La reina, abatida por la aflicción, se desplomó sobre el cuerpo inerte del rey. Sus lágrimas, como ríos de dolor, inundaban el rostro pálido, mientras sus guardias más cercanos, Efrain y Kranses, la sostenían con pesar. Las puertas de la cámara permanecían cerradas, ocultando la tragedia que se había cernido sobre el reino.
—Mi señora, debemos decidir qué haremos —murmuró Efrain con su voz grave y llena de preocupación.
Louren, con la mirada perdida en el vacío, apenas podía articular una palabra. El dolor la consumía, la dejaba sin fuerzas, sin aliento. Su doncella, la fiel Brinna, la envolvió en un abrazo consolador, limpiando con delicadeza las lágrimas que rodaban por su rostro.
—Señora, debe ser fuerte ahora —susurró.
Louren, con un sollozo desgarrador, se cubrió el rostro con las manos, despidiéndose por última vez del hombre que había amado toda su vida. En lo profundo de su alma, la razón luchaba por abrirse paso entre la niebla del dolor. Debía actuar con rapidez, con determinación. El peligro acechaba, y la seguridad del reino pendía de un hilo. La Princesa había sido tomada como rehen del Conde, el Principe, heredero del reino había desaparecido, y ahora el rey estaba muerto.
Con un esfuerzo sobrehumano, Louren se levantó atravesada por el dolor, pero su mirada se había endurecido. Secándose las lágrimas, dirigió una última mirada a su esposo, y luego fijó su mirada en los dos guardias y en Brinna, únicos testigos de lo sucedido.
—Preparad el cuerpo de vuestro señor para su descanso final. Que sea llevado a la capilla del castillo y sepultado en la cripta real, con la mayor solemnidad y respeto. Si alguien se atreve a difundir esta noticia, ordenaré que les corten la lengua —ordenó con voz firme.
Los dos guardias se apresuraron a cumplir las órdenes de su soberana cubriendo el cuerpo del rey en un sudario para llevarlo a la capilla.
Brinna cerró las puertas de la cámara una vez que ellos salieron , y Louren, con la voz apenas audible, le dijo:
—Traedme a la hechicera.
Los ojos de la doncella se abrieron con terror.
—¡Mi señora! ¡Ese debería ser vuestro último recurso! —exclamó, con la voz llena de preocupación.
—¡Obedece! —repitió Louren con una mirada fría y llena de determinación.
Brinna, a pesar de su temor, se inclinó con respeto y salió corriendo de la cámara, en busca de la hechicera. Sabía que era un acto desesperado, pero no podía desobedecer a su reina.
Louren, aunque la tristeza la envolvía como una oscura nube, sabía que debía tomar las riendas del destino. El futuro del reino descansaba sobre sus hombros. Pero antes de enfrentarse a la tempestad que se avecinaba sobre ellos, necesitaba un instante más para honrar la memoria de su rey, para despedirse para siempre del hombre a quien había servido y amado con pasión y devoción.
Mhariel despertó en medio de la noche, envuelta en el frío gélido de la celda. En la oscuridad, unos ojos dorados la observaban intensamente. Aterrorizada, se acurrucó, anhelando volverse invisible. Los ojos persistieron, pero no se acercaron.
—¿Quién eres...? —balbuceó, temblando de miedo.
No hubo respuesta.
De pronto, en un instante, la sombra se abalanzó sobre ella. Garras afiladas se clavaron en su cuello, cortándole el aliento. Mhariel gimió, luchando con todas sus fuerzas para liberarse del agarre del vampiro.
—Te dije que volveríamos a vernos, princesa —susurró Félix con su voz helada como el acero.
Mientras él ejercía presión sobre su cuello, el aire se le escapaba a Mhariel, dificultando su respiración. Intentó defenderse, pero la fuerza de Félix era abrumadora. Estaba perdida. Sentía cómo sus piernas temblaban, burlándose de su mente.
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Oscura Fragilidad #PGP2024
VampirosEn un mundo donde la luz y la oscuridad se enfrentan en una lucha eterna, la princesa Mhariel, la Joya de Alba, es secuestrada por el Conde Ngozi IV, un vampiro despiadado que busca desatar una guerra sangrienta. Para salvar a la princesa y evitar q...