encargaba de leer libros tras libros de escritores aficionados, esa fue una buena etapa de mi vida voy a admitir, pero de estable nada, la editorial cerró un par de meses después y tuve que volver al periódico, pero lo dejé de nuevo cuando finalmente mis plegarias estaban siendo escuchadas y, como coro de ángeles, un maestro de la universidad se acercó a mí y me dijo:

—Alex, tengo una propuesta para ti. Necesito que me ayudes en el guion de una producción aquí en Nueva York.

¿Qué iba a decirle yo que ya estaba harta de las noticias amarillistas del espectáculo? ¡Qué sí!

Ya tenía un empleo en una producción grande, con un guion que era cliché, pero del que a mí me gusta ¡Qué maravilla! Pero entonces la protagonista se acostó con el director y la jefa de jefas de todas las jefas era la esposa del susodicho, amo los chismes del trabajo, pero no los que me involucren a mí, porque todos ¡Todos! Nos quedamos sin empleo. Canceló el proyecto, se llevó su dinero —y el dinero de él— y se fue a viajar por toda Europa.

Yo solo veía sus historias en redes sociales mientras buscaba otro empleo una vez que el periódico local ya no me aceptó de regreso.

En fin, no he tenido algo estable desde entonces.

Miro por la ventana de mi apartamento, parece ser un buen día, los árboles florecen luego de tantos días de invierno y aunque el tráfico es terrible —como lo es usualmente en Nueva York— sí parece ser un buen día. Me mudé hace como cinco años desde Miami, mucho que aprender, claro; ciudad nueva, costumbres nuevas, grandes personalidades, grandes empresas.

Todo un reto, sí; pero el más grande fue no volver a hablar con mi padre. Antes de mudarme fue él mismo quién lo dijo o más bien gritó: «Te vas de aquí y dejas de ser mi hija» y bueno, no sé nada de él desde entonces. Mi familia es muy conservadora, de esas que «hasta que no te cases no te vas de aquí», pero yo rompí las reglas, de hecho, lo hice desde que dejé la escuela de medicina un semestre después, porque sentía que no era lo mío. A mí me gusta escribir, crear historias, leer historias, todo lo que tenga que ver con literatura y mi padre no entendía eso —y no lo entiende aún—.

En fin, por eso me mudé a Nueva York, muy lejos de mi ciudad natal y muy lejos de mi padre, un hombre prepotente que siempre nos dijo que en casa no se hace nada más que lo que él dice; por tal razón, nunca tuve buena relación con él, aunque para su desgracia compartimos los mismos rasgos característicos de los Carlin, ojos verdes, pestañas arqueadas, nariz respingada, labios finos, ambos tenemos el cabello muy ondulado y rubio, físicamente soy una versión femenina de él ¿Qué ironía no? Mi padre y yo somos una copia exacta el uno del otro, excepto en el interior.

Esposa de mi jefe © (Nueva Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora