capitulo. 6

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El ser inmortal de piel semi morena, con su cabello castaño, estaba en shock, con los ojos abiertos de par en par y la boca ligeramente abierta, mientras contemplaba la escena que se desarrollaba ante él. La estatua de piedra caliza que él mismo había creado, comenzaba a transformarse de manera inexplicable, tomando color y vida, convirtiéndose en un ser humano de carne y hueso.

La estatua, que momentos antes era inerte y gris, ahora mostraba una piel suave y blanca, con cabellos rubios que caían suavemente sobre sus hombros. El ser inmortal retrocedió instintivamente, sin saber qué hacer o cómo reaccionar ante lo que estaba sucediendo. La estatua, ahora convertida en humano, se tambaleó y cayó al suelo con un fuerte golpe, como si estuviera aprendiendo a controlar su nuevo cuerpo.

El  castaño se acercó lentamente, con una mezcla de fascinación y temor, tratando de entender qué había sucedido y por qué su creación había cobrado vida de esa manera. Se inclinó sobre la figura que yacía en el suelo, observando con detenimiento cada detalle, desde la suavidad de su piel hasta la textura de su cabello. Era como si estuviera tratando de descubrir el secreto detrás de ese milagro, sin poder creer lo que estaba viendo.

Con una mezcla de ternura y reverencia, el castaño se inclinó y tomó en sus brazos al ser humano de cabellos dorados, sosteniéndolo con una delicadeza que parecía casi reverencial. Mientras lo levantaba, sus ojos se posaron en el rostro sereno de la figura, apreciando la suavidad de sus párpados cerrados, la curva de sus pómulos y la delicadeza de sus labios.

Llevó al ser humano hasta un sillón cercano, donde lo depositó con sumo cuidado, como si temiera despertarlo de un sueño profundo. Luego, tomó una manta suave y la cubrió sobre el cuerpo frágil, envolviéndolo en un abrazo cálido y protector. La piel blanca y suave del ser humano contrastaba con la textura áspera de la manta, pero el hombre castaño no parecía importarle, solo quería protegerlo y mantenerlo seguro.

Mientras la noche seguía su curso, esperando el amanecer, el hombre castaño se sentó junto al sillón, observando al ser humano con una mezcla de fascinación y nostalgia. La semejanza con su amado fallecido era innegable, y parecía que el tiempo se había detenido para él, permitiéndole revivir momentos pasados. La calma y la quietud de la noche envolvían la escena, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración, esperando a ver qué sucedería a continuación.



[•••]






La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de la ventana, enviando pequeños rayos de sol que acariciaban el delicado rostro de tez blanca del joven rubio. Su pecho se movía ligeramente con cada respiración, y sus párpados comenzaron a parpadear, como si estuviera emergiendo de un sueño profundo.

El castaño, sentado en un sillón cercano, lo observaba con una mezcla de sorpresa y expectación, su corazón latiendo con una emoción contenida. Cuando el rubio finalmente abrió los ojos, el castaño se acercó lentamente, con una sonrisa tímida en su rostro.

Pero el rubio, confundido y asustado, se cubrió con la manta que tenía sobre su cuerpo, alejándose del castaño con una mirada de temor. El castaño, comprendiendo su miedo, retrocedió con las manos levantadas, indicando que no le haría daño, y esperó pacientemente a que el rubio se calmara.

Finalmente, el rubio lo miró con aquellos ojos azules que parpadeaban lentamente, tratando de entender al castaño. —Alastor— con una voz suave y calmada, se presentó: "—Soy Alastor Harthurs—". El rubio lo miró con confusión, negando con su cabeza, indicando que no lo recordaba.

La habitación se sumió en un silencio expectante, mientras Alastor esperaba a que el rubio recordara algo, cualquier cosa, que lo conectara con su pasado. Pero el rubio solo lo miraba, con una expresión de desconocimiento, como si fuera un extraño en un mundo desconocido.

Alastor, con una mezcla de tristeza y determinación, se acercó lentamente al rubio, quedando frente a frente con él. Se arrodilló con suavidad, como si estuviera ante un altar, y con una voz llena de emoción, pidió la mano del rubio.

El rubio, aún mirándolo con desconfianza, extendió su mano con duda, como si temiera que Alastor fuera a hacerle daño. Pero Alastor, con una sonrisa tranquilizadora, le aseguró que no le haría nada malo.

Con dedos suaves, Alastor trazó un símbolo de protección en la palma del rubio, y de repente, una luz dorada comenzó a brillar sobre las líneas de su piel. El rubio se fascinó con la visión, su mirada fija en la luz que parecía danzar en su mano.

Alastor, con una sonrisa esperanzada, preguntó por segunda vez si lo recordaba. Pero el rubio, aún confundido, negó con su cabeza. Alastor no se desanimó, entendiendo que solo sería cuestión de tiempo para que el rubio recordara su pasado, su conexión con él.

La luz dorada continuó brillando en la palma del rubio, como un símbolo de la promesa de protección y amor que Alastor le ofrecía. Y aunque el rubio no recordaba, Alastor sabía que su corazón sí, y que pronto, todo volvería a su lugar.



Alastor se levantó de su posición arrodillada, su mirada se dirigió al rubio que aún se cubría con la manta, sentado en el sillón con una expresión de confusión. Alastor se acercó a su armario y sacó una camisa y unos pantalones, ofreciéndoselos al rubio con una sonrisa amable.

Pero el rubio, en lugar de aceptar la ropa, ladeó su cabeza, como si no entendiera qué estaba sucediendo. Alastor, confundido, repitió la oferta, preguntando si quería vestirse, pero el rubio solo frunció el ceño, sin comprender.

El castaño se detuvo, extrañado de que el rubio no pronunciara ninguna palabra. Se dio cuenta de que el rubio no sabía hablar, o al menos, no podía articular palabras coherentes. Era como un niño en el cuerpo de un joven apuesto, con una mirada inocente y confundida.

Alastor se acercó al rubio, con una expresión de ternura, y comenzó a vestirlo con suavidad, como si fuera un niño pequeño. El rubio se dejó hacer, sin resistencia, pero sin entender tampoco. Alastor susurró palabras tranquilizadoras, tratando de calmarlo, mientras le abrochaba la camisa y le subía los pantalones.

La escena era conmovedora, Alastor cuidando al rubio como si fuera un niño, tratando de protegerlo y cuidarlo, mientras el rubio lo miraba con ojos confundidos, sin entender el mundo que lo rodeaba.





[•••]




La mañana avanzaba, y Alastor se encontraba en la cocina, cocinando con dedicación un exquisito platillo de jambalaya, pensando en el rubio que aún exploraba su hogar con curiosidad. El aroma del arroz, el pollo y los verduras se mezclaba en el aire, creando un ambiente acogedor y reconfortante.

Mientras tanto, el rubio se encontraba en el salón de esculturas, rodeado de estatuas que reflejaban su propio rostro, como si estuviera en un mundo de espejos. Su mirada recorría cada una de las esculturas, con una mezcla de fascinación y confusión.

Alastor terminó de preparar el platillo y lo sirvió en la mesa de la sala, creando un ambiente íntimo y acogedor. Luego, buscó al rubio, encontrándolo en el salón de esculturas, absorto en la contemplación de su propio reflejo.

Alastor se detuvo en el marco de la puerta, observando al rubio con nostalgia y una sonrisa melancólica. Susurró para sí mismo: "—Es igual a él...",— mientras recordaba al rubio de su pasado, al amor que había perdido y que ahora parecía haber regresado.

La luz matutina se filtraba a través de las ventanas, iluminando al rubio, que parecía una estatua viviente, rodeado de sus propias réplicas. Alastor se quedó allí, admirando la belleza del rubio, reviviendo recuerdos y emociones que creía haber perdido para siempre...













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Estaré algo ocupado pero les prometo que esta historia tendrá hermosos capitulos .








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