Capítulo 19: Estación 7 | Caer Por Segunda vez

61 8 27
                                    

La ansiedad carcomía a Megumi desde adentro. Cada hora que pasaba, cada tictac del reloj, resonaba en sus oídos como un martillazo, recordándole la situación precaria de Sukuna. Las mazmorras, frías, húmedas y oscuras, no eran lugar para nadie, y menos para alguien tan... volátil como Sukuna.

Las palabras de su padre resonaban en su cabeza como una sentencia: "No volveré a tolerar una traición semejante". Megumi sabía que Toji no bromeaba. Su furia era palpable, un volcán a punto de entrar en erupción. Y entonces, como si la vida le jugara una broma cruel, Yuji llegó. Su prometido, radiante y lleno de alegría por el reencuentro, lo recibió con un abrazo que a Megumi le supo a ceniza en la boca.

¿Cómo podía actuar con normalidad? ¿Cómo podía fingir alegría cuando el corazón le latía a un ritmo frenético por la angustia? Las horas que siguieron al regreso de Yuji fueron una tortura para Megumi. Las sonrisas forzadas, las palabras vacías, el miedo constante a que descubrieran su secreto lo estaban consumiendo lentamente.

Debía hacer algo, y rápido. Pero, ¿qué? Su padre era inflexible, un muro de acero cuando se trataba de su autoridad. Acudir a él era impensable. Solo quedaba una persona que podría ayudarlo: el padre Gojo. Gojo, con su sabiduría serena, era la única esperanza que le quedaba. Debía llegar a él, debía contarle todo.

La decisión lo llenó de una mezcla de miedo y alivio. Miedo a la reacción de Gojo, a su juicio, pero también alivio por fin poder compartir la pesada carga que lo estaba aplastando. Esa noche, con la excusa de una oración nocturna, Megumi se escabulló de la habitación que compartía con Yuji. Caminó a paso ligero por los pasillos oscuros de la casa, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.

Al llegar a la puerta de la iglesia, respiró hondo para calmar sus nervios y llamó suavemente a la puerta.

— Por favor abran la puerta— susurró Megumi, con un hilo de voz — Necesito hablar con usted padre. Es urgente.

La puerta se abrió lentamente, revelando la figura menuda y preocupada de la hermana Shoko. Sus ojos, usualmente llenos de una suave calidez, reflejaban ahora una profunda inquietud al posarse en el rostro desencajado de Megumi.

— Megumi — susurró Shoko, su voz apenas audible en la quietud de la noche —. ¿Qué sucede? Te ves terrible.

Megumi, sintiendo que las fuerzas lo abandonaban, se tambaleó ligeramente. Las palabras se agolpaban en su garganta, pero no encontraba la manera de articularlas. Shoko, con la intuición propia de quien ha dedicado su vida a consolar almas en pena, lo tomó suavemente del brazo y lo guió al interior de la iglesia.

El silencio del recinto sagrado, roto solo por el débil parpadeo de las velas que ardían frente al altar, pareció envolver a Megumi en una atmósfera irreal, como si hubiera cruzado el umbral hacia un mundo paralelo donde las reglas del tiempo y la lógica se desvanecían.

— Siéntate, Megumi —  dijo Shoko, señalando un banco cercano —. Descansa un momento. Iré a buscar al padre Gojo.

Megumi asintió con la cabeza, incapaz de articular palabra. Se dejó caer pesadamente sobre el banco, sintiendo el frío de la piedra a través de la fina tela de su camisa. La imagen de Sukuna, herido y solo en la oscuridad de las mazmorras, lo atormentaba sin piedad. Shoko, con paso silencioso, se dirigió a la parte trasera de la iglesia, donde se encontraban las habitaciones privadas.

Llamó suavemente a la puerta de Gojo, su voz apenas un susurro que, sin embargo, tenía la urgencia de una alarma en la noche.

— Padre Gojo — llamó Shoko, con un tono de preocupación en la voz — Soy Shoko. Megumi está aquí. Parece que algo grave ha sucedido.

Cruxis | Satosugu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora