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Mhariel se había acostumbrado a la penumbra del calabozo, pero el miedo aún la carcomía

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Mhariel se había acostumbrado a la penumbra del calabozo, pero el miedo aún la carcomía. Desde que Ángel la había entregado al Conde, la habían conducido a una celda fría y húmeda, sin ventanas ni luz. Una mujer de rostro demacrado, con ojos hundidos en las cuencas, la había encadenado y dejado sola.

Las paredes de piedra estaban empapadas de humedad, y el suelo, irregular y lleno de grietas, estaba cubierto de una capa de polvo gris. La única luz que entraba era un débil rayo que se filtraba por una pequeña rendija en el techo, iluminando apenas un rincón de la celda. En ese rincón, había un lecho de paja, duro e incómodo, y una letrina, un agujero en la pared que olía a podredumbre.

Las horas se habían convertido en días, y el silencio se había apoderado del pasillo. Parecía estar en las entrañas del castillo, olvidada por Dios y por los hombres.

Mhariel intentó serenarse. Desde niña había observado cómo su hermano mayor se preparaba para cada batalla, jamás había percibido miedo en sus ojos. Secó sus lágrimas y se incorporó para intentar ver un poco en la oscuridad. El calabozo era amplio, pero no había agua ni comida por ningún lado. La princesa sintió sus labios resecos y volvió a gemir al recordar que nunca en su vida le había faltado nada.

De pronto, el silencio se vio interrumpido por el crujido de pasos, un sonido que le erizó la piel. La princesa se acurrucó en un rincón, tapándose el rostro con las manos, buscando refugio en la oscuridad.

—Así que tú eres la joya de Alba.

La voz, áspera como la piedra, la hizo estremecer. Era la voz de un vampiro, su aliento fétido la envolvió en un manto de terror.

—Tan preciosa y tan miedosa... ¿Acaso temes a un simple vampiro?

El vampiro se burló de su miedo, apartando los cabellos que le tapaban el rostro. La princesa, presa del pánico, no podía articular palabra.

—No te preocupes, pequeña. No te haré daño... todavía. El Conde tiene planes para ti, planes que te harán comprender el verdadero significado del miedo.

La princesa, con la voz temblorosa, intentó hablar, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.

—¿Por qué me han traído aquí? ¿Qué quieren de mí?

—El vampiro se abalanzó sobre ella, rozando su cuello con sus uñas.

—Eres la llave, pequeña. La llave que abrirá las puertas de Alba a nuestro dominio. Y te aseguro que cuando el Conde termine contigo, no te quedará ni un solo deseo de volver a tu reino.

En ese instante, la mujer de rostro demacrado apareció con una bandeja en sus manos, interrumpiendo el macabro juego del vampiro.

—Mi señor, vengo a asistir a la prisionera.

El vampiro miró con odio a la mujer, sintiéndola un estorbo para sus planes, pero aún así decidió retirarse.

—Pronto te visitaré nuevamente, princesa.

El vampiro se levantó con brusquedad, golpeando la bandeja que traía la mujer, haciendo que los alimentos se esparcieran por el suelo.

Mhariel comenzó a llorar nuevamente sin poder controlar el temblor que sacudía su cuerpo. Quería borrarse con las manos el olor nauseabundo del vampiro. La mujer se acercó a su lado y con timidez colocó su mano en el hombro de la princesa.

—Señorita, tranquila.

Mhariel la miró con su rostro cubierto de lágrimas y sin pensarlo demasiado se abrazó a su pecho buscando un poco de consuelo y refugio, algo que nunca le había faltado en su hogar.

La mujer acarició sus cabellos intentado tranquilizarla.

—¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas?

—Soy Fredara, del reino de Alcacia.

—¿Qué haces aquí? ¿Acaso eres como ellos?

—No soy inmortal. Ellos nunca me transformaron.

—¿Por qué?

La princesa, aliviada al saber que no era una de ellos, encontró un rayo de esperanza en la respuesta.

—No lo sé. Supongo que me necesitan así, humana.

Fredara, con la voz llena de tristeza, reveló la tragedia de su vida en el castillo.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Hace tres años me tomaron de mi reino...

Tres años, una eternidad para una joven que no había conocido la oscuridad. La princesa, con el corazón desgarrado, se aferró a la esperanza de volver a ver a su familia.

—Tranquila princesa, debes ser fuerte ahora. Ellos deben estar evaluando qué hacer contigo, pero de seguro no será hacerte daño. Tienes demasiado valor para los planes del Conde.

—No sé cómo voy a hacer para aguantar en este lugar.

—Un día a la vez. Intenta pasar desapercibida. No hagas ruidos. Mantente en silencio y nadie sabrá que estás aquí.

—Pero ese vampiro ya me encontró y dice que vendrá nuevamente.

—Félix es un desgraciado que solo busca hacer sufrir a los rehenes. De seguro vio cuando Ángel te traía, pero no podrá entrar muy fácil a tu calabozo, ya que está fuertemente custodiado y solo yo tengo permiso para verte. Ángel me envió a servirte, me pidió que te diera alimentos y agua para que te limpiaras.

Mhariel, con la mirada llena de confusión, no podía comprender las acciones de Ángel.

—¿Por qué Ángel haría eso? —preguntó con su voz apenas un susurro.

—Porque eres de valor para el reino. El Conde sabe que debe mantenerte con vida si quiere lograr el acceso a Alba. Por eso te mantendrán a salvo hasta que decidan ir a la guerra con tu padre. —Fredara respondió con una voz suave, intentando tranquilizarla.

La princesa, con la mente nublada por la incertidumbre, se aferró a las palabras de Fredara.

Confiando en que, por ahora, estaría a salvo, se incorporó y, junto a ella, recogió los alimentos que Félix había tirado. Fredara le trajo agua limpia y la princesa comió con avidez las frutas que le habían llevado.

—Eleazar —murmuró con la voz llena de nostalgia, deseando que su hermano supiera, donde quiera que estuviera, cuánto lo necesitaba.

—Eleazar... —repitió, aferrada a la certeza de que su hermano jamás la dejaría sola. Se limpió las lágrimas del rostro y terminó de comer la manzana que tenía en sus manos.

Oscura Fragilidad  #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora