Clásicos de Gyeonju: la flor azul de Maehwa.

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HANYANG, JOSEON DE PRINCIPIO DEL SIGLO XIX.

IM NARYEONG.

La popularidad de las novelas románticas en la capital entre las mujeres era impresionante. Las librerías de alquiler de libros, los lectores masculinos y femeninos para los nobles, los escritores bajo los seudónimos, los copistas… Eran el cuadrado de comercio de gran demanda.

Naryeong, aún siendo una mujer noble joven que debía tener su cabeza en el matrimonio, se dedicaba largas horas a escribir para sus clientas. Tenía tres ejemplares que había entregado bajo un anónimo y desde esa vez, le pedían sin falta cada mes.

Sin embargo, en ese invierno, a dos semanas de la entrega, un bloqueo la había golpeado. La tinta en el pincel se secaba al esperar trazar una letra. Tenía muchas ideas pero ninguna podía expresar. Terminaba frustrada y se prometía hacerlo después de las clases prenupciales, aunque no servía de nada, porque volvía a recurrir al alcohol para no perder la cabeza.

Al volver a su habitación, miraba las hojas apiladas en su mesa de escritura. Era la última historia que escribió, la de aquel hombre príncipe que vivía la vida que quería. Juraba que era algún tipo de maldición haberla escrito. Pero no podía deshacerse de ella cuando lo había hecho con todos sus sentimientos. No eran como las historias vacías que le entregaban a esas mujeres donde trataba temas de amor y erotismo.

Su mente volaba en las clases prenupciales. Soltó un alarido al sentir un golpe en su brazo derecho. Volvió a la realidad, donde aquella mujer de ojos tal cual como una espada afilada la miraba con furia. Su maestra odiaba verla mirar a otro lado que no fuera al frente, así como Naryeong odiaba sus clases.

—¿Qué es de tu interés y por qué no es sobre cómo atender a tu esposo correctamente?

Las clases prenupciales eran un asco, una completa pérdida de tiempo. Su cabeza se había llenado de cucarachas con solo aprender las matemáticas para saber la mejor fecha para concebir a un varón. Se sentó erguida y escuchó su sermón, conteniendo su mirada hacia sus compañeras que reían en bajito. Eran niñas sin diversión después de todo.


Dos toques en su puerta. En la soledad de sus aposentos miraba a la nada mientras se sumía en su desesperación.

—¿Naryeong?

Suspiró profundo. No quería hablar con nadie, ni siquiera su hermano mayor.

—Ella no está —respondió aburrida, aún con la formalidad correspondiente.

Lo escuchó reír.

—¿Segura que no quieres beber conmigo?

Esa noche bebió con su hermano hasta tarde. Las conversaciones surgieron sobre su matrimonio y cómo le iban con las clases. Como era habitual, Naryeong expresó su rechazo y le contó que no podía con la idea de casarse. Pero así también, él la miraba con ternura, como si fuera una niña aunque estuviera en sus veinticinco años, y le explicaba de nuevo lo que implicaba ser una soltera. Sí o sí su nombre estaría en las listas de bodas del jefe del pueblo. Era su destino pertenecerle a un hombre. Y si tenía suerte, morir juntos como sus padres y no tener que ser una viuda.

Entonces, siendo un círculo vicioso, su corazón se arrugaba del dolor emocional. Tomaba su taza para beber y la tragaba de una, manchando su prendas. Su hanbok terminaba oliendo a licor y la mujer que le servía la llevaba a sus cobijas. Existía gran probabilidad de que no escucharía el reloj despertador a la mañana siguiente.






Hasta que despertó de golpe porque había soñado que caía de un precipicio. El miedo todavía era latente y los vellos de sus brazos estaban erizados. La luz de la luna se colaba por su ventana, brillando de forma bella. Tal fenómeno le causaba extrañeza cuando cada noche la señora Go las cerraba sin falta. Al mirar a su lado supo que había perdido la cordura. Un hombre envuelto en sus mantas como si fuera su esposo eran sus pesadillas hechas realidad.

Before You and I become 'We' | Huening Kai.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora