Capítulo IV

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Tabú fuego y dolor
La selva se abrió a mis pies
Y por ti tuve el valor de seguir
Al ánimo de brillar
Gustavo Cerati

Los días siguientes me la pasé leyendo una antología de Borges, que aunque no me gustaba ni comprendía del todo, decidí continuar para no dejar a medias. Me daba pereza armar una maleta entera para irnos tan poco tiempo, y tomé prestada una bolsa de deportes de papá. Tampoco sabía que tipo de ropa llevar. No había ningún plan concreto para los días en Villa Gesell. Supuse que mamá querría broncearse todo lo que pudiera y papá se metería en el mar para boludear ayudado por Tomás. A medida que se fue acercando el momento de irnos, empecé a tener algo de ganas de pasar unos días en la playa y cambiar el agobio de los autos por el grito de las gaviotas. Que anunciaran una ola de calor para esa semana también tendría algo que ver. 

Cuando estaba cerrando la bolsa, y después de haber comprobado que tenía todo lo que había escrito mamá en su lista, me llamó un número desconocido unas cuatro o cinco veces, pero no contesté. En aquel momento me daba igual si era Valentín o una compañía telefónica. Ya había asumido que no se podía contar con una persona tan dispersa para algo serio. Aún me dolía que se intentara hacer el sincero en el último momento y que me dejara ese sabor a dulce de leche para luego no dar señal de vida. Hasta me resultaba infantil la idea de que llamase como si no pasara nada. En este aspecto, yo todavía era algo inocente y no comprendía por qué alguien iba a ser superficial conmigo sin motivo. Y lo que más me molestaba era pensar que un amigo de mi abuelo era alguien en quien no se podía confiar.

El micro salía temprano, a las siete u ocho de la mañana, y mamá acordó levantarnos con una hora de antelación para llegar a la estación con margen. El problema fue que papá puso sin darse cuenta una alarma bastante más temprano, cuando el sol ni rayaba el cielo y la vecina de enfrente aún no había comenzado su rutina de ejercicios. Entonces salió a comprar el almuerzo porque, puestos a gastar, prefería enmedar su error antes de que mamá lo notase y armara un quilombo que despertara a todo el edificio. Se marchó sin llaves ni cartera, y remató por crear una espiral de infortunios que desahogó durante las cinco horas de viaje. Cuando quiso regresarse rompió el timbre (que ya debía estar mal instalado, por cierto) presionando de más, con un porte desbarajado y nervioso que para mí lo hace inconfundible entre el resto de los hombres.

Dormí toda la mañana en una postura incómoda, y a decir verdad, después de la gran discursión donde los niños no hablan, lo último que me apetecía era ir a la playa o a pasear. Tomás llevaba alterado desde que salió de la cama y vomitó el desayuno. Al llegar al mar se extinguieron para mí todas las posibilidades de unas vacaciones tranquilas. No me apetecía saber nada de nadie y la ilusión se marchó como llegó, impoluta y veloz. Caminando hacia el departamento, nos fijamos en que una patrulla cercaba una cabaña de guardavidas y la gente se amontonaba alrededor para preguntar qué estaban rodando. ¿Quién se ahogó?, rumoreó papá en un tono descuidado que no me hizo reír. Ya, cortala, dijo mamá en voz baja. El enfado se prolongó hasta la noche, cuando la esquina del salón se llenó de besos de rabia contenida y se acordaron de los pesos malgastados en el viaje. Ahí decidieron ir a cenar fuera.

Las playas allá se extienden kilómetros y kilómetros de arena suave y surferos sin melena. Fue como un viaje en el tiempo. La primera vez que estuve en Villa Gesell, Tomás aún no había nacido, y solía llevar dos colitas colocadas de forma irregular en lo alto de la cabeza. El pino entra por las ventanas bendiciendo con sal y los lentes de las aves se encuentran al vuelo de los peces. Es la promesa del verano intentando no romperse o acabarse en una duna. Una conversación al horno entre desconocidos en la Avenida 3. No hay paciencia para el sol. No hay mar que hunda el encuentro de los tristes. Será que hay melancolía en todas partes. Eso es Villa Gessell.

Cruzando la vereda · wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora