En algo nos parecemos,
luna de la soledad:
yo voy andando y cantando
que es mi modo de alumbrarAtahualpa Yupanqui
«Querido diario:
Recuerdo, cuando era chico, y quería crecer. Y no es que esté mal crecer, hacerse grande tiene su lado bueno, sus cosas buenas. Quizás soy yo que no supe verlas. O que no pude verlas todas. Tuve, en resumen, una infancia feliz, pero solo fui feliz porque no cazaba una y porque el hambre no se arrastraba, como en la casa de otros, por las paredes de ladrillos sin revocar. Pasados los quince o los dieciséis, el mundo en el que había vivido tranquilo y sin preocupaciones empezó a derrumbarse. Pero, ¿cuántos de nosotros aguantaron el temblor?
Los que lo soportaron tenían guita para construírse una realidad ajena. Y para arrebatarnos lo lindo de la nuestra.
Hay una fiesta de cumpleaños que no olvido. Año 65. Una botella de vino en la mesa de madera del abuelo Carlos. Mi tía Albertina arma una torta durante la mañana y llama a viejos amigos de la infancia. Muchos ya están casados. Alguno sigue estudiando. Unos pocos se han marchado a recorrer Rosario o Buenos Aires en busca de algo mejor.
Había una muchacha tímida al otro lado de la sala. Creo recordar que se llamaba Graciela, o Gabriela, o algo parecido. Era la primera vez que la veía allá, o eso pensaba. Al soplar las velas, pedí un deseo que nunca se cumplió. De regalo hubo un vinilo: Grandes del Tango. Vol. 2. Entre conversaciones y reencuentros conseguí deslizarme hasta el cristal de la puerta trasera. ¿Nos conocemos de algo? Sí, soy la hermana de Ricardo, que está allá sentado, con tu tía. ¿No me recordás? No sabía que tuviera una hermana más chica.
Se quitó los anteojos y los dejó en la encimera. Salimos afuera, hacía viento, el sol daba al frente de la casa. Nuestros labios se acercaron como las hojas enredadas en su tallo. Pero yo solo podía pensar en una cosa. Esto está mal. Oía el eco de la melodía festiva como presencia de una ausencia que me resultaba fatal. Volví a besarla, pensando que así podría olvidar, y me encontré mirándome a los ojos en el espejo del tiempo. Desde entonces me salen canas.
No me gustan especialmente los festejos. De tanto en tanto puede ser necesario. Celebrar un gol. Celebrar la vida de la gente que quiero. La salida del sol. La llegada de la lluvia. Que los campos vuelvan a ser verdes cada primavera. De tanto en tanto, puedo llegar a ser feliz. De tanto en tanto no sentiré más lástima.
Hoy es mi cumpleaños número sesenta y ocho. Siempre he preferido la música antes que a las personas y la silla de enfrente suele estar vacía. Pero hay días como hoy en los que prefiero no estar solo. No siempre será siempre. Ni nunca nunca. »
Ahora que ya escribí un poco, voy a salir del dormitorio y ventilar algo la casa. Algunos vecinos viven con las persianas bajadas en invierno. La comida de hoy será buena, pues mi estómago está encendido. Una mujer cruza la vereda, dejando atrás al marido en el semáforo. Cuántas cosas ocurren mientras espero aquí apoyado en el marco de la ventana. Toca vivir. El quiosco abre con los titulares menos impactantes.
El agua fría se resbala por mi cara. Tengo una fea arruga bajo el ojo izquierdo, manchada de verde. ¿Qué me habrá pasado? ¿Un golpe tal vez? Debo tener más cuidado al dormir. Voy a ponerle hielo para que no se hinche. No me gustaría salir así a la calle y en un toque tengo que ir a la panadería a buscar la torta que encargué.
Bajo un lecho de diarios yace un hombre muerto. Un hilillo de sangre reciente le llega al dedo anular, que señala impaciente. Sólo le vemos los pies (uno de ellos sin zapato) y la mano izquierda. Me señala a mí. A mí. No hay nadie más en esta calle. Los demás huyeron. No se juega a la pelota, dice en el cartel de la esquina. Va de traje. Este hombre no es un vagabundo. Me acerco lentamente para desvelar su rostro y escucho a los milicos, al otro lado de la calle. Este hombre podría ser yo. Tres metros. Me acerco. Un metro. Huelo la muerte subiendo por mis brazos. Me voy corriendo. Aprendí a huír como los demás. Porque soy como los demás. Yo no me meto en problemas. No me importa. No me importa, me repito como si fuera un mantra.
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Cruzando la vereda · wos
Fanfiction[EN CURSO] «En el departamento de abajo, se escuchaba nuevamente aquel pibe hablando. ¿Por qué mencionaba el nombre de mi abuelo? Yo no entendía nada. (...) Era la misma melodía. Volver. Necesitaba saber más. No. Quería saberlo todo. Descubrir quién...