Capitulo dos

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Su día definitivamente mejoró cuando en su tercera clase se encontró con su única amiga sincera en ese lugar, Carola.

La castaña en cuanto lo vio corrió a abrazarlo..

— ¡Checo, que gusto verte! ¿Cómo te fue en tus vacaciones? ¿Alguna novedad? ¿Traes chisme? ¡Habla!

El pecoso se rió por la actitud de su amiga.

— Respira Caro, te contaré todo después, lo prometo. Pero ahora, dame un minuto por favor, no es mi día.

— Claro, lo siento. Oyeee, y si vamos por un helado después de clases, así nos ponemos al corriente, tengo mucho que contarte.

— Claro, buena idea, tengo que contarte el chisme completo de Pao — iba a seguir hablando pero entro el profesor Kimmi. Todos guardaron silencio. Incluso vio a varios enderezarse en sus asientos.
El profesor podría resultar intimidante.

Compartieron miradas pero nadie volvió a hablar en toda la clase.

Se dirigía a la salida esperando que Caro ya estuviera allí. Él odiaba esperar.
Para su mala suerte no estaba, los únicos que estaban eran los del club de derecho, la mayoría de último año, sentados en las escaleras hablando escandalosamente.

Se recargo en el barandal, y estaba apunto de sacar su teléfono para fingir enviar mensajes, pero una persona viniendo hacía él captó su atención.

Un chico rubio, alto y de ojos azules lo miraba, cuando estaban frente a frente, el chico le extendió un billete de 5 dólares. Checo frunció el ceño.

— Oye se que no me veo super bien después de un día horrible de clases, pero tampoco estoy tan mal para que me confundas con un vagabundo — dijo ofendido.

— Es por tu café de esta mañana.

Si antes estaba ofendido, ahora estaba lo doble, muy indignado. — ¡Entonces si te diste cuenta! ¡Y ni siquiera te disculpaste!

El chico lo miraba serio, aún con el billete extendido.

— Lo siento, no tenía tiempo para parar a disculparme. Toma el dinero.

— Vete al diablo tu y tu dinero, imbecil.

El ojiazul iba a decir algo más, pero una risa escandalosa los hizo voltear.

— ¿Te están confundiendo con un vagabundo, Checo? Marilú tiene razón, deberías recortarte esas greñas — Caro estaba que se ahogaba de la risa. Cuando pudo controlarse un poco, los miró a ambos. Al ver al rubio su sonrisa desapareció.

— ¿Y este que hace aquí? Largo idiota, mi amigo no es ningún vagabundo, shu shu — hacia además con sus manos intentando que se fuera el más alto. Su cambio de actitud repentina sorprendió a ambos.

El rubio le dio una última mirada a Sergio antes de volver por dónde había venido.

— ¿Que hacías con Max?

Sergio bufó, y empezó a caminar.
Max, pensó, me vengaré.

Decidieron que primero irían a comer, así que mientras esperaban sus hamburguesas se ponían al corriente. Al parecer Caro había conocido a una chica, en las vacaciones y tenían una especie de algo. Pues a ella le gustaba, y parecía que era mutuo, pero recientemente la había visto con alguien más, y ahora no sabía que pensar. Se negó a dar nombres.

— Entonces, ¿Por qué Max te estaba dando dinero?

— El muy estúpido tiro mi café en la mañana, y ni siquiera se disculpó — dijo molesto. — Y me quería dar dinero, como si lo necesitará.

— Lo hubieras aceptado, podríamos haber pagado los helados con eso — dijo divertida.

— Sí, no se me ocurrió...

— Bueno entonces, ¿que paso con Pao?

Sergio empezó a relatar todo lo que había presenciado en su estadía en México. El tema siguió aún después de terminar de comer. Incluso al llegar al puesto de helados seguían compartiendo su opinión al respecto.

— Yo quiero mucho a mi hermana, pero no apoyo lo que hizo. No lo tomo personal, pero...

— De alguna manera te afecta. Esta bien, lo hizo conociendo la situación, entonces no tienen la obligación de perdonarla.

Sergio asintió.

Terminaron su helado en silencio. Pronto Caro volvió a hablar, dejando lejos la tensión y volviendo la tarde divertida.

La semana siguió con normalidad, entre clases y tardes con Carola, se había sentido como un parpadeó.

El día viernes, tuvieron su última clase libre, decidieron con sus compañeros ir a jugar un partido de fútbol en la canchas de la parte de atrás. Cómo era de esperarse, el equipo perdedor terminó enojado, y los ganadores festejaban como si hubiesen ganado un mundial, entre ellos Checo.

Feliz, se encamino a la salida. Pero antes de llegar una voz detuvo su camino.

— ¿Sergio? ¿Eres tú?

Frente a él estaba Lance, el chico del avión.

— ¡Lance, que sorpresa! ¿Que haces aquí?

— ¡Yo aquí estudio!, ¿Que haces tu aquí? — dijo emocionado, tal cual un niño pequeño, incluso le dio un pequeño abrazo al de pecas, que le correspondió de igual manera. 

— ¿Cómo que estudias aquí? ¿Y por qué no te había visto?

— Bueno, en realidad es mi primer año. Y no he tenido mucho tiempo de andar socializando, tampoco.

— Entiendo, que alegría volver a verte. Pensé que nunca te volvería a ver. — sonrió.

— Pensé lo mismo, pero aquí estamos, cosas del destino.

Ambos sonrieron, Checo estaba apunto de pedirle su número de teléfono, ahora que el destino les había dado una segunda oportunidad, no podía desaprovecharla. Pero una tercera voz habló:

— Lance, vamos, se hace tarde.

Voltearon, era Max.

— ¿Son amigos? — preguntó extrañado.

— Ugh no — dijeron al mismo tiempo.

— Estamos en el mismo club, y tenemos una junta ahora, temo que me tengo que ir. Pero dame tu número de teléfono, para seguir en contacto.

Intercambiaron número bajo la atenta mirada del rubio. Se despidieron con otro abrazo, parecía que a ambos les gustaban los abrazos.

Sergio se despidió de Max sacándole el dedo medio. Cosa que hizo reír a Lance, pero de inmediato se callo al ver la expresión molesta del ojiazul.

Aprovechó el fin de semana para hacer sus tareas y también reponer horas de sueño perdidas.
También llamo a su familia para saber cómo estaban.

El domingo por la noche le hizo una videollamada a su abuelita.

— Hola Corazón de melón, ¿Cómo estás?

— Hola Abu, estoy bien, solo cansado, ¿tu cómo estás?

— Ya sabes, mi presión se descontrola a veces, pero si no fuera por eso, estaría más sana que todos ustedes juntos.

Sergio río, era verdad, su abuelita era una persona muy fuerte.

— ¿Entonces, mi niño?

— ¿Que pasa?

— ¿Ya te has acostado con algún guapote? — pregunta muy sin pena.

— ¡Abuela, llevo aquí una semana, por favor! — dijo riendo.

— Bah, eso no es de importancia. Yo estuve con tu abuelo el mismo día que lo conocí.

— ¡No quiero sabes eso! — dice escandalizado.

— Eso ayuda mucho con la tensión y el estrés, mijo...

— ¡Basta! ¡Basta! Cambiemos de tema mejor.

— Mira que rojo te has puesto — su abuela se burlaba de él sin ningún tipo de piedad.

Cuando dejemos de pelear Donde viven las historias. Descúbrelo ahora