Vos sos el verano
Más allá de la estación
Conociendo RusiaMe incliné en el asiento del micro para abrir la mochila sin molestar al hombre que dormía a mi lado. Tenía ganas de comerme el sánguche, y ya estábamos llegando. Había cerrado la cortina para que no entrase el sol. Deseaba darme una ducha y meterme en cama. Al salir del pasaje subterráneo que hay antes de llegar a Buenos Aires, pude volver a usar mi celular. Papá y Tomás estaban durmiendo delante de todo, detrás del conductor, y mamá estaba dos asientos atrás del mío. Cuando volví a tener cobertura, empezaron a llegarme cientos de mensajes acumulados del grupo del salón de clase. Me dió pereza leerlos todos, así que eché un vistazo rápido. También se cargó el chat de Julieta: «pasame tu dirección y vamos juntas a la casa de la Martina».
Hasta que llegamos al barrio del Retiro, estuve pensando si de verdad quería ir o no. Por un lado, llevaba tiempo sin juntarme con nadie, pero por otro no podía quitarme de la cabeza todas las conversaciones insípidas que habíamos tenido alguna vez. La única que había mostrado interés en mí era Julieta, pero también suponía que era así con todo el mundo, y que no era nada especial que fuera amigable conmigo. La decisión final la eché a suertes en un piedra, papel o tijera con Tomás, y como ganó él, me tuve que empezar a hacer a la idea de que iba a ir (por lo menos a testear el ambiente), y si me sentía incómoda me regresaba y ya. Le envié mi dirección. La juntada sería el viernes siguiente en Palermo. Luego me di cuenta de que era demasiado tarde como para volver sola a casa, y Julieta dijo que podíamos dormir en el departamento de su abuela, que vivía entre Villa Crespo y Palermo Soho. Aún quedaba pedirle permiso a mamá.
Lo primero que hice al llegar a mi dormitorio fue adherir en la pared frente al escritorio las postales que había comprado en Villa Gessell. Solo nos dejaban poner cosas en un rincón de la pieza, porque decían que sino habría que pintar de nuevo y que se ensuciaba todo de marcas de cinta. Abrí la puerta del pequeño balcón, y decidí que era hora de tirar las dos plantas muertas que llevaban meses sin que nadie les prestara atención. No eran únicamente las paredes; la estancia entera permanecía igual al día que llegué. Además de una pequeña estantería que había llenado de libros y algunas fotografías, tuve la sensación de que no había nada de mí en toda la casa. Resultó todavía más evidente cuando abrí el ropero y no encontré qué ponerme. Tampoco hayé la manera de decirle a mamá que iba a ir a casa de Martina, ni que dormiría con Julieta.
Coloqué el libro de Borges en el escritorio, al lado de mi notebook, y me tumbé en la cama. No tenía sueño, pero me pesaban los ojos. No sé muy bien por qué, pero decidí llamar a Carol. En Asturias son como las 11 de la noche. Igual no contesta.
- Hola, ¿Sofía? ¡Cuánto tiempo! - Dijo una voz grave y dulzona.
- Hola Patri, ¿y que hacés con el teléfono de Carol? - La llamada se cortaba. Había mucho ruído de fondo.
- Estamos de fiesta, en Oviedo... que acabamos los exámenes del primer cuatrimestre la semana pasada. Bueno, perdón, Carol los terminó hoy. - Empezó a hablar con otra persona. - Está en el baño, por eso tengo su móvil.
- Ah, que bueno eso. Perdón si las molesté, chicas...
- ¡Qué va! Tú nunca molestas. Llama cuando quieras. Mira, ya llegó Carol. Te la paso.
- ¡Hola Sofi! Perdóname si estoy un poco borracha... - Empezó a reírse. ¿Tan temprano? Sí que deben celebrar bien... -, es que hoy acabé los exámenes. El cuerpo me pedía salir. ¡Nunca te metas a Medicina!
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Cruzando la vereda · wos
Fanfiction[EN CURSO] «En el departamento de abajo, se escuchaba nuevamente aquel pibe hablando. ¿Por qué mencionaba el nombre de mi abuelo? Yo no entendía nada. (...) Era la misma melodía. Volver. Necesitaba saber más. No. Quería saberlo todo. Descubrir quién...