Suavecitos

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Mi mamá hace poco hizo un comentario, cuando cargaba a nuestra nueva mascota adoptada, una gatita que nombramos Maisy. Dijo: "¿Cómo una cosa tan pequeña puede darte tanta felicidad?"

Lo dijo de manera muy casual. Como si fuera algo totalmente común entender esa frase. Y yo, honestamente, cuando la escuché, me dieron ganas de llorar. Miré a Maisy, sus patitas, su pelito tricolor y sus ojitos ámbar. Me di cuenta que ella no sabía lo mucho que con existir el amor que le tenía ya era inmenso, incontable.

Yo muchas veces hablo del amor, del amor y su carencia hacia mí, sobre mí y para mí. Yo hablo mucho del odio, del despecho, del abandono. De la tristeza y del enojo, de la increíble desesperanza que me causa vivir. Me pongo a llorar tantas veces a la semana por dentro y por fuera que la comodidad de la depresión se siente como una manta envolvente que me aprisiona y sin embargo no puedo dejar de taparme con ella.

Y luego tenemos a Bon Jovi, mi gato blanco, peludo y un poco antisocial. Bon Jovi, mi gatito que cuidé desde que tenía apenas horas de haber nacido. Bon Jovi, que cabía en la palma de mi mano. Bon Jovi, que es todo lo contrario a mí porque luchó cada día por seguir vivo.

Bon Jovi, que en la madrugada me ha visto llorar, moqueando, costándome respirar y aguantándome cualquier sonido para que no me escuchen, que ha llegado a acurrucarse conmigo como si fuera lo más natural del mundo. Como si yo lo mereciera. Como si acompañarme ni siquiera fuera un cuestionamiento.

Creo que el único verdadero amor que alguna vez conoceré es el de mis gatos y mi perro, Nance, que se duerme conmigo a los pies de mi cama y todavía me lame las patas mientras mueve su cola.

Luego está la Bichi, que me ha aguantado lo pegostiosa que soy con ella toda su vida. La Bichi, mi gata hermosa que es la única que le gusta le soben su panzita. Mi viejita gordita que sigue jugando y ronroneando como cuando la adoptamos hace más de 12 años.

Y por último está Moki, que aunque claramente no soy su favorita, me llega maullando para que le rasque y se vuelve un motorsito mientras se pasea por mis piernas, contento, con una mínima muestra de amor mía, que para mí no vale nada pero para él es suficiente.

Suficiente. Lo que no soy para nadie, lo soy para ellos. Y no lo logro entender, la verdad. Y eso me hace amarlos aún más. Porque las veces que por accidente les he pisado la cola o una patita, sintiéndome como la peor persona del universo, disculpándome una y otra vez, ellos a los 5 minutos se les olvida y vuelven a por más caricias.

Son los únicos seres que nunca me han lastimado, que nunca me han hecho sentir menos, que aunque ni siquiera tengan la capacidad de hablar me han hecho sentir más escuchada que cualquier persona alguna vez en mi vida. Que me ven mal y no se enojan, ni me gritan, ni me juzgan, ni me ignoran. Porque simplemente les nace estar conmigo, como si de respirar se tratara. Los únicos seres que sé que nunca mereceré, me quieren.

Mis mascotas son la única ironía del amor que acepto y la única excepción en este mar de lágrimas que formo a lo largo de mi vida, porque yo los veo y no me lo creo. Yo los apapacho y pienso cómo es posible que sean de este mundo, parte de mi mundo. Pero así es, es la realidad. Así que mamá, yo también me lo pregunto, cómo algo tan pequeño da la felicidad, no sé. No me interesa saberlo, solo sentirlo.

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⏰ Última actualización: Aug 02 ⏰

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