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—Vuestra Alteza, ¿estás seguro de este plan? Vuestra vida estará en peligro constante hasta que derrotemos al enemigo.

El escudero sentía que descender a las profundidades del infierno y enfrentarse al Señor del Abismo sería una tarea más sencilla que la misión que su Príncipe le proponía.

—No dejaré a mi hermana en manos de esos condenados. No importa lo que ordene mi padre, rescataré a la princesa aunque tenga que enfrentarme yo solo al Conde.

Desde su infancia, el escudero había sido instruido con un único propósito en la vida: proteger con su propia existencia al futuro heredero al trono de Alba, Eleazar, conocido como El Príncipe de Luz, o también como Eleazar, el Fuerte. No solo estaba dispuesto a sacrificar su vida por él, sino a padecer cada segundo por su bienestar. Su corazón estaba lleno de amor por el Príncipe, quien, en reconocimiento a su lealtad, le había otorgado a sus veinticinco años, el honor de ser su confidente y su Primer Guardia. Confiaba en él el mando de todo el ejército del reino, y su opinión era crucial en cada decisión política que se planteaba.

Conocía al Príncipe mejor que nadie, era el hombre más valiente y poderoso que había nacido en el linaje real, pero tenía una gran debilidad: su hermana, la Princesa Mhariel. Eleazar estaba firme en su plan. La única manera de vencer a su mayor enemigo era adentrarse en su propio castillo y clavar una estaca de madera en el corazón del demonio. Sabía que no sería una tarea fácil, pero era el único modo de liberar a la Princesa y de poner fin a la devastación que el Conde perpetraba cada año para mantener su reinado vigente.

—Partiremos al amanecer. Asegúrate de que todos estén preparados para lo peor. Selecciona a tus mejores hombres, esta misión no es apta para los cobardes.

Con un ágil movimiento, el Príncipe subió a lomos de su yegua de ébano azabache y se dispuso a partir del campamento.

—Y despedíos de vuestros seres queridos. No podemos saber si regresaremos con vida.

El escudero exhaló con pesar una vez que el Príncipe se alejó en la distancia. Un extraño presentimiento invadía su corazón, pero cumpliría con cada uno de los designios de su Señor. Decidió primero seleccionar a los hombres para prepararlos y luego iría a su tienda, donde su familia lo aguardaba.

En el campo de entrenamiento, reinaba un silencio sepulcral. Los guerreros, lanceros y arqueros aguardaban en sus refugios el amanecer, cuando la potente voz del escudero los llamó al patio central. En pocas palabras, Dervis comentó la misión que emprenderían y eligió a los hombres adecuados. Nadie se opuso a tal empresa, al contrario, estaban ansiosos y emocionados de enfrentarse al mayor y más peligroso enemigo de Alba, demostrando su lealtad y amor al Príncipe. Habían sido entrenados toda su vida para este momento y por fin, pondrían a prueba sus habilidades.

Tras completar la elección de los guerreros más capacitados, el escudero se encaminó hacia la tienda de su familia con paso firme pero con el corazón estrujado. Al entrar, la suave luz de una lámpara de aceite iluminaba la estancia, revelando a su padre dormido con serenidad y a sus tres hermanos pequeños arropados en un rincón. La imagen de su familia dormida reafirmó su determinación de regresar a salvo a su lado. Su madre lo esperaba en el trébede con un cuenco de guiso caliente y un cuerno de cerveza. La miró con tristeza, consciente de que podría ser la última noche que compartirían juntos.

—Dime, hijo, ¿Tienes noticias de la princesa? ¿Qué está sucediendo? -preguntó su madre con gesto preocupado.

—Al amanecer partiremos al bosque para intentar rescatarla -respondió el escudero, acomodándose en la mesa y bebiendo su cerveza con disimulo, tratando de ocultar la angustia ante su madre.

Oscura Fragilidad  #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora