Capitulo 9: Nox Aeterna

127 18 1
                                    


La noche de Nox Aeterna finalmente llegó al pueblo como una bestia salvaje liberada de su jaula. Las calles, normalmente tranquilas y desiertas a esas horas, se habían transformado en un torbellino de caos y desenfreno. Las antorchas, que iluminaban la noche con una luz fantasmal, proyectaban sombras grotescas sobre los rostros de los habitantes, que parecían haber olvidado cualquier atisbo de cordura o decencia. Desde la ventana del comedor del convento, Satoru observaba la escena con una mezcla de horror y fascinación. La música atronadora, los gritos ebrios, las risas histéricas... todo confluía en una cacofonía infernal que le taladraba los sentidos.

Por parte del albino, la rabia, como un fuego frío, se apoderó. Cada carcajada de Sukuna, cada mirada cómplice que intercambiaba con Suguru, era como una puñalada en su ya maltrecho orgullo. No podía soportarlo más. Sin decir palabra, se levantó bruscamente de la mesa y salió del comedor, con la furia guiando sus pasos.

Claro que esa furia se había hecho aún más grande, cuando encontró al pelirosa y al esclavo hablando secretamente en las caballerizas y Satoru tuvo unas ganas inmensas de interrumpir aquello pero su ética lo detuvo. Desde ahí, una semana había estado evitando al sirviente y solo le hablaba para asuntos de la catedral y sobre su evolución con el dominio del idioma.

Llegando al ahora, el cura atravesó el pasillo a grandes zancadas, ignorando las miradas curiosas de algunos de los hermanos que se cruzaron en su camino. Necesitaba escapar de allí, de la mirada burlona de Sukuna y de la sonrisa sofocante de Suguru. Su habitación, su santuario de paz y recogimiento, se convirtió en su único refugio. Cerró la puerta de golpe tras de sí, buscando aislarse del mundo exterior, de la locura de Nox Aeterna y, sobre todo, de la tortura de sus propios sentimientos.

Pero la soledad que tanto ansiaba se vio interrumpida un instante después. No necesitó girarse para saber que Suguru estaba allí, en el umbral de su habitación, adentrándose en ella y cerrando la puerta con seguro, observándolo con esa mezcla de diversión y curiosidad que tanto lo irritaba.

- ¿Huyendo tan pronto, padre? - la voz de Suguru, impregnada de un tono burlón, resonó en la habitación, avivando la furia que Saturo intentaba en vano controlar.

Se giró sobre sus talones, la mirada encendida en un crisol de celos y resentimiento.

- ¿Acaso te importa? - espetó, con la voz cargada de veneno.

Suguru, lejos de amilanarse, se acercó a él con la seguridad de un depredador que acorrala a su presa.

- Todo lo que haces me importa, Satoru - dijo, su voz ahora baja y gutural, dejando de lado todos los formalismos que le tenía al sacerdote, cargada de un significado que hizo que la piel de Satoru se erizara.

- ¡No me llames así! - rugió Satoru, fuera de sí. La proximidad de Suguru, el aroma a peligro y deseo que emanaba de su piel, lo estaba volviendo loco.

- Me gusta llamarte así ... - iba a decir más pero fue interrumpido por el sacerdote

- ¿Podrías irte? Quiero estar solo - respondió con furia contenida mientras empujaba con desesperación al esclavo pero este no se movió mucho que digamos

- No quiero dejarlo solo - habló con un susurro mientras suspiraba - Padre, desde que estoy hablando con su amigo, usted me ha estado evitando ¿porqué?

Suguru frunció el ceño por aquel detalle que no le dejaba dormir aquella semana y más ahora cuando Saturo se quedó callado y quieto en su sitio sin saber que decir o excusarse en realidad.

- No ... No te estaba evitando - arrugó la nariz mientras evadir la mirada del esclavo

- Para que se quede más calmado, dije que no a la idea loca de su amigo ... - se cruzó de brazos mientras evadía cualquier mirada del sacerdote - Lo hice por usted ...

Cruxis | Satosugu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora