🤍capítulo 15🤍+18

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A veces, amar a alguien te puede jugar una mala pasada. Elena lo sabía bien. Mientras miraba fijamente a la figura inmóvil en la cama del hospital, sus pensamientos se desvanecían en recuerdos dolorosos. Sentada al lado de quien alguna vez fue su todo, sentía el peso de la culpa aplastarla. Era él, su gran amor, quien ahora yacía en coma. Y era por su culpa que él estaba allí.

Los días felices juntos, los susurros de amor en la oscuridad, todo había conducido a este momento. Ella había huido a Italia, buscando escapar de las consecuencias de sus acciones, pero la realidad siempre la encontraba, recordándole que su amor había sido tanto su salvación como su perdición.

—Hola Alder, cuánto tiempo, ¿no?—ella sostenía su mano.—me pregunto si el día de mañana despertarás me dirías que me perdonas...

Elena se encontraba junto a la cama de hospital de Alder, el amor de su vida, quien permanecía en coma desde hace meses. Con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, le hablaba suavemente, esperando que él, de alguna manera, pudiera escucharla.

De repente, la puerta se abrió y una enfermera pelirroja entró en la habitación. Elena levantó la vista y sus miradas se cruzaron. La enfermera se acercó a la cama y miró a Alder antes de susurrarle a Elena:

—Hola, hermana.

Elena respiró hondo, sabiendo lo que eso implicaba.

—Conoces el trato, —respondió a la enfermera con una voz firme, pero cálida—, tú haces que regrese del coma y yo cumplo con mi parte de matar a Lena.

Elena asintió, sabiendo que la mujer frente a ella no era una simple enfermera, sino el ángel de la Vida, su hermana gemela, Elene.

La maldición que las había separado también le impedía a Elena, el ángel de la Muerte, despertar a Alder por sí misma, llevándola a buscar la ayuda de su hermana en un desesperado intento por salvar a su amado.

Elene, el ángel de la Vida, se acercó con paso decidido a la cama donde Alder yacía en coma. Elena, observando cada movimiento de su hermana, sintió una mezcla de esperanza y temor. Elene colocó suavemente su mano sobre la cabeza de Alder y, con una voz llena de poder y serenidad, dijo:

—Él despertará en cinco días y después tú deberás cumplir con tu trato.

Elena asintió lentamente, sabiendo lo que implicaba aquella promesa. Mientras la mirada de Elene se suavizaba, una luz brillante comenzó a rodearla. En cuestión de segundos, su figura se desvaneció, dejando la habitación en un silencio profundo y lleno de expectación.

Elena se encontraba al lado de la cama de Alder, susurrando sus últimas palabras antes de marcharse. Con una mezcla de tristeza y determinación, le dijo:
—Nuestra historia de amor aún no acaba.

Con un último vistazo a su amado, salió de la habitación y cerró la puerta suavemente. Sin embargo, al girar en el pasillo, se encontró de frente con Ancel, el hermano mayor de Alder. Su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y enojo.

—¿Qué haces aquí? —espetó Ancel. Elena mantuvo la calma y le sostuvo la mirada.

—Sabes que tengo el derecho de verlo —respondió firmemente.

Ancel, aunque aún sentía algo por Elena, no podía olvidar que él mismo la había obligado a dejar Italia cuando su hermano cayó en coma.

Con el ceño fruncido, replicó:

—Sabes que me refiero a qué haces en Italia.

Elena dejó escapar una leve sonrisa cargada de ironía y respondió:

—Pregúntale a tu esposa.

Sin más palabras, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Ancel parado en medio del pasillo, atrapado entre sus sentimientos y su orgullo.

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