De batas blancas y traje azul

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Capitulo 2

Quizá esto era su culpa, los gritos de Becky no estaban errados, pero no pudo evitar sostener su muñeca y jalarla contra su cuerpo, luego de oír sus protestas y sostenerla con tranquilidad. Se habían tardado más de media hora en llegar, tras cortar la llamada telefónica y, tenerlas ahora en el mismo lugar que ella, le había devuelto la tranquilidad de la situación.

- ¿Qué demonios hicieron? - las acusó la castaña intercalando la mirada entre ella y su compañera cuando la soltó.

- Te lo dije por teléfono- le recordó y, sin importarle la edad de su hija, la tomó entre sus brazos y la cargó intentando calmarla - fue un error médico

- ¿Si quieras has visto lo que pasa afuera? Tu error está matando gente

- Lo sé, Becky ¿no crees que ya me siento lo suficientemente culpable? No necesito de esto ahora. Si estás aquí, al menos, por favor, ayúdame- le pidió y el lugar se silenció. Desde afuera, las sirenas de policías, bomberos y el griterío de gente se colaba a interrumpirlo. Freen la miró un momento, recordando que cada vez que pedía su apoyo siempre lo recibía, Becky nunca la dejaba sola. Y en ese momento la necesitaba más que nunca. La vio asentir y lanzó un suspiro, aliviada y continuó - ¿te han enviado algún reporte desde tu trabajo?

- Nada, solo Heng me llamó y me sugirió no salir de casa- ella se mordió el labio para no protestar. Heng Asavarid el eterno enamorado de su esposa y que siempre pensaba más en ella que en él mismo. El único que liberaba sus celos seriamente y hasta había generado una discusión entre ellas. Nunca habían cruzado si quiera un saludo de cordialidad y nunca lo harían, las miradas lascivas que él le dirigía a la rubia lo impidieron desde aquella vez cuando intentó ponerlo en su sitio y le reclamó en medio de una oficina. Desde entonces, cuando iba por Becky a su trabajo, solo la esperaba afuera y evitaba encontrárselo o volvería a golpearlo - ¿tienes tu celular? Lo llamaré y averiguaré lo que necesitas

- Ajá, en el escritorio tras de ti- murmuró girando y dejando a su hija sobre una mesa - ¿cómo estás, cariño?

- ¿Por qué estamos aquí? Quiero ir a casa

- Vamos a quedarnos aquí por unas horas ¿sí? - le dijo acariciándole ambas mejillas con sus pulgares y Mon asintió - en el cuarto de atrás hay una computadora con la que puedes divertirte o algunos libros, ya sabes dónde- agregó. Ella misma había construido una pequeña repisa con cientos de libros infantiles y para la edad de la niña, para que se entretuviera cuando Becky no podía cuidarla en casa y pasaba las tardes con ella - o puedes dormir

- Sí, tengo sueño ¿me cuidarás?

- Como siempre, hija- la cargó nuevamente y, dándole una mirada por sobre su hombro a la morena y su conversación telefónica con Heng, caminó con Mon hasta dejarla en uno de los sillones

Mientras la veía conciliar el sueño, acarició sus mechones negros con suavidad. Eran del mismo color que los suyos y sus ojos, cerrados ahora, marrones como los de Becky. Su hija había pasado ocho meses y medio dentro de la morena, luego de su primera inseminación y la prueba no fue complicada. Nació sin problemas y creció sin ellos también. Mon era una mezcla pura de la personalidad dulce de su esposa, pero la intensidad y el amor por la ciencia que ella tenía.

Cuando abría un libro en la oficina de casa y se colocaba sus guantes de látex para formar y experimentar algo nuevo, la pequeña se colaba y leía en voz alta casi como su asistente. Compartía esos momentos irremplazables con ella, pero cuando llegaba Becky, la acompañaba en la cocina mientras le preguntaba cuándo podría cargar un arma por primera vez.

El ocaso Freenbecky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora