Capítulo 2: Resignación

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Las palabras de Suguru quedaron suspendidas en el aire, pesadas como piedras. Un velo de incomodidad se extendió sobre la mesa, sofocando los últimos rescoldos de la conversación. Satoru, sumido en sus pensamientos, apenas notó cuando Nanami se levantó de la mesa y con una disculpa apenas murmurada, se retiró a su habitación. Suguru, por su parte, permaneció sentado durante un rato más, observando el fuego con una expresión ilegible en su rostro curtido. Finalmente, se puso de pie y, sin decir palabra, desapareció en la noche.

Satoru se quedó solo, rodeado por los restos de la cena y el eco de las palabras de Suguru. La revelación de la magia, del poder antiguo que impregnaba aquella tierra, lo había dejado inquieto, lleno de preguntas sin respuesta. Pero había algo más, una intuición, que le decía que Suguru no les había contado todo.

Mientras tanto, en la habitación contigua, Nanami se paseaba de un lado a otro como una fiera enjaulada. La propuesta de Satoru de llevarse a Suguru a la iglesia lo había tomado por sorpresa, despertando en él una mezcla de recelo y preocupación. No confiaba en las intenciones del sacerdote. Había algo en su mirada intensa, en su sonrisa fácil, que le generaba desconfianza.

Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. — Adelante — dijo, su voz tensa.

La puerta se abrió lentamente, y Suguru entró en la habitación. Su rostro, a la luz tenue de la vela, parecía aún más tosco de lo habitual. — ¿Qué te ha dicho? — preguntó Suguru, sin preámbulos porque todavía seguía curioso por la conversación que tuvo el rubio con el albino en el puerto

Nanami suspiró, dejándose caer pesadamente sobre la cama. — Quiere que vayas a vivir con él a la iglesia. Dice que necesitas... redención.

Suguru soltó una risa amarga. — ¿Redención? Ese hombre no sabe nada de mí. No sabe lo que he hecho.

— Lo sé — dijo Nanami, su voz llena de compasión. — Pero él... él cree que puede ayudarte.

— No necesita mi ayuda — gruñó Suguru, apretando los puños. — Y yo no necesito su lástima.

— No se trata de lástima, Suguru — dijo el rubio, levantándose y acercándose a él. — Se trata de... de encontrar un lugar en el mundo. Un lugar donde puedas ser tú mismo, sin miedo a ser juzgado.

Suguru lo miró con incredulidad.

— ¿Un lugar así existe? — preguntó, su voz estaba llena de escepticismo.

— No lo sé — admitió Nanami. — Pero no puedes seguir huyendo para siempre, Suguru. Tienes que enfrentarte a tu pasado, a tus demonios.

— Mis demonios son parte de mí — dijo el pelinegro, su voz baja y amenazante. — No puedo, ni quiero, deshacerme de ellos.

— No se trata de deshacerte de ellos — dijo Nanami, con paciencia. — Se trata de... de encontrar la forma de vivir con ellos. De convertirlos en tu fuerza, no en tu condena.

Suguru guardó silencio, reflexionando sobre las palabras de Nanami. Sabía que tenía razón. Había pasado la mayor parte de su vida huyendo de su pasado, de los recuerdos que lo atormentaban. Pero la verdad era que no podía seguir huyendo para siempre.

— ¿Y qué hay de ti? — preguntó Suguru al fin. — ¿Qué harás tú?

El rubio lo miró a los ojos, su expresión seria. —Yo estaré a tu lado, pase lo que pase — dijo, con firmeza. — Siempre lo he estado, y siempre lo estaré. Pero la decisión final... es tuya. Eres libre de elegir tu propio camino.





 Eres libre de elegir tu propio camino

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