Va cayendo una lágrima en tu mejilla
Si no la beso el viento la secará
Quiero guardar por siempre aquí en mis labios
Ese sabor salado de nuestro adiós
Los IracundosPrendo el televisor y son las mismas noticias que ayer. Ya hace tiempo que tengo esta sensación, no sé bien cómo explicarlo. Suceden las mismas cosas todos los días. Alguien se muere. Alguien nace. Lo trágico y lo bello de la vida se resume en un noticiero de sesenta minutos. Un gol. Una leyenda que se nos va. Nubes. Lluvia. Sol. El próximo motivo de la extinción del hombre se parece demasiado al anterior. Nada pasa. Todo se repite. Lo único que distingo son las canas en mi barba.
Dije que iría al taller de memoria, no sé si la promesa me la hice a mí mismo o al doctor. Importa poco si voy o no. La ventana está hinchada, es de madera, no cede. Quizás deba ir. A mí me da igual quedarme sentado en mi sillón y hacer lo de siempre. Entra un rayo de sol. ¿Será Dios el que visita el barrio? Bajaría a por un café, el cielo se despejaría y las palomas barrerían la calle sin darse cuenta de que son más libres que todos nosotros. ¿De verdad son más libres las palomas? ¿Solo porque puedan volar? Desisto. La ventana no se abre. Voy a vestirme. Iré al taller de memoria.
Creo que no hay muchas decisiones importantes que pueda tomar ahora que cambien el futuro. Si de verdad estoy enfermo, ¿servirá de algo el remedio? Me enterrarán cuando aún no esté muerto y viviré en la soledad de mis recuerdos. No, no es verdad. Haré lo posible para evitarlo. Deseo ver una película. No quiero escucharme. Menos mal que nadie más puede hacerlo. Qué vergüenza. El espejo tiene una mancha de pintura. El pantalón de traje me queda grande. Las nubes de ese cuadro están llenas de polvo. En la otra habitación suena jazz. Hablan inglés. Hablan español. Son argentinos.
¿Camila? Escucho tras la puerta. Camila, Camila, Camila. Sus palabras huelen a flor. Mañana cumplo dieciseis años y los abuelos me dejan faltar a la escuela. Iré igualmente. Habrá un campeonatito y prometí hacer de referí. Espero pacientemente pero ansío observar entre la holgura del cedro. La cocina está sucia y verde, quiero negarme las ganas de huír. ¿Quién es ese gil? Lleva mal recortado el mostacho. ¿Habrá leído ya mi carta? Yo espero fuera. Saldrá pronto. Ojalá salga él primero. Yo espero fuera. Ojalá él no regrese. Quiero irnos juntos. Ella y yo.
El ascensor parece funcionar a la perfección. Raro. Esta realidad durará poco, verán. El problema es que decidieron cambiarlo por uno más nuevo. Y estos ya están hechos para durar poco. ¡Mangas de brasa! Saben que no pagaremos ni un peso. Pero a ratos se rompe la maldición y podemos ahorrarnos cien pasos al portal. Algunos un poco más, si viven en la quinta o sexta planta. Este edificio es enorme. Incluso me atrevería a decir que nunca fue tan grande. Pasan los años y yo me hago más pequeño...
Tengo la dirección apuntada en un papel. Acá está, bien. Iré en subte. Vaya que no podía estar más cerca, doctor. Vamos para la perrera. A ver si no me retraso.
Ella va a cerrar la puerta y él no sale. Se habrá olvidado de que habíamos quedado. Odio cuando ocurre esto, porque me empieza a doler la panza, que se llena de aire y hastío.
- Hola, Bau. ¿Qué hacés acá? - Tiene los ojos grises y azules.
- Te traigo esto. - Le muestro la carta que me dio papá cuando regresó de San Pedro. - Es de tu tía Mariela.
- Gracias. ¿Querés pasar? - Responde con su habitual sonrisa. Tiene los dedos manchados de tinta de máquina.
- No, estoy ocupado.
Entonces comprendo la sutil diferencia entre la mentira y la verdad, porque Camila nunca miente, y yo le miento siempre. Se gira de nuevo, con un aire completamente desligado del frío de la calle, porque en sus ojos siempre será verano. Se ha olvidado de mí. Me dirá adiós mientras siento como se aleja, aunque me abraza y soy un niño, y no sé disimular. Nada permanece impasible. Mi garganta emite una risa débil y no queda más conversación. Esta es la señal que estaba esperando desde que crucé la vereda para verla. La señal de que debo irme. ¿Para qué vine? Me pregunto. Así es como quisiera recordarla, con una sonrisa de lino. Comienza a llover y no tengo paraguas. Me iré y solo quedará esta hora triste.
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Cruzando la vereda · wos
Fanfiction[EN CURSO] «En el departamento de abajo, se escuchaba nuevamente aquel pibe hablando. ¿Por qué mencionaba el nombre de mi abuelo? Yo no entendía nada. (...) Era la misma melodía. Volver. Necesitaba saber más. No. Quería saberlo todo. Descubrir quién...