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No hizo falta rogar para quedarme a su lado: él me aceptó, y pidió mi compañía para llenar el ruido de la soledad que venía de su corazón roto.
Pasamos juntos por su primera decepción amorosa, y con la madurez que adquirí de este amor precoz, entendí lo que era sufrir en silencio. Aprendí con dolor a sobrellevar verlo destrozado, hasta que mis ojos fueron capaces de no llenarse de lágrimas al verlo desconsolado por el amor hacia alguien más. Me convertí en su soporte, y aunque al principio se negó a dejarse consolar por una niña y compartirle sus problemas más íntimos, yo le di tiempo y no lo forcé. Fue entonces que a las semanas, él vino a mí sin ser llamado, dándole una oportunidad al consuelo prematuro que podía encontrar en el abrigo de amor de una niña, y que lo esperaba con los brazos abiertos.
Él no le estaba dando la oportunidad a una niña, le estaba dando la oportunidad a quien considera una amiga: una vieja amiga.
Pensé: "Ésta es una prueba para ambos. Él quiere creer en mí, y yo debo ayudarlo". Con paciencia impropia de mi edad, sequé sus lágrimas cuidadosamente todos los días que tenía algún recuerdo nostálgico de ella, arrullé sus sollozos tantas veces que perdí la cuenta – y hoy día, siguen partiéndome el corazón al recordarlo –, di tantas palmadas de ánimo y palabras de «¡vamos, tú puedes!» para que lo intentara una vez más. Siempre que conseguía despedirlo con una sonrisa, totalmente animado, me preparaba mentalmente para verlo al día siguiente: sabía que lo vería de nuevo. Durante las siguientes semanas de abril, me senté a los pies del mismo tronco hueco en el patio entre su casa y la mía, lo recibía todos los días: cada vez que volvía con el corazón infestado, al mío se lo comían las termitas intentando pulir las astillas que ella le sacaba con su existencia.
No lo voy a negar: ambos sufrimos por igual, siendo la causa del sufrimiento totalmente diferente a la del otro. Y entre una amistad sincera, a una mitad le faltaba decir la verdad: a esa mitad le tocaría sufrir el doble. Y esa mitad, era yo.
‹‹1 de Mayo del año 2013 - 01/05/2013››
Mayo fue el mes que, de todos, fue mi favorito. Después de tardes llorando incontables despechos, él por fin había superado a su amor sufrido, y comenzó a compartir conmigo una sonrisa genuina y su propia vida. Me habló de pasatiempos que le gustaban y que yo desconocía, películas, paisajes, anécdotas. Habló de todo, y yo quería dedicar mi vida a ser su consejera para escucharlo reír sin ataduras.
— ¿Recuerdas tu primer día de clases en la primaria? Cuándo te desmayaste al final del día. La tía me dijo que estabas tan emocionada que no pudiste dormir, y te quedaste despierta toda la noche con el uniforme — se mofó con ganas.
La vergüenza me pintó la cara.
— Dios mío. No me recuerdes eso, por favor — dije en un hilo de voz. Él me acarició la cabeza.
Tuve que luchar para no rogarle más mimos como perro carente de afecto.
— Tuve que llevarte todo el camino a cuestas: estabas tan pesada como un saco de papas por la canasta de uvas que te comiste tú sola en el almuerzo — dijo con cierta melancolía. La mancha de la nostalgia se instaló en sus ojos, haciendo que mi interior se removiera.
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Ansiedad
Jugendliteratur"¿Por qué debía ser así? ¿Se obtendría un buen resultado al intentar forzar la barra? ¿El amor tuvo siquiera oportunidad en esta maldita guerra que estuvimos peleando?"... Al mirar mis manos polvorientas y encarnadas, me percaté de que estaba desalm...