06. One of the last suppers.

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Narrador omnisciente.


La pelinegra meneaba sus caderas con sutileza y lentitud al ritmo de la suave música que sonaba en el salón. Sus manos recorrieron su propio cuerpo con lentitud para luego agitar sensualmente su cabellera lisa, derramando sensualidad y pasión con cada uno de sus movimientos.

Sus pies resonaron en el suelo en cada paso que daba y su voz terminó mezclándose suavemente con la canción, siguiendo el ritmo con su boca y su baile sensual. Nadie bailaba como ella, sus movimientos eran únicos y especiales mientras movía sus caderas en el aire.

Giró y dió vueltas, con los ojos cerrados, se encontraba en un mundo que le pertenecía únicamente a ella, su cabello volaba a los lados de sus hombros y se movía junto a ella. Continúo meneando sus caderas y su cuerpo, bailando a un único ritmo mientras unos ojos ocultos empezaban a observarla con atención y admiración.

El hombre de pie en el umbral de la entrada, apreciaba a su mujer bailando y no podía evitar sonreír, ya que hacía tiempo que no la veía bailar y creyó que ya había perdido esa manía. En el fondo estaba alegre y sentía nostalgia al ver que eso todavía no cambiaba.

Sus ojos se suavizaron y miraron con atención y admiración cada movimiento de su chica, quien parecía un ave libre bailando entre tanta naturaleza. Parecía un ángel hermoso e inocente estando a punto de despegar su vuelo. Sus pensamientos hablaban por si solos mientras se perdía observándola, el también se encontró en un mundo diferente al que sus pies estaban pisando en ese instante.

En ese mundo el bailaba y reía junto a su amada, ambos moviéndose a un ritmo tranquilo y lento, siguiendo la canción romántica que sonaba en el ambiente especialmente creado para ellos. Se besaban y se abrazaban con dulzura. Era ese mundo que ambos esperaron en sus vidas, pero que nunca llegó. Un mundo donde el dolor y el sufrimiento no existía, donde solo se trataba de ser una familia feliz y unida.

De pronto, una suave voz lo sacó lentamente de sus pensamientos y de su imaginación.

─¿Tom?

El la miró, separándose del marco de la puerta mientras la observaba terminar por detener su baile con unos ligeros nervios.

─Cariño, lo siento... ─murmuró. ─. Estabas tan perdida en tu mundo mientras bailabas que no quise molestarte. ─Se disculpó el alemán, regalándole una sonrisa ladina y tierna al notar su pequeña vergüenza.

Ella lo observó lentamente hasta que terminó regresandole la sonrisa.

─Es temprano... ¿Que haces aquí?─cuestionó, dedicándole una última mirada antes de darle la espalda y caminar hacia su enfrente.

El cerró la puerta hacia sus espaldas y empezó a adentrarse en el salón de música, desviando su mirada hacia el piano situado en una esquina y los instrumentos colgados mientras caminaba hacia ella y metía sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Extrañamente las cosas estaban bien entre ambos.

─Terminé mis negocios, así que hoy estoy completamente libre para mí familia. ─anunció Tom con un tono suave y cariñoso, su mirada se perdió en los leggins que se ceñían hacia sus largas piernas. ─. Además, también tengo una cena de hamburguesas pendiente para hacer. ─añadió con una sonrisa ladina.

Ella detuvo la música y se volteó hacia el, dedicándole una de sus hermosas sonrisas mientras el silencio entre ambos los invadía. Le encantó escuchar eso último y saber que Tom empezaba a esforzarse un poco más para pasar tiempo en familia.

³⌉ 𝟵𝟵 𝘿𝙖𝙮𝙨 𝙚𝙩𝙚𝙧𝙣𝙖𝙡 ; 𝙏𝙤𝙢 𝙆𝙖𝙪𝙡𝙞𝙩𝙯 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora